Cuando uno tiene claro quién es no necesita el visto
bueno de nadie. Porque pocas sensaciones son tan liberadoras como la de vivir
sin necesidad de demostrar nada, sintiéndonos auténticos, dueños de nuestras
propias decisiones y arquitectos de esos mapas donde habita la dignidad y un
alma sabia, libre y colorida.
No es fácil. Llegar a ese punto de nuestro ciclo vital,
donde la autoexpresión y luminosidad emocional dan paso a nuestro auténtico
ser, sin prejuicios y sin la angustia de ser juzgados o rechazados, supone
iniciar toda una revolución interna para la cual no todo el mundo está
preparado. La razón de que esto sea así se halla sobre todo en nuestra
estructura mental, focalizada siempre en la evaluación ajena antes que en la
autoaceptación.
“Soy como soy y
así soy feliz”
Vivimos en una sociedad orientada a la galería. El mundo
es como un escenario teatral donde alguien establece qué es lo normativo, qué
es lo esperable y lo adecuado para que, sin demorarnos demasiado, los demás nos
pongamos a bailar a ese compás. Día a día, y sin que nos demos cuenta, nos
convertimos en tristes actores secundarios de historias inventadas: esas que nada
tienen que ver con nuestra identidad, con nuestros valores o principios.
No olvidemos que la imagen que tenemos de nosotros mismos
no se transmite culturalmente ni se hereda a través de los genes: se construye.
Así como cada uno de nosotros elaboramos una representación interna del mundo
que nos rodea, también edificamos teorías y conceptos sobre nosotros mismos.
Esos autoesquemas pueden llevarnos a odiarnos o, por lo contrario, a amarnos en
plenitud.
Optemos por lo segundo. Convirtámonos en los actores
principales de nuestras propias y maravillosas historias.
Dejar de demostrar para empezar a vivir
A cada uno de nosotros nos han enseñado a leer, a caminar
y a comer de forma saludable. Cuando caemos enfermos acudimos al médico y nos
recetan fármacos que curan enfermedades. Sin embargo, rara vez nos enseñan a
cuidarnos psicológicamente, o aún más, a querernos a nosotros mismos.
Son muchas las personas que acuden a la consulta de un
psicólogo con la desoladora convicción de que no están hechos para ser felices.
Bajo las expresiones “todo me sale mal”, “todos me dejan de lado” o “relación
que empiezo relación que se va al traste”, se esconde en realidad una herida
subyacente, un tatuaje interno que podría resumirse del siguiente modo “he
olvidado quererme a mí mismo”.
Por otro lado, resulta curioso también cómo a la hora de
definirse y de explicar cómo son sus relaciones, queda claro al instante que
son perfiles muy orientados hacia los demás. Son personas llenas de afecto que
entienden la vida a través del cuidado y la dedicación al otro. Piensan que el
simple acto de ofrecer amor y demostrar ese afecto desinteresado les traerá de
vuelta el mismo regalo afectivo, la misma moneda, la misma carga de energía.
Son muchas las
personas que acuden a la consulta de un psicólogo con la desoladora convicción
de que no están hechos para ser felices.
mujer que no tiene nada que demostrar
En medio de esta dinámica entre lo que doy y lo que
espero recibir a cambio, la persona se olvida de algo muy simple: de vivir.
Nuestra existencia no se basa en esa economía de afectos de tanto ofrezco tanto
recibo. En medio de ese apego enfermizo hacia los demás está nuestro propio
ser, ese que espera ser apreciado, liberado y reconocido por uno mismo.
No podemos
olvidar que la inmunidad al flagelo de la tristeza o la desesperanza, se
consigue aprendiendo a querernos a nosotros mismos. Solo entonces celebraremos
nuestro propio yo sin miedos ni reservas.
Empieza a “limpiar” el ático de tu mente
Para saber quién somos, reconocer lo que valemos y
empezar a vivir con autenticidad, nada mejor que hacer una limpieza en el ático
de nuestra mente. ¿La razón? Aunque nos cueste creerlo, en ese espacio
privilegiado se hallan cosas inservibles, “muebles viejos” que otros han
introducido por nosotros y mucho polvo viejo que es necesario retirar abriendo
nuevos ventanales.
“Un buen día tocas fondo, llegas a un punto límite y ahí
empieza tu revolución personal”
-Walter Riso-
A continuación, te explicamos cómo llevarlo a cabo.
Estamos seguros de que estas estrategias serán muy útiles para tu crecimiento
personal.
Claves para recordar quién eres de verdad
Nuestra limpieza debe empezar tomando conciencia de algo
muy sencillo: de todo aquello que nosotros no hemos puesto ahí. De lo que no
hemos elegido. La mayor parte de esas cosas nos llegaron en nuestros primeros
años de infancia, cuando nuestro cerebro aún no había desarrollado adecuados
filtros mentales para ser críticos y valorar lo que nos transmitían.
- Reflexiona sobre los valores o mandatos que tus padres te inculcaron y que de algún modo, no armonizan con lo que tú sientes, con lo que tú necesitas o consideras que es importante.
- El segundo paso en nuestra limpieza interna es sacar de los rincones oscuros y polvorientos esos esquemas negativos que hemos construido sobre nosotros mismos. Generalmente, tienen forma de frases: “yo no soy capaz de…”, “a estas alturas de la vida ya no vale la pena que…”, “yo no estoy hecho para esto y lo otro…”
- A continuación, es momento de “atrapar” a esos intrusos que habitan en el ático de tu mente. Suelen estar muy camuflados y tienen la forma del miedo, la indecisión, de los prejuicios y constante necesidad de ser aceptados… Identifícalos y diles, amablemente, que se vayan por donde han entrado.
Por último, en este proceso de limpieza siempre llega el
momento de introducir ese mobiliario básico y esencial que hará de nuestro
ático mental un espacio apacible, hermoso, único a la vez que saludable.
Hablamos sin duda del sofá de la autoestima, de la mesa del buen autoconcepto,
de las sillas que conforman nuestros valores y de esa alfombra de intensos
colores que conforma nuestra dignidad y que nadie puede pisar.
Empecemos a construir la vida que deseamos orgullosos por
lo que somos, felices por poseer una mente fuerte y una personalidad que se
atreve a ser protagonista de su propia historia.
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