El amor
no se puede definir, porque definir es limitar y el amor no tiene límites. La
perfección no existe, ni siquiera en el amor. Sin embargo, es importante
aspirar a conseguir lo mejor, lo más satisfactorio y lo que nos haga sentir
bien.
Digamos que en estas
cuestiones no nos tenemos que conformar, sino que tenemos que trabajar por ser
sinceros con nosotros mismos y con nuestros sentimientos. Disfrutar de un amor
pleno y verdadero requiere de un trabajo interno previo que puede resultar
complicado. Para ello, debemos desprendernos de todas las ataduras que encierran
nuestras ideas anteriores.
No existen
medias naranjas, no nos pueden complementar, no somos la vida de nadie ni
tenemos que aspirar a serlo. Esto es complicado porque, como hemos
comentado en otras ocasiones, choca con las ideas hiper-románticas que hemos
ido absorbiendo de las historias Disney y las películas de Hollywood.
Es decir, lo que no es
saludable no es el apego, el cariño intenso o la inclinación hacia una persona,
sino el hiper-apego, o sea, la necesidad y dependencia del otro para
realizarnos.
Así, una vez que entendamos que no podemos cargar a
nadie con la responsabilidad de completarnos, de paliar nuestras carencias o de
resolver nuestros conflictos, comprenderemos lo que realmente podemos esperar
de un amor verdadero.
El amor verdadero,
el pilar de nuestro bienestar
Un amor poco saludable es
aquel en el que perdemos el norte, nuestra propia identidad y nuestras
relaciones por estar sumergidos en “cuidar” de un sentimiento que nos absorbe.
Esto no es el amor perfecto, aunque nos hayan vendido que este bonito sentir
tenga que ser tan intenso siempre que nos obligue a cambiar nuestro universo.
Tampoco
un amor verdadero es aquel que no tiene problemas o que no discute,
sino aquel que es capaz de solucionar sus diferencias o convivir con aquellos
aspectos que son irresolubles.
Un cariño y un amor saludables te enseñan a escuchar
las miradas de complicidad, a besar las caricias y a amarrar con fuerza la
realidad de ser feliz.
El amor necesita de un lugar
en el que mecerse, dormir y resguardarse. Necesita de ti para existir, porque
si no te amas no podrás amar. Y, a su vez necesita, del otro para poderse
realizar. Ambas partes son imprescindibles.
Al final te das cuenta que lo pequeño siempre es más
importante. Las conversaciones a las tres de la mañana, las sonrisas
espontáneas, las fotos desastrosas que te hacen reír a carcajadas, los poemas
de diez palabras que te sacan una lágrima. Los libros que nadie más conoce y se
vuelven tus favoritos, una flor que te pones en el cabello, un café que te
tomas solo… Eso es lo que verdaderamente vale la pena; las cosas diminutas que
causan emociones gigantescas”.
-Entre letras y cafeína-
El amor verdadero se
construye a diario
Un amor de verdad, que no de
película, se construye cada día sin leyes y sin horarios. Un amor leal no es
aquel que lo sabe todo de ti, sino aquel que no necesita saberlo y que respeta
tu intimidad.
Puede comprender tu pasado y
tu presente y no se ciega. Es aquel al que no se le traiciona, al que no se
hiere, al que no se abandona. El amor verdadero es el que no se despide porque
no se va, el que da seguridad y no miedos, el que ofrece confianza y no dudas.
La sinceridad se basa en el
respeto de redescubrir cada día las virtudes y los defectos de nuestra pareja,
de apreciar los pequeños detalles y de sumergirnos en la cotidianidad de la
permanencia del querer.
La confianza de saber que
hay un lugar en el que, aunque se desmorone el mundo, puedes estar seguro y
protegido. Un amor verdadero no requiere formar un equipo perfecto, sino uno
fuerte y decidido.
El amor perfecto es imposible, pero el verdadero sí
que existe. Es aquel al que se le conoce por lo que ofrece y no por lo que
exige. Aquel que le saca una sonrisa al alma, aquel que no somete. En
definitiva, un amor de naranjas enteras con su zumo y sin exprimidor.
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