Ciertamente la experiencia
de convertirnos en padres no tiene comparación con nada que podamos haber
vivido, con ningún otro logro por satisfactorio que nos haya podido parecer. El
hecho de tener un hijo, despierta en nosotros algo que va más allá de lo entendible,
es como ver nuestro corazón latir fuera de nuestro
cuerpo.
El solo hecho de hacernos
padres nos hace experimentar cambios de toda índole, nos hace grandes en todo
sentido, maduramos una serie de aspectos de nuestro ser, establecemos nuevas
prioridades, nuestra manera de ver la vida cambia, nos convertimos en personas
que sienten más a través de sus hijos que por sí mismas.
Ser padres trae consigo
satisfacciones que se van cada vez a más, desde que el bebé se forma en la
madre, con esa perfección, con ese nivel de detalle y esa magia propia de la
gestación, pasando por sus sonrisas, sus primeras palabras, sus primeros pasos,
la manera cómo van desarrollando su personalidad, con gustos propios, con carácter propio, con su manera particular de
apreciar la vida…
A medida que van creciendo
vemos como son personitas que nacieron de nosotros, que no nos pertenecen, pero
que a la vez sentimos tan nuestros, nos sentimos tan responsables de sus pasos,
del camino que tomen, que vivimos en una disyuntiva constante para que hagan
con sus vidas lo que quieren o lo que nosotros queremos. Nos encanta verlos
felices, su felicidad mucha veces se vuelve más importante que la nuestra.
Así
como tenemos satisfacciones constantes, pasamos por miedos, angustias,
decepciones, lecciones, que solo desde el enfoque de padres se puede vivir. Ser
padres puede inclusive hacernos sufrir, por no saber si lo estamos haciendo
bien, por no sentir que nuestras maneras son las más adecuadas, porque las
cosas no resultan como las esperamos, por cualquier rechazo que sufra el niño,
por cualquier crítica…
Sabemos que no venimos con
manuales para padres, sabemos que es un proceso que se desarrolla en directo,
no tenemos posibilidad de ensayar antes, por más experiencias cercanas que
tengamos a las de padres, solo el tener un hijo nos permite tomar para nosotros
uno de los roles más importantes y determinantes, la formación de una persona.
Sí, nos
equivocamos, quizás hay maneras de hacerlo mejor, pero si escuchamos la guía de
nuestro corazón, podemos estar tranquilos de que haremos un buen trabajo. El
amor y el tiempo dedicado a un hijo son los mejores regalos que podemos darle,
son los que acallarán sus llantos, usarán de apoyo en los tiempos difíciles,
los formará como un ser que sabe amar, los guiará en la toma de decisiones y
los ayudará cuando ya no podamos estar para sujetarle la mano y guiarle en su
camino.
Qué honor resulta ser madre
o padre de alguien, independientemente de las mediciones convencionales, qué
grato poder amar de manera tan incondicional y sin duda la experiencia que nos
hace más grandes a través de alguien que comienza desde cero.
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