Las relaciones
interpersonales pueden ser de por sí complicadas, por todo lo que implica hacer
un engranaje entre dos personas con formas de ver la vida, crianzas, costumbres,
personalidades y creencias diferentes. Pero relacionarnos con una persona que
no sabe lo que quiere puede complicar las cosas bastante más.
Cuando alguien sabe lo que
quiere hace un plan de vida en donde las cosas están orientadas para ir tras aquello
que desean conseguir, para llegar a
algún lugar o al menos para tomar rutas que no lo desvíen de su meta final.
Sin embargo, quien no
demuestra preferencia alguna, que no
tiene norte puede resultar bastante cambiante y puede generar en quien se relaciona
con esa persona bastante frustración, ya que sus acciones pueden ir variando
consecutivamente en su intento por centrarse y determinar qué es lo que
realmente quiere.
Está bien pasar por
trayectos de la vida en los cuales nos sintamos desencajados, en los cuales
podamos pensar que no tenemos rumbo o propósito, pero este estado no debe
prolongarse, siempre debemos tener una idea de qué es lo que queremos y a
partir de allí tomar las decisiones que nos permitan acercarnos a aquello
deseamos.
Pero coincidir en la vida de
alguien justo cuando está atravesando esa crisis direccional nos puede traer
inconvenientes, inclusive para nosotros colocarnos más cerca de aquello que
buscamos. Sí, es cierto que este estado puede resultar permanente, inclusive
para las dos personas que se relacionan, pero ciertamente no será sencillo
establecer planes, elaborar proyectos y mucho menos llevarlos a cabo.
En nuestra constante
búsqueda, podemos cambiar de dirección, podemos replantearnos rumbos, podemos
establecer metas diferentes, podemos inclusive abortar planes, pero siempre
debemos tener algo claro de hacia dónde vamos, que sea más estimulante que la muerte
misma.
El estar con una persona que
no sabe lo que quiere, que no sabe dónde quiere vivir, qué es lo que quiere
hacer, en qué quiere trabajar, si quiere o no tener hijos, si no tiene claro si
creer en Dios o ser ateo, si no tienen una comida o al menos un color
preferido, nos coloca en una situación hasta de guía, pero por lo general
termina en determinar acciones de otro que no nos pertenecen y que cuando esa
persona despierte de su búsqueda, de su apatía o de su letargo, puede resultar
poco grato y sencillamente puede levantar su ancla y partir hacia donde
finalmente le ha indicado su corazón, que no necesariamente tenga algo que ver
con nosotros.
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