No debemos olvidarnos de que, en ocasiones, menos es
más, y debemos aprender a priorizar. La sencillez de pensamiento no implica
simpleza, sino humildad y objetividad.
La
sencillez es el lenguaje que nace el corazón y que no entiende ni
busca artificios. Es la voluntad de respetar a los demás como a uno mismo,
llevando una vida donde se acepta y se celebra todo aquello que se posee, por
muy pequeño que sea.
Podríamos decir que en
nuestro día a día no estamos acostumbrados a esos actos cargados de sencillez y
humildad. Las personas tenemos a menudo aspiraciones muy altas, sueños elevados
y costumbres muy alejadas quizá de esos actos más puros y elementales que
definen la humildad.
No obstante, es común que
muchos de nosotros lleguemos poco a poco a un punto donde, de pronto, nuestra
visión de la vida cambie.
Ahí donde deseemos quitarnos
muchas de nuestras “pieles” para volver a nuestras esencias, a nuestra gente, a
nuestros orígenes. Empezamos a practicar la sencillez de corazón y nos sentimos
felices con ello.
Te invitamos a reflexionar
sobre ello en nuestro espacio.
La sencillez, esa
dimensión que cuesta tanto asumir
La sencillez no tiene nada
que ver con ser buena o mala persona. Todos sabemos muy bien lo que es la
nobleza y la importancia de actuar con respeto, con dignidad y practicando la
reciprocidad.
Ahora bien, la sencillez es
una dimensión algo más compleja, que implica a su vez diversos aspectos
psicológicos que merece la pena tener en cuenta.
La sencillez de
pensamiento
La sencillez de
pensamiento no es simpleza de razonamiento. Al contrario: es la
aptitud para ver las cosas tal y como son, con plena objetividad.
Hay personas que ven la
realidad y los comportamientos ajenos según sus creencias. Se atreven a juzgar
y a etiquetar; en cambio, las personas de pensamiento sencillo tienen la
capacidad de ver las cosas “tal y como son”, aceptándolas aunque no le gusten.
Algo tan simple como ver con
franqueza y objetividad las cosas nos permite actuar con mayor aplomo y
acierto. Esa es una virtud muy saludable que también deberíamos tener en
cuenta.
El don de no
sentirse apegado a nada
Es importante definir en
primer lugar qué entendemos por apego. Los niños, por ejemplo, necesitan el
apego de sus padres para sentirse amados, para sentirse seguros.
Las parejas también
necesitan el apego de sus compañeros, pero hablamos de un apego saludable,
nunca tóxico o controlador.
Por su parte, las personas
sencillas tienen la habilidad de no sentirse apegadas a lo físico, a la
necesidad de tener más de lo que ya hay a su alrededor, de no apegarse a nadie
hasta el punto de quitarle su libertad, su esencia, su identidad.
Las personas sencillas “son
como son” y ante todo “dejan ser”. No desean imponer sus ideas, no juzgan, no
discriminan ni buscan controlar nada ni nadie.
La unión con uno
mismo para disfrutar del entorno y de su gente
El conocerse a uno mismo,
saber cuáles son los miedos que nos definen, cuáles nuestras virtudes y dónde
están nuestros límites son los caminos más poderosos para la autoaceptación.
Lo creamos o no, este es un
concepto al que no todo el mundo suele llegar. La autoaceptación es el primer
peldaño para ejercer unas relaciones positivas y enriquecedoras.
Quien se acepta a sí mismo
acepta a los demás, y ello hace que no espere que el resto llene sus vacíos,
eleve su autoestima o le traiga alegrías cuando lo asaltan sus miedos.
Las personas humildes no
esperan nada de nadie, lo esperan todo de sí mismas. Así es como pueden ofrecer
lo mejor a los demás, evitando las clásicas decepciones que muchos de nosotros
nos solemos llevar.
El camino hacia la
sencillez
Señalábamos al inicio que es
muy común que, en un momento, dado a lo largo de nuestro ciclo vital, demos ese
paso hacia la humildad.
Lo hacemos porque nos
sentimos sobrecargados por este mundo marcado por la competición y por un ritmo
acelerado que nos aleja de las cosas más importantes: el bienestar, la calma,
la serenidad, los amigos, la familia y, por supuesto, nosotros mismos.
Algo tan esencial como
recordar que “menos es más” nos puede ayudar a priorizar lo que de verdad puede
hacernos felices.
Los
actos sencillos son los que poseen autenticidad de sentimiento y pureza de
corazón: la caricia del ser amado, la risa de
nuestros hijos, una conversación con los amigos, un paseo por la playa, hacer
un favor a cambio de nada…
Estamos seguros de que, a tu
alrededor, tienes a más de una persona de alma sencilla y excepcional que
enriquece tu vida. No la pierdas, son luces en la espesura de esta modernidad,
en ocasiones, demasiado compleja, que nos sirven de ejemplo e inspiración.
Son faros de riqueza
emocional y humildad que alumbran nuestros senderos. Vale la pena imitarlas.
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