Los niños funcionan desde pequeños en la dinámica de los
acuerdos. Dialogar y pactar es un buen recurso que enseña responsabilidad y
autonomía y contribuye a desarrollar la capacidad para tomar decisiones, entre
otros.
Es una herramienta útil para enseñar, orientar y
desarrollar valores, habilidades y potencialidades cognitivas, sociales y
morales; sin embargo, no se aplica en todos los casos ni en todas las edades;
ni tampoco como un método educativo único.
El problema de este modelo es que aspectos como el
acatamiento de normas importantes para el desarrollo de los niños, la pertinencia
de modular emociones claves en la convivencia o el mantenimiento de los hábitos
terminan siendo negociados en acuerdos que, con frecuencia, tienden a ser cada
vez más blandos.
La indulgencia de los padres es justificada en múltiples
argumentos, que van desde sentir pesar por estar siendo demasiado exigentes con
sus hijos, no repetir esquemas educativos autoritarios o poco comunicativos con
los que ellos fueron educados, evitar el conflicto, generar una brecha con
estos que los distancie, o porque, y este es el peor escenario, sienten que no
tienen cómo convencerlos de que hagan lo que como padres saben que es correcto.
Esto los lleva a cambiar las normas y las consecuencias
acordadas, a no corregir las conductas inadecuadas de los hijos, a justificar
sus errores o a ceder a los caprichos inmaduros propios de la edad de niños y
adolescentes y a ciertas actitudes características de esta generación, como
irse por la ley del menor esfuerzo, tomar la vía más fácil o exigir resultados
inmediatos.
La mayoría de las veces la intención de los padres
obedece al buen propósito de acudir al razonamiento, las explicaciones y la
reflexión para ayudar a sus hijos a corregir conductas inadecuadas o fortalecer
aquellas que son adaptativas y beneficiosas para él y su entorno.
Sin embargo, cuando estos se vuelven un hábito o son muy
laxos, no tienen claros los límites o dan muchas opciones abiertas, se corre el
riego de que las relaciones entre padres e hijos adquieran un carácter de
negocio donde ellos suelen pedir rebaja con éxito y a que los niños tengan la
convicción de que lo que no es de su agrado o conveniencia se puede modificar
según sus deseos.
La indulgencia y las complacencias excesivas transmiten
la idea de que es poco importante el cumplimiento de los deberes, de los
compromisos o de la consecución de metas. Los acuerdos en los que siempre ganan
los niños los llevan a que antepongan sus deseos y necesidades a los de otras
personas y a querer y/o exigir ser siempre considerados.
De otro lado, puede distorsionar un objetivo importante
de la educación y es que estos logren diferenciar entre lo que está bien y lo
que está mal, puedan reconocer la autoridad y las jerarquías y superen las actitudes
caprichosas, egoístas y centradas en su satisfacción personal, características
de las primeras etapas.
Son los padres quienes definen las especificaciones
fundamentales de los acuerdos, aunque estos sean compartidos con los hijos.
Por lograrlo, es preciso tener exigencias realistas que
atiendan tanto las posibilidades como las limitantes de los niños. Que
consideren las necesidades de unos y otros y que tengan como objetivo final el
bienestar integral de sus hijos.
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