A veces, es mejor respirar profundo y quedarnos callados

Dicen que el silencio es el arte que alimenta la sabiduría, por ello en ocasiones no hay más remedio que hacer uso de él para responder con acierto, para no continuar con conversaciones y hechos que no valen la pena. Respirar profundo y quedarse callados en ciertos momentos es la mejor opción que podemos tomar.
Resulta curioso como quienes llevan muchos años trabajando en psicoterapia ven muchas veces en el propio silencio del cliente un avance considerable en el proceso de curación. Para muchos puede resultar algo contradictorio puesto que la terapia se construye con un intercambio poderoso a través de la palabra. Así, el medio es ese diálogo que actúa como una energía que confronta, que ahonda, que despierta y reconstruye.

“El silencio es un amigo que nunca traiciona”
-Confucio-

Sin embargo, ese silencio repentino, en que la persona se queda callada un instante y toma aire, marca muchas veces un instante crucial. Es cuando toma plena conciencia de sus emociones, es cuando se da cuenta de algo que hasta el momento no había percibido. Es, también, cuando la persona se encuentra más centrada que nunca al armonizar pensamientos y emociones, y el pasado, se queda a un lado para centrarse con autenticidad en el momento presente.

El silencio, en ocasiones, actúa como un despertar de la conciencia, y eso es algo excepcional. No solo nos sirve para gestionar mejor conversaciones o situaciones puntuales, es también un canal donde tomar contacto con nosotros mismos para dejar de “hacer” durante un instante y, simplemente, “ser”.

Estamos pues ante un tema con interesantes matices y curiosos aspectos que pueden servirnos de gran ayuda en el día a día. Te invitamos a profundizar en los múltiples aspectos del silencio y en el arte de quedarnos callados.


El ruido mental, el ruido que nos envuelve y nos devora

Vivimos en la cultura del ruido. No nos referimos precisamente a la presión del sonido ambiental, al ronroneo persistente del tráfico, al ronquido perpetuo de las fábricas o al eco de las grandes ciudades que nunca duermen. Hablamos del ruido mental, ese alboroto de emociones contrapuestas. Una cacofonía mental que produce no solo que dejemos de escuchar a quien tenemos enfrente, sino que a menudo provoca que dejemos de escucharnos a nosotros mismos.

Estamos influenciados por un tipo de comunicación donde la voz entusiasta, la que grita y no deja pausas es la que triunfa. La vemos en nuestros políticos, la vemos en muchas de nuestras reuniones de trabajo, ahí donde quien guarda silencio se le etiqueta al instante como a alguien poco decidido o falto de carisma. De hecho, el ensayista y periodista George Michelsen Foy-, hizo un estudio para demostrar que en la cultura occidental la persona que guarda silencio antes de responder es vista con desconfianza o con sospecha.
Las conversaciones se ensamblan muchas veces a través de frases y palabras que no pasan por un adecuado filtro mental o emocional. Se nos olvida que gestionar el lenguaje y la palabra es también el arte de la inteligencia, ahí donde el silencio, es a menudo un punto de paso necesario.

Detengámonos, al menos un instante, para encontrarnos. Es necesario pararnos para ver y sentir al otro. Comprendamos pues que no hay nada malo en coger aire y quedarnos callados en medio de una conversación. Tal vez lo que digamos tras esa pausa sea la solución al problema o la llave para recuperar nuestra relación.

Quedarnos callados y regalar silencio puede ser un castigo

George Bernard Shaw decía que “el silencio es la expresión más perfecta del desprecio”. Así, debemos tener mucho cuidado en cómo lo utilizamos, en cómo lo aplicamos en función del contexto y las personas receptoras de eses silencio. Hasta el momento, hemos dejado claro que el uso del silencio es una herramienta perfecta para gestionar las propias emociones, para centrarnos en el aquí y ahora y poder emitir así una respuesta o un tipo de acción más acertada.

“El que no sabe estar en silencio no sabe hablar”
-Ausonio-

El emprendedor, investigador y conferenciante Luis Castellanos nos habla de este mismo tema en su libro “La ciencia del lenguaje positivo“. El silencio es una pausa para nosotros mismos. Quedarnos callados es algo necesario, por ejemplo, cuando volvemos del trabajo y estamos a punto de entrar a casa. Algo tan sencillo como respirar profundo y  permanecer en silencio unos segundos puede alejar la presión y la ansiedad de ese otro contexto que no debemos proyectar en casa.

Ahora bien, algo que estaría bien tener en cuenta es que el silencio puede actuar muchas veces como un cercenador de la calidad de nuestras relaciones personales. Son las palabras las que educan, son las palabras las que sanan y ellas quienes nos ayudan a tender puentes, a crear raíces y consolidar nuestros vínculos a través de un lenguaje positivo, empático y cercano.

De ahí que debamos tener muy claro que el silencio no es un castigo positivo para ningún niño, que cualquier mal acto, travesura o desatino no se soluciona con retirarle la palabra o con renegarle a la soledad de su habitación. Con ello, lo que hacemos muchas veces es alimentar la ira. En estos casos la comunicación es imprescindible, esencial para cambiar conductas, para reconocer errores y prestar ayuda hacia la mejora.

Hagamos pues un buen uso del silencio. Hagamos de él nuestro palacio de calma donde reencontrarnos, donde armonizar emociones, donde calmar la mente y para encontrar en él, la mejor respuesta, la palabra más hermosa para el momento más necesitado.

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