Por: Valeria Sabater
Al final, casi sin saber
cómo, llega ese día. Algo en nosotros despierta para decirnos que ya no tenemos
edad para quedarnos con las ganas, que no nos valen los abrazos a medias, los
medios intentos y las noches sin luna. Al final, llega esa etapa en que caen
los miedos y los límites dejan de tener abismos para alzarse en oportunidades.
Decía Jorge Luis Borges en
el epílogo de sus “Obras Completas” que las personas somos nuestros pasados,
nuestra sangre, todos los libros leídos y todas las personas a quienes hemos
conocido. Sin embargo, a este listado tendríamos que añadirle algo más: también
somos lo que no pudimos hacer en su momento. Somos esos vacíos, esos intentos
fallidos donde se quedaron las ganas… esas que pesan mucho más que los errores
cometidos.
“El fracaso es la oportunidad para empezar de nuevo
con más inteligencia”
-Henry Ford-
Convencernos a nosotros
mismos de que los trenes siempre pasan para quienes saben esperar, es poco más
que un triste espejismo, una frase demasiado manida en los manuales de
autoayuda. Hay hechos que tuvieron su instante preciso, su mágica oportunidad,
la cual quedó desvanecida como el humo que escapa por una ventana abierta.
Nunca más volverán a sucederse. Sin embargo, en cada nuevo amanecer se abren
nuevas puertas por donde se intuyen vientos más frescos y espacios más nítidos
donde acercarnos con actitudes renovadas.
Antes de decirnos a nosotros
mismos aquello de “a mi edad ya no toca” o “esas cosas no son para mí” hemos de
ser capaces de despegarnos de esta triste melancolía para recuperar el hambre,
para aunar las ganas y el placer de vivir a manos llenas y con el corazón
encendido.
Las ganas nos
impulsan a salir de nuestras zonas de confort
Ya no estamos para quedarnos
solo con las ganas o para mostrar el hermoso mar que llevamos dentro a personas
que no saben nadar, que no entienden el lenguaje de nuestras olas. Llega un
momento en que detestamos el rumor de la rutina, porque lejos de conferirnos
seguridad nos parece ya como un triste invierno donde nunca llega la primavera,
y aún menos las evocadoras noches del verano.
No importa la edad que
marque nuestro carnet de identidad porque es el propio corazón quien enhebra la
auténtica juventud, esa que aún anhela nuevas experiencias, nuevos sabores.
Tenemos ganas de algo, pero… ¿cómo dar forma a esta necesidad vital?, ¿cómo
cruzar las fronteras de nuestra rutina? Puede que suene algo contradictorio,
pero a veces podemos hacer de nuestro malestar o de nuestra inquietud a
nuestros auténticos aliados para ir más allá de nuestras áreas de seguridad.
Muchos de nosotros pensamos
aún en el término “zona de confort” como esa reliquia de la psicología
motivacional de los años 80 que tanta bibliografía ha creado. Sin embargo,
aquella teoría que partió en un principio para averiguar cuál era el rango de
temperatura ambiental en que una persona se siente cómoda, demostró algo aún
más interesante: el ser humano está programado para buscar espacios neutrales
donde sentirse seguro.
Sin embargo, esa seguridad no siempre hará que sea más
productivo o que se sienta más feliz. En ocasiones, emergen nuevas necesidades
vitales.
Percibir que nuestras áreas
de confort se han quedado pequeñas, nos impulsa sin duda a cruzar las
alambradas de nuestros miedos en busca de nuevas oportunidades. Porque a veces
abrazarnos a nuestras inquietudes y malestares es el único medio de afianzar
los cimientos del progreso.
Los círculos de tu
vida y las nuevas oportunidades
Visualicemos durante un
momento el transcurso de nuestra vida. Lo más probable es que lo hayas hecho
imaginando una línea recta. A tu espalda queda el pasado, con todo aquello que
dejaste escapar, con todos tus intentos fallidos y tus caminos nunca
explorados. Por otra parte, suspendido en el dintel de tu nariz y justo en
frente, se abre sin duda tu futuro, ahí donde se perfilan todas las oportunidades
de progreso antes citadas.
Bien, en realidad no
deberíamos pensar en nuestra vida de este modo: lo ideal es visualizarla en
círculos. Peter Stange es un célebre científico e ingeniero de sistemas que
define nuestro mundo y nuestra existencia como un bellísimo sistema de círculos
conectados entre sí. Casi a modo de mandala. Son ciclos que empiezan y acaban y
que a su vez, se engarzan bellísimamente los unos con los otros. Pensar en
nuestra vida de este modo nos invita sin duda a reflexionar en varias
cuestiones.
La primera idea que debemos
deducir de esta propuesta es que las oportunidades perdidas del ayer, los
errores o los intentos fallidos del pasado forman parte de un ciclo que ya ha
terminado. Ver que hay un inicio y un final en ese ciclo nos invita sin duda a
iniciar uno nuevo con mayor solidez, sabiduría y esperanza.
En esta etapa que te
encuentras ahora cualquier cosa es posible: es un círculo abierto donde vuelves
a ser receptivo/a a todo lo que te envuelve. Las oportunidades son múltiples y
sin duda, tienes claro un aspecto, que no vas a quedarte con las ganas. Todo lo
vivido en tu pasado no queda a tus espaldas, te envuelve para servirte de
referencia, para recordar qué puertas no merecen ser cruzadas y por qué
umbrales debes pasar con total seguridad.
Vivir es al fin y al cabo
construir un precioso mandala donde todo está en movimiento. Tú eliges ahora
los colores, tú el que ya no va a quedarse con las ganas de construir la
felicidad que desea y sueña.
Este articulo fue realizado gracias a lamenteesmaravillosa Si deseas seguir leyendo artículos de tu interés sigue explorando el sitio.
Comentarios
Publicar un comentario