Muchas veces en medio de
situaciones de presión, de euforia, de emociones fuertes solemos hacer promesas
o asumir compromisos que no podemos cumplir, bien sea porque exceden nuestras
capacidades o porque no estamos en condiciones.
Es placentero asumir una
promesa y ejecutarla, le da valor a nuestra palabra, a nuestras intenciones,
nos hace proyectarnos como personas maduras, capaces de ejecutar lo que decimos.
Pero ante la duda de poder hacerlo, siempre será preferible, mostrar nuestra
intención sin hacer una promesa o sencillamente no decir nada y solo tomar
acciones que demuestren nuestros compromisos.
Cuando marcamos el
precedente de una promesa no cumplida, a partir de ese momento nuestra palabra
pierde el sentido, no solo ante quien se ha visto defraudado, sino ante
nosotros mismos. Le restamos importancia a lo que digamos porque sencillamente
no representa un compromiso… A fin de cuentas algo en nuestro interior se
acostumbra a sentir las palabras como nubes que se desvanecen, que se lleva el
viento.
Una promesa es nuestra
palabra empeñada, es el compromiso de trabajar porque algo se dé, por hacer
cambios, por generar beneficios, por olvidar, por recordar, en fin un promesa
cuando sale del corazón, es justamente la manifestación verbal de aquello que
queremos o consideramos conveniente.
Sin embargo, cuando salen de nuestra boca, sin que
represente nuestras verdaderas intenciones, se consideran un engaño, se
consideran una burla para quien confía en nosotros y es capaz de creer en lo
que decimos. Puede ser inclusive que aun teniendo la intención de mantener
nuestra palabra, se nos dificulte el proceso en la ejecución y solo quede como
paliativo el hecho de habernos esforzado, de haber puesto todo lo que estuvo a
nuestro alcance por llegar a donde nos habíamos planteado.
En la vida estaremos de los
dos lados, del lado del que escucha la promesa y del lado que tiene la
posibilidad de plantearla, pero para no decepcionar a nadie, especialmente a
nosotros mismos, cuidemos siempre de que cuando hagamos una promesa, ésta esté
alineada con lo que queremos, eso facilitará el cumplimiento de la misma y hará
que nuestra palabra conserve el valor que merece.
Si nos hacen una promesa y
no llegan a cumplirla, tratemos de no juzgar, sino entender que las cosas
cambian, que lo que hoy queremos puede ser distinto a lo que querremos mañana,
que las condiciones varían, que nuestros intereses se modifican con el tiempo y
que no siempre nuestra capacidades estarán al nivel de los compromisos y que
algunas veces los esfuerzos pueden resultar insuficientes. Para correr menos
riesgos, es preferible no prestar tanta atención a las palabras y concentrarnos
en resultados.
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