A la edad de Sebastián, 31 años, sus papás ya estaban
casados y tenían vivienda propia. Pero las cosas para este diseñador industrial
van a otro ritmo. Aunque trabaja hace más de cinco años, manifiesta que no
tiene ningún afán de irse de su casa. “Quizás algún día me case y tenga hijos,
pero no quiero pensar en eso aún”. Este joven forma parte de los Peter Pan del
siglo XXI, millennials, nacidos entre 1980 y 1999, que se demoran en abandonar
la casa materna y no quieren valerse por sí mismos, sino depender de sus
padres. Viven en un limbo entre la adolescencia y la adultez.
El psicólogo Dan Kiley acuñó en los años ochenta la
expresión síndrome de Peter Pan en su libro The Peter Pan Syndrome: Men Who
Have Never Grown Up. Entonces explicó que ese fenómeno social y psicológico
afectaba principalmente a quienes llegaban a la adultez y se quedaban
estancados en el eterno hombre-niño. En Colombia también se conocieron como Bon
Bril, la esponjilla para lavar platos que “si dura mucho, es Bon Bril”. “Aunque
podía mantenerme solo era más cómodo estar con ellos para poder ahorrar y
viajar”, dice un ex Peter Pan. Pero eso no significaba que no maduraran en
otros aspectos. Tenían buenos trabajos, novias, vida social plena y usaban la
casa de sus padres como un hotel de cinco estrellas.
Pero el síndrome de Peter Pan actual, la versión 2.0,
tiene otras aristas. No solo quieren seguir disfrutando de las ventajas
económicas de vivir con sus padres, sino que están postergando asumir
responsabilidades importantes como un trabajo estable o una relación romántica.
Margarita, por ejemplo, a sus 27 años, no ha tenido novio ni trabajo estable y
cuando tiene ofertas para salir con alguien prefiere irse con sus padres a
jugar tenis o a comer. Luisa, otra profesional con una amplia educación
académica, ha tenido puestos de poco nivel y cuando logra ahorrar un monto
suficiente lo deja para irse a viajar.
Los expertos los describen como personas un poco más
inmaduras e incluso infantiles en ciertos aspectos, que los Peter Pan de
generaciones anteriores. “Tienen una inteligencia emocional muy frágil por la
manera como los educaron, y necesitan acompañamiento para todo. Ese es en parte
el choque generacional en las empresas porque están esperando el modelo de
ayudarlos a triunfar de la casa y el colegio y al no recibirlo les queda una
sensación de desamparo”, dice Ana Sarmiento, experta en esta generación. Esto
hace que busquen el refugio en sus padres, lo cual tiene efectos deletéreos. A
Mario, de 32 años, algunas mujeres con las que ha salido lo han rechazado
porque no es independiente. “Cuando uno va en plan de conquista o en cualquier
reunión social de amigos o familiares siempre te preguntan por qué no vives
solo y resulta muy incómodo. Pero a mí no me importa”.
Un estudio reciente publicado por el Centro de
Investigaciones Pew, en Estados Unidos, mostró que el 32,1 por ciento de los
millennials viven con sus papás, una cifra nunca antes registrada en ese país.
En Europa se habla también de que al menos un cuarto de la población en este
rango de edad vive en su casa materna. Si bien es cierto que en países como
Colombia culturalmente los hijos tardan más en independizarse, el fenómeno es
muy frecuente. El problema es que hoy en día la adultez retrasada se está
postergando, para darle paso a un estilo de vida en el cual todo aquello que se
asocia con crecer queda en lista de espera.
Liz Emerson, cofundadora del laboratorio de pensamiento
Fundación Intergeneracional, en Reino Unido, afirma que estas personas están
cambiando los parámetros de la madurez. “El lema que decía estudia, consigue
trabajo, cómprate una casa y construye una familia desapareció para siempre.
Hay que repensar lo que significa hoy en día madurar y salir adelante en la
vida”. Son protagonistas de una “revolución silenciosa que está redefiniendo lo
que significa ser un joven adulto”, dice el psiquiatra Keith Albow.
Algunos expertos llaman a ese limbo en el que viven estos
jóvenes como la adultez emergente o la preadultez, una etapa en la que no
parecen tener prisa por hacerse mayores y lo inmediato es lo más preciado para
ellos en lo afectivo, lo laboral y lo familiar. “Desean disfrutar, pasarla
bien, no sufrir, no tener que prever y asegurar todo. En este contexto
permanecer en casa es una buena opción”, señaló a SEMANA María Elena López,
psicóloga de familia.
Este fenómeno obedece a varios factores, entre ellos el
alto costo de vida, la incertidumbre laboral y los sueldos bajos. “Además
quieren vivir varias experiencias antes de amarrarse a un compromiso que les
impida cumplir sus sueños”, dice Sarmiento. Pero según el estudio del Centro
Pew, el factor que más contribuye a quedarse en casa es posponer o evitar el
matrimonio. Muchos le huyen a los compromisos y prefieren tener pareja, pero
sin asumir el papel de ser cabeza de familia.
Para Ablow, gran parte del síndrome tiene que ver con la
sobreprotección de los padres. “Estos niños perpetuos crecieron en un entorno
en el que sus padres los premiaron solo por participar (no por ganar) y los
sobreprotegieron de los peligros del mundo”. Hacerlos felices era obligatorio y
eso se tradujo en darles todo lo que necesitaran para facilitarles la vida. “Es
un tipo de educación complaciente que incluye la libertad de quedarse en casa
hasta cuando ellos deseen”, afirma López. Sus padres solucionaron todos sus
problemas e ignoraron que parte de la crianza es ayudarlos a “fortalecer sus
alas para romper el capullo. Pero hoy son mariposas a las que sus padres les
abrieron el capullo porque no querían verlos lidiar con problemas y sus alas no
están preparadas para volar”, dice Sarmiento.
El hecho de que sean nativos digitales, hayan vivido el
auge de las redes sociales y sean sus usuarios más activos también influye. En
opinión de los expertos se aprovechan de la tranquilidad que les da vivir
imbuidos en un mundo virtual que los hace alejarse del real. Como consecuencia,
independizarse y navegar esa realidad no es una de sus prioridades. Y no solo
se quedan a vivir en la casa de sus papás, sino que “no les importa ocupar la
misma cama que tienen desde que cursaban kinder. Se sienten especiales y
atractivos por tomarse un montón de selfis, compartirlas en su redes sociales y
conseguir pareja por Tinder”, añade Ablow.
No en vano los millennials han sido descritos por los
especialistas como una generación narcisista, reacia a las críticas y a aceptar
opiniones distintas a las suyas. No asumir responsabilidades ni tomar
decisiones trascendentales en sus vidas es otro de sus mantras. Para ellos la
independencia es sinónimo de estar libres de ataduras y compromisos y por
ningún motivo quieren salir de esa zona de confort.
Pero ojo. El caso de los Peter Pan puede convertirse en
un síndrome clínico que amerite la intervención de un especialista. Lo
riesgoso, según López, cuando una persona “nada que despega” es que a medida
que pasa el tiempo disminuyen muchas posibilidades y puede aparecer una
sensación de vacío y falta de propósito en la vida que puede llevar a cuadros
de ansiedad y depresión. O a que los papás tengan que tomar cartas en el
asunto, como el caso de Martha, madre de dos, cuyo hijo mayor nunca migró. Más
bien ella decidió marcharse del hogar en un intento desesperado para que él,
que ya bordeaba los 40, asumiera las riendas de su vida.
Aunque no puede generalizarse, según Ablow, vivir en esa
burbuja dentro de la cual están sus padres los hace mucho más propensos a
deprimirse y tener problemas de autoestima. Lo ideal es que los papás aprendan
a no sobreproteger tanto a sus hijos, y los ayuden a ser libres y autónomos. El
primer paso para lograrlo es dejar de consentirlos y, en caso de que vivan con
ellos, exigirles que asuman más responsabilidades en el hogar y empezar a
mostrarles sutilmente la puerta de salida.
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