¿No es curiosa la humanidad? Hay tanta gente que se pasa
la vida en una loca carrera contra el reloj, inmersos en la rutina, ocupados haciendo
miles de cosas, y en el tiempo libre, se distraen frente al televisor,
conectados a Facebook o rodeados de gente, ruido y embotados por el alcohol o
las drogas.
Vivimos la mayor parte del tiempo en automático,
acelerados por la acumulación de tareas pendientes, casi sin prestarnos
atención. En esta vorágine de hacer y no ser, se pierde lo esencial, que no
está afuera, sino adentro. Hemos aprendido a olvidarnos de nosotros mismos.
El miedo a nuestras emociones más íntimas
La soledad puede ser aterradora para algunas personas,
quienes con tal de estar acompañadas, sacrifican la calidad de las relaciones.
Este miedo a la soledad muchas veces refleja que, en el fondo, existe el miedo
de entrar en contacto con las más íntimas emociones, las cuales pueden ser
desagradables o dolorosas. Es preferible, entonces, distraerse o adormecerse
con cosas externas…
Pero si las necesidades emocionales no son escuchadas y
atendidas, si no nos aceptamos a nosotros mismos incondicionalmente con
nuestras debilidades y fortalezas, andaremos por la vida usando una máscara,
pretendiendo ser lo que no somos para buscar en los demás la aceptación que
nosotros mismos nos negamos.
El ser humano no nace siendo un zombi emocional. Los
bebés no juzgan sus emociones, simplemente las sienten y las expresan. Puede
ocurrir que durante el proceso de socialización, el niño sea ignorado, herido,
ridiculizado o abusado. Ante esto, el único recurso que tiene es enterrar en el
inconsciente el dolor que experimenta, porque aún depende de los demás para
sentirse digno de amor y de respeto.
Al llegar a la edad adulta, es imperativo asumir la responsabilidad
por la salud emocional y ocuparse de sanar las heridas y de llenar las
carencias del niño interno. De lo contrario, vivirá con un vacío interno que
tratará de llenar en vano con relaciones superficiales.
Amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás
Nuestra tarea primordial, entonces, es aprender a ver,
amar y valorar lo más precioso que tenemos, que es nuestra esencia. Mientras
más aprendemos a amarnos a nosotros mismos, mayor es el deseo de compartir
nuestro amor con los demás, porque el amor auténtico es expansivo por
naturaleza.
Esta onda expansiva es imparable, y es entonces
inevitable querer compartir este amor con los demás, pero no ya desde el vacío
y la máscara, sino desde la plenitud y la autenticidad. Desde lo más profundo de
nuestro interior, desde nuestra esencia.
La razón de ser de una relación es aprender, crecer,
amar, divertirse y disfrutar de la mutua compañía. Porque al fin de cuentas,
nuestra verdadera misión en este mundo es expandir nuestra capacidad de amar,
tanto a nosotros mismos como a los demás. Cuando comprendemos y vivimos en
función de esa misión, descubrimos que amar auténtica e incondicionalmente es
el mayor tesoro que podemos encontrar.
No hay lujo,
placer, ni logros, ni posesiones, ni riquezas que puedan sustituir la plenitud
que produce el verdadero amor incondicional
Pero tenemos que empezar por amarnos y aceptarnos a
nosotros mismos. Amarse a uno mismo provee a cada miembro de la pareja de la
seguridad y la confianza que suele buscarse en el otro. Pero, en vez de tratar
de obtener amor del otro, y hasta de exigirlo, comparten el amor que tienen por
sí mismos con su pareja. Irónicamente, le están dando al otro lo que siempre
han querido de éste, pero que antes no eran capaces de dar.
El autoabandono y el autorechazo son unas de las mayores
causas del fracaso de las parejas, y aprender a amarse a sí mismo realmente
ayuda a sanar las relaciones. Amar es lo más maravilloso que hay, pero no se
puede dar lo que no se tiene. Hasta que no aprendemos a amarnos a nosotros
mismos, no se puede amar al otro.
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