Es frecuente que ocurra en
las parejas, pero también suele suceder entre padres e hijos, entre amigos y en
casi cualquier tipo de relación humana. Estamos hablando de ese tipo de
situaciones en la que una de las partes pide, reclama o exige con gran
contundencia, pero a la hora de dar, se muestra mucho más conservadora y
tacaña.
Este tipo de personas
sienten como si lo merecieran todo, a cambio de nada. También se caracterizan
por ver “la paja en el ojo ajeno”, pero no la viga en el propio. Para
completar, son en extremo manipuladores y muchas veces consiguen que otros
crean, de verdad, que tienen que complacerlos a cambio de nada y hasta les
hacen sentir culpables cuando no cumplen con ese patrón.
“Contra el vicio de pedir hay la virtud de no dar”
-Refrán popular-
Los
vínculos que establecen este tipo de personas son claramente explotadores. Sin
embargo, se las arreglan para que no se vean de ese modo y por eso logran lo
que se proponen: pedir mucho y dar poco, incluso con la anuencia del afectado.
Si no quieres caer en este tipo de conductas, vale la pena que conozcas cinco
tipos de situaciones que debes evitar.
No pidas que te
escuchen, si no sabes escuchar.
Es uno de los casos más
frecuentes: los que quieren siempre estar hablando y que los demás los
escuchen, pero a la hora de escuchar a otros bostezan, se distraen o, de
pronto, ya no tienen más tiempo y se marchan.
Pasa mucho con los padres
que quieren que sus hijos estén atentos a sus sermones, pero no dedican tiempo
a escuchar lo que ellos piensan. Pasa en las parejas, cuando uno de los dos se
convierte en el “soporte” del otro, como si lo hubiera adoptado. Pasa entre
amigos, entre maestros y alumnos, entre compañeros de trabajo.
Cada vez que sientas que los demás no te escuchan lo
suficiente, deberías preguntarte si en verdad tú sí sabes escuchar.
No pidas que te
comprendan, si no puedes comprender
Es otra situación muy usual.
Se da con los eternos incomprendidos, que se sienten del todo diferentes a los
demás y se quejan constantemente de la indiferencia de los demás. Para ellos,
ser comprendidos es un derecho que tienen de forma natural, pero que los otros
les niegan.
Por eso sus quejas van
orientadas a culpar a los demás, como si los otros tuvieran una obligación que
no están cumpliendo. No han descubierto que la comprensión es una flor que se
cultiva, primero en uno mismo y luego en los demás.
No pidas respeto, si no sabes respetar
El
respeto no se exige, se gana. Y dentro de las muchas
actitudes que tiene un ser humano, esta es quizás la que con mayor rigor cumple
el principio de equidad. En otras palabras, no hay otra forma de ganar el
respeto de otros, sino respetándolos y respetándote.
A veces se confunde el
respeto con el temor o la reverencia. Las figuras de autoridad tienden a
“hacerse respetar” a través de la imposición, o del miedo. Lo que consiguen es
precisamente lo que buscan: temor y sumisión, pero no respeto.
No pidas paz, si lo
que siembras es violencia
Este es uno de los casos más
paradójicos. Se hace visible en aquellas personas que gritando le dicen a otro
que nos los grite. O los que se exasperan y gritan: “¡Cuando te desesperas me
haces salir de casillas!”.
Es muy usual que las
personas agresivas pidan constantemente tranquilidad. Por lo general, culpan a
otros de sus reacciones violentas. Aparentemente, ellos no son dueños de sus
emociones; si no fuera por los demás, serían de lo más pacíficos. Y los errores
de los otros son los que los llevan a perder el control.
Olvidan que la paz no está
fuera de nosotros mismos, sino que se construye en cada uno. Pasan por alto que
cada quien debe trabajar para conseguir autocontrol y autonomía. Si sembraran
paz, seguramente eso sería lo que obtendrían en su cosecha.
No pidas perfección,
si eres tan humano como los demás
Algunas personas tienen una
opinión exageradamente positiva de sí mismas. Se asumen como modelo de los demás.
Casi siempre se trata de personas psico-rígidas que toman la adhesión a las
normas como el parámetro único para valorar a todo el mundo.
Como ellos mismos
aparentemente cumplen con lo establecido al pie de la letra, se atribuyen el
derecho de calificar, juzgar y condenar a los demás. No comprenden que quizás
lo que los lleva a ser tan escrupulosos puede ser el miedo o la represión.
No
quieren ver que hay otras formas de ver la vida, tan válidas como las suyas. Se
sienten “perfectos” sin serlo, porque nadie lo es. Pero esa fantasía justifica,
ante ellos mismos, su exigencia de perfección en los demás.
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