Muchas veces cuando
atravesamos tránsitos que nos generan dolor, el mecanismo de evasión que
utilizamos es callar, es ocultar, es evadir, es tratar de taparlo, sin darle
los cuidados que requiera y esto lo que produce es que en nuestro interior ese
dolor se haga mayor y hable a través de nosotros más allá del reconocimiento
que pudimos haberlo dado.
Cuando sentimos una pena, no
debemos callarla, no se trata de ir gritando por el mundo el dolor que
sentimos, pero sí tenemos que ubicar los mecanismos más convenientes para
drenarlo, para sacarlo fuera.
Lo primero que debemos hacer
es reconocerlo ante nosotros mismos, porque aunque resulte extraño, somos a los
primeros que queremos engañar, haciéndonos pensar que no nos pasa mucho o bien
no nos pasa nada y con esto solo nos estamos negando a ver algo que realmente
nos afecta y no sanarlo, nos dañará en mayores proporciones.
Luego de reconocerlo,
debemos decidir cómo manejarlo, si no tenemos ni idea de qué podemos hacer,
podemos conversarlo con personas que nos inspiren confianza que nos puedan
ayudar a sanar nuestras heridas o bien puedan orientarnos a buscar los recursos
que consideren nos harán bien en un momento determinado.
La familia, los amigos, las
personas que nos quieren y desean vernos bien, siempre estarán dispuestos a
escucharnos, a compartir nuestras penas con ellos, así sea reconfortándonos a
través de un abrazo que nos haga sentir que por al menos un momento, duele
menos, que todos los problemas se detienen por un instante para sentir
seguridad, confianza, contención y soporte.
A veces solo nos hace falta
ser conscientes de que aunque es nuestro tránsito, no estamos solos, que
contamos con personas que se preocupan por nosotros y desean hacer lo que esté
a su alcance para ayudarnos.
Otras veces solo
necesitaremos encontrarnos a nosotros mismos, sin que nadie más intervenga,
conectarnos con nuestra esencia que parece todopoderosa y desde allí sanar,
perdonar lo que tengamos que perdonar, abandonar culpas, dejar ir lo que se
tenga que ir, reconocer lo necesario y aceptar y con estos procesos el dolor comienza
siempre a hacerse menor.
Evidentemente podremos
combinar todos los recursos que consideremos oportunos para sacar ese dolor de
nuestro ser y con esa sanación reconocernos, repotenciarnos y saber de qué
somos capaces. Las limitaciones solo se ubican en nuestra mente y más allá de
ella está lo que realmente nos define, así que usemos todos nuestros recursos
para salir de lo que nos hace daño y escoger como recinto para que se prolifere
justamente nuestro interior.
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