Hijo mío, durante la crianza me encargaré de ofrecerte el
mejor legado. Se trata de una enseñanza básica que marcará el rumbo de tu vida.
Juro que día a día te enseñaré a lidiar con espinas. Pues estoy segura que solo
de ese modo podrás disfrutar plenamente de las rosas.
Sí, mi amor, por mucho que duela en la vida no hay
alegría sin tristeza. No hay rosas sin espinas, ni amor sin dolor. Sin falta,
cada capullo presenta su tallo recubierto de hirientes pinchos. Simplemente se
trata de evitar el sufrimiento, o de superar el dolor.
Quiero que aprendas, solecito mío, que en esta vida nadie
es capaz de recoger rosas sin antes sentir el ardor de sus espinas. Aun así,
pequeño, esta flor no deja de ser asombrosamente hermosa, así como las espinas
no dejan de lastimar por formar parte de algo tan perfectamente acabado.
En definitiva, solo te enseñaré a vivir intensamente. Sin
miedo a perder o a apostar, pero con ese ambicioso e inmortal deseo de ganar.
Ve por todo, lucha por tus sueños. Arriésgate que en eso mismo consiste la
vida. Arrebate todos y cada uno de tus sueños, conquista tus más profundos
anhelos.
Todo lo que te enseñaré por tu bien
Hijo, solo quiero dejarte lo mejor de mí, lo que me
enseñó la vida misma a fuerza de golpes. Mi fin último es que puedas transitar
esta vida de la mejor manera posible. Que vivas el presente con felicidad
extrema como el mejor regalo posible.
Entiende que la vida es bella, aun cuando el destino
ponga obstáculos en tu camino. Como reza el viejo dicho popular, “no todo es
color de rosas”. De hecho, muchos días se teñirán de gris, o de negro. Lo
importante es coger un cristal multicolor para observar lo bello que ofrece esa
jornada.
Pon color a tus días, aférrate a lo positivo y aléjate de
lo negativo. Desde luego, pretendo que aprendas a tomar aquello bueno de todo
lo malo. Nútrete de cada caída, disfruta cada error. Ello es lo que cada día te
hace más grande, más sabio y experimentado.
Y no, la vida no deja de ser sencillamente hermosa por
sus reveses e injusticias. Pues las rosas no dejan de ser preciosas por
presentar un sinfín de espinas. Tanto la vida, como las personas y este tipo de
planta, requieren de mucho amor.
Amor para aprender a lidiar con lo que no nos agrada del
todo. Amor para aceptar lo que consideramos defectuoso. Amor para tener la
paciencia de convivir y no herirse con lo que implica. Aprende a querer la
espina o nunca podrás disfrutar del bello aroma y la frescura de una rosa.
Mi vida, deseo ardientemente que atesores en tu corazón
estas palabras que hoy inmortalizo en este escrito. A veces, percibirás que el
sabor de esta vida consiste en destrozarse las manos una y mil veces. No
importarán las heridas, siempre y cuando tengas la fortaleza de que cicatricen.
No temas a las más atractivas e imponentes flores solo
por haberte pinchado y lastimado. Jamás te canses de intentarlo, verás que
tarde o temprano todo habrá valido la pena. Cura tus manos, levántate y sigue
dando pasos hacia adelante.
Pues, tal como se afirma, son justamente las espinas las
que nos hacen valorar lo hermoso de las rosas. Entonces, no es más que la tristeza,
la desilusión y la decepción las que nos mostrarán algún día la luz y la
alegría que falta atravesar.
Solo a partir de estos tropezones podrás disfrutar
plenamente cada acontecimiento que comporte felicidad. Recuerda, mi niño, que
sin esfuerzo y sacrificio nunca habrá nunca victoria. La gloria es de los que
intentan sin cesar.
No importa cuántas veces te hieran, nunca te rindas.
Lucha con tenacidad y perseverancia por tus sueños, por amor. Sé fiel a tus
ideales. Sueña y proyecta a lo grande. No existen imposibles si te crees tan
fuerte como para soportar el dolor de la espina y disfrutar de la rosa.
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