La palabra abandono a la luz de lo que todos conocemos,
significa que una persona se aleja de otra de manera voluntaria e
irresponsable sin retractarse de ese hecho. Ahora bien, desde el punto de vista
etimológico, abandono significa sin bando; es decir, sin madre, sin padre o sin
ambos y dependiendo del código ético de cada persona, éste puede ser asumido
como un desprecio.
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IMAGEN: DADISLEARNING |
Lo grave del abandono es que, en proporción a la intensidad
del dolor que le cause al individuo abandonado, éste puede llegar a somatizar
enfermedades en su cuerpo o simplemente, vivir en un mundo de rencores y
perturbaciones. Yo recuerdo haber vivido una infancia feliz, con una madre
amorosa y un padre que, aparte de darme amor, decidió darme su apellido, justo
cuando cumplí 9 años. Recuerdo que un buen día mi mamá me pregunto si quería
seguir teniendo únicamente su apellido. También tenía la opción de elegir el
apellido de mi papá adoptivo o incluso me preguntó si quería tener el apellido
de mi padre biológico.
Yo, sin pensarlo dos veces, respondí que quería apellidarme
Castro (como mi papá adoptivo), porque me sentía su hija y era la única figura
que conocía como paterna. Yo siempre tuve claro que tenía otro papá y las veces
que mi mamá lo nombraba era para decirme algo positivo de él; sin embargo,
nunca tuve curiosidad de conocerlo, no le guardaba ni amor ni rencor, y hasta
ese momento ni siquiera me preguntaba si estaba vivo o no, simplemente no le di
cabida en mi vida. Así que crecí con un padre extraordinario que me regaló la
vida, pero justo cuando tenía 19 años falleció. Igual sigue siendo mi eterno
papá, me sentía feliz cuando decían que me parecía a él. Al cumplir 30 años,
comencé a estudiar Psicolinguística y en esa primera clase de presentación me
preguntaron cómo estaba mi relación con mi madre y mi padre. Respondí que era y
fue extraordinaria y por alguna extraña razón hice una pausa y dije: “Bueno,
tengo un padre biológico que no conozco, pero que no me ha hecho falta”.
Inmediatamente, el profesor me pidió que repitiera mi
nombre, pero esta vez con el apellido de ese padre. Hice un silencio, se me
hizo un nudo en la garganta y no pude hacerlo, justo allí en ese momento
entendí que había cosas que tenía que sanar y que no era normal ignorar por
completo a la persona que aportó un 50% para darme la vida. La razón por la
cual me habían preguntado mi relación con mis padres, fue porque yo era la
única estudiante que tenía un diagnóstico de salud importante, llevaba más de
15 años con Lupus y de acuerdo con investigaciones in situ, las personas
diagnosticadas con esta enfermedad, presentan severos problemas de rencor con
papá, con mamá o con ambos.
Esta información para mí fue impactante, porque si bien yo
había crecido en un hogar de mucha armonía con una madre y un padre amorosos,
no podía escapar de la realidad de que yo formaba parte de esa investigación,
pues mi padre biológico me había abandonado a los 6 meses de edad. Inmediatamente
me pregunté cómo era posible que un episodio de mi vida que ni siquiera recordaba
y que aparentemente no me importaba, fuera en ese momento el detonante del de
mi enfermedad. La respuesta fue sencilla: definitivamente las células tienen
información de todo lo que somos, fuimos y seremos (experiencias vividas y
heredadas). Es lo que se conoce como Memoria celular.
Nuestras células graban, inclusive, la información durante
el embarazo y luego, indagando con mi madre, ella me dijo que se había sentido
muy sola y abandonada para ese entonces. Por lo tanto, si las heridas pasadas guardadas
en la memoria celular no sanan ni se exteriorizan, podrán limitar nuestra
libertad y producirnos enfermedades. A partir de ese momento, inicié un proceso
mental fuerte para reconocer a mi padre biológico.
Comienza el proceso del perdón
Creo que en ocasiones, estamos dispuestos a perdonar y
sanar las heridas. Yo tuve la oportunidad de encontrar a mi padre, lo conocí y
lo acepté; eso no quiere decir que seamos los mejores amigos, ni que llevemos
una relación constante. Lo busqué por Facebook, vio mi nombre y mi apellido y
como tenía el de mi papá adoptivo, dijo que no me conocía. Yo, con una leve
sonrisa, le respondí que no era momento para hablar de eso. Accedió a conversar
conmigo, me escuchó y lo escuché; he tenido intercambios con él desde entonces,
pero me he dado cuenta de que somos diametralmente opuestos, que nuestras
conversaciones son un poco distantes y que sus ideas de la vida van en
contravía de mi formación como persona. Aún así, lo acepto.
Esto significó un paso grande e importante en mi vida,
porque reconocer que nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron y forman
parte de nuestro rompecabezas genético, significa madurez emocional. Mi mamá ha
sido el mejor ejemplo de eso, por ser una mujer equilibrada, justa y valiente;
con un nivel de templanza que mil libros y estudios no pueden lograr. Le
agradezco demasiado por tenerla y por ser un ejemplo para mí. Entendí que lo
que pasó fue lo mejor para mi vida. Mi papá biológico, al momento de dejarnos a
mi mamá y a mí, tenía demasiados problemas con los que probablemente yo iba a
tener una vida diferente y más dramática. Yo hoy puedo decirles a las personas
que guardan rencor o algún tipo de sentimientos negativos hacia sus padres, que
la canalización positiva de nuestras emociones hacia ellos, es nuestra
responsabilidad e incidirá en nuestro papel como padres del mañana. Pero que
además, nos liberará de cargas muy pesadas que no valen la pena cargar.
Entonces… ¿Para qué seguir derrochando nuestra energía en
resentimientos y rencores?
Escrito por Paola Céspedes de Hoy Aprendí.
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