La crianza puede ser sin
duda uno de los temas más debatidos, cosa que resulta hoy en día beneficiosa,
porque da la posibilidad de intercambiar criterios al respecto, mientras hace
algunas décadas, se daba todo por sentado y el protagonista de la historia era
el control que cada padre lograba tener sobre sus hijos.
Actualmente, aún sin haber
recibido necesariamente la mejor crianza, podemos tener acceso a informarnos de
qué técnicas son mejores para formar personas. Si nos detenemos un momento a
pensar en lo profundo de la responsabilidad, probablemente nos quedemos
paralizados al menos por un momento, pero es crucial entender que eso es lo que
hacemos los padres, maestros y cualquier otra persona vinculada al desarrollo
de un niño, formar a un individuo… con cuáles bases lo haremos, depende de cada
quien.
Una buena crianza debe
medirse por los parámetros correctos, que muchas veces no resultan los
prioritarios:
La felicidad del niño: Este
es el fin principal de una buena crianza, la verdadera felicidad la obtienen
quienes están emocionalmente equilibrados, que saben que cuentan con el amor
incondicional y la protección de sus padres y que van desarrollando dentro de
sí todos los recursos para manejar las diversas situaciones que se le presenten
a lo largo de su vida. Un niño no viene a competir, ni a demostrarle a alguien
que es mejor en algún ámbito, viene a aprender desde el amor, a relacionarse de
manera armoniosa, a descubrir sus pasiones, a conocerse y especialmente a ser
feliz.
Libertad
para descubrir lo que quiere y no adaptarse a lo que quieren los demás: Los
niños tienen contenido propio, como todos los seres humanos, tienen talentos,
tienen sueños, tienen habilidades, todos son brillantes. Forzarlos a tomar un
camino es cortarle las alas, debemos aprender a establecer límites en cuanto a
la guía que le brindamos, diferenciándola de la imposición o manipulación. Si
enseñamos a los niños a pensar y no qué pensar, les estaremos dando las
herramientas que los harán triunfar en lo que quieran.
La seguridad y la confianza
que se desarrolla en el niño: Un niño debe ser respetado desde que existe, y en
él se debe fomentar la seguridad y la confianza en sí mismo, con la finalidad
de que sepan enfrentar sus miedos a lo largo de la vida y actuar a pesar de
ellos, que no sean personas sumisas, que no acaten órdenes, porque la vida no
es un cuartel y cada persona debe crecer conociendo su poder de decisión.
El
tiempo que se le dedica: El amor y el tiempo son los mejores
regalos que se le pueden ofrecer a un niño, muchas veces llenamos espacios con
cosas materiales, estamos tan cansados que preferimos que los niños jueguen un
videojuego con tal de que no nos interrumpan los pocos minutos que tenemos
disponibles. Pero debemos considerar que ésta es la mejor inversión, establecer
una buena comunicación, entender su mini mundo, saber cómo piensa y qué ha
aprendido, los hace sentirse importantes y nos permite preparar el terreno
donde queremos jugar mañana.
La
tolerancia: Debemos recordar siempre que nosotros somos
los adultos, que ellos son niños, formándose, aprendiendo a conocer y manejar
sus emociones, reprimirlos solo le hará daño. Entendámonos como cuidadores y
observemos que cuando reprendemos a un niño, no se trata tanto de lo que haya
hecho el niño, sino cómo nos sentimos nosotros o bien qué personas están
observando nuestro desempeño como padres. No tengamos prejuicios con abrazar y
soportar a un pequeño en medio de una pataleta, vayamos a arrullarlo cuando se
despierte de madrugada, tengamos paciencia cuando pinte las paredes, son niños
y están aprendiendo, si enseñamos desde el amor y la paciencia, los resultados
serán maravillosos.
La
transmisión de información vital: Muchas veces creemos que como están
pequeños, los niños no son capaces de entender cosas importantes, pero lo que
debemos hacer es adaptar nuestras explicaciones a sus capacidades. Inculcarle
el agradecimiento, la educación, el orden, el amor por la vida, por los
animales, por el planeta, el respeto por los mayores, una guía de soporte espiritual,
el disculparse cuando no hacemos las cosas de la mejor manera y cualquier otra
cosa que consideremos de interés e importancia para lo que será su vida.
Evidentemente, el amor: La
mayoría de sus padres ama a sus hijos, inclusive más que a nadie en la vida,
sin embargo, esto no es garantía de hacer las mejores cosas por ellos. Siempre
podemos equivocarnos, pero cuando actuamos realmente desde el corazón,
escuchando nuestra intuición, prestándole atención a nuestros instintos, será
más complicado que las cosas salgan mal.
Hablemos desde el amor, aun
cuando estemos molestos, dejando atrás los patrones de imposición,
autoritarismo y el respeto ganado en el marco del miedo, actuemos desde el
amor, aunque estemos cansados y nos sintamos agobiados, cuestionemos todo
aquello que los intimide, que los acobarde y que por sentido común resulte
dañino para ellos a lo pargo de sus vidas. Esos pequeños merecen un esfuerzo y
cuando se hace desde el corazón resulta el esfuerzo que con mayor gusto
hagamos.
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