Nuestra realidad, nuestro
ciclo vital y el día a día están inscritos en un círculo que requiere de una
armonía perfecta para que todo avance. Para que ese discurrir sea perfecto es
bueno entender que las cosas, se aceptan, se dejan o se cambian. Toda
resistencia es un palo en el camino, toda negación a la verdad es una venda más
en los ojos.
Un aspecto que está muy
presente en la psicología actual es la importancia de aprender a dejar ir, de
hacer cambios y cerrar etapas. Algo que en apariencia resulta fácil y hasta
revulsivo esconde una realidad que no podemos pasar por alto. No todo en nuestra
vida se puede cambiar, ni tampoco podemos “arrancarnos de raíz” de ciertos
espacios, de ciertas realidades donde no todo es blanco o negro.
“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te
transforma”
-Carl Gustav Jung-
Podemos llevarnos muy mal
con nuestro jefe, pero adorar nuestro trabajo y el trato de nuestros
compañeros. Podemos, por ejemplo, tener una relación muy compleja con nuestra
madre, con nuestro padre, con grandes altibajos, y no por ello vernos en la
necesidad de romper ese vínculo de forma definitiva.
La cuestión de todo esto
desprende una evidencia muy clara: vivimos en un lienzo donde abundan los
colores grises, los azules intermedios, las mañanas de tormenta y las tardes
luminosas. Hay aspectos de nuestra vida que nos quitan la calma y a instantes
hasta el equilibrio personal. Sin embargo, todo lo que envuelve esos focos de
adversidad oscilante nos son significativos.
¿De qué manera podríamos
afrontar estas situaciones para dejar de vivir una “felicidad a medias”? A
continuación te damos las respuestas.
Hay cosas que se
aceptan, pero no sin antes hacer un cambio en ti
En la actualidad, en este
mundo donde el consumismo nos invita con frecuencia a desechar las cosas cada
cierto tiempo para reciclar lo aburrido por lo estimulante, lo antiguo por nuevo,
es difícil asumir términos como la aceptación. Las cosas que se aceptan
destilan para mucho de nosotros cierto derrotismo, cierta sensación de “no
tengo más remedio qué…”
Ahora bien, dentro de la
psicología positiva y de la propia Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) nos
ayudan a entender las cosas de otro modo. Lo primero que hay que aprender a
propiciar es una auténtica flexibilidad psicológica. Pensemos, por ejemplo, en
una ramita de brezo aferrada en una montaña donde un viento intenso golpea a
este arbusto con intensidad. No se rompe porque es flexible, no como las ramas
de los árboles, tan rígidas y obstinadas, por lo que los elementos de la naturaleza
siempre acaban partiendo.
Visualicemos ahora a esa
madre obsesiva y controladora con la que siempre hemos tenido una relación
complicada. Llega un momento en que nos hacemos la pregunta de rigor: ¿qué
hago, me alejo de ella para siempre o asumo y callo? La terapia de aceptación
no nos dirá nunca que sucumbamos, que nos dejemos vencer por sus artimañas, por
su influencia negativa. Veámoslo con detalle.
Claves de la Terapia
de Aceptación y Compromiso (ACT)
Para la
terapia de aceptación y compromiso, el sufrimiento es a menudo parte de la vida.
Sin embargo, es necesario que aprendamos a gestionarlo, a entenderlo y
transformarlo. Si practicamos la rigidez psicológica no haremos más que
alimentar ese círculo vicioso donde perder la oportunidad de elegir libremente
la conducta que queremos aplicar en nuestros problemas cotidianos.
Es bueno aprender a
reconocer nuestras emociones. Aceptar no es asumir, es entender qué me ocurre y
cómo me siento cuando estoy con alguien o cuando hago algo en concreto.
Es necesario aprender a
vivir el presente. Esperar a que las cosas cambien, a que otros actúen como nosotros
esperamos es perder el tiempo. Nuestra madre controladora no va a cambiar,
nuestro jefe explotador no será un jefe que practique la inteligencia emocional
el mes que viene.
Una vez tomamos plena
conciencia de cómo son las cosas y de que hay ciertas personas que no van a
cambiar su forma de ser o comportamiento, las aceptaremos tal y como son.
Ahora bien, aceptarlas a
ellas no significa aceptar el trato que nos dispensan. Tenemos que recordar
cuáles son nuestros valores, nuestros principios y necesidades para crear un
compromiso real con ellos.
Al aplicar estos principios,
poco a poco lograremos crear distancias higiénicas donde las palabras ya no
duelan. Ellos pueden seguir viviendo en sus altares turbulentos, porque a
nosotros ya no nos afectan. Sabemos quiénes somos y lo que valemos.
Cosas que se
cambian, cosas que se dejan
Sabemos ya que hay cosas que
se aceptan porque hemos aprendido a gestionar su impacto en nuestra vida.
Porque al fin y al cabo, el resto de aspectos que nos envuelven nos son importantes
y podemos fluir, avanzar, construir una felicidad real.
Dejar ir es mejor que retener, porque es potenciar y
apretar es limitar.
Ahora bien, también hay instantes en nuestro ciclo vital en que
apuramos cada cartucho, en que los alientos se acaban y el “aguanto
un poco más” nos ha llevado a un callejón sin salida. Son momentos de gran
dureza, de gran dificultad donde solo los valientes saben qué es lo más
adecuado: dejar ir, cambiar de aires, de vida, de escenarios.
Cerrar una puerta para abrir
otra distinta nunca será un error. La felicidad nunca está garantizada cuando
hacemos un cambio, eso es cierto, sin embargo, el peor fracaso es quedarnos
donde solo crece la decepción, ahí donde nuestra autoestima se fragmenta en un
grito ahogado, en un fenecer que nadie atiende.
Aprendamos a aplicar en
nuestra vida ese sencillo principio donde el miedo o la indecisión no tienen
cabida: las cosas se aceptan, se cambian o se dejan.
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