Por mucho que lo creamos, un
clavo nunca quitará otro clavo. Iniciar una nueva relación afectiva como quien
busca un analgésico para el dolor ante esa ruptura reciente, no es lo más
acertado. Ese clavo hendido en nuestro corazón solo podrá retirarse con el
propio martillo que lo clavó: poner otro supondría hacer el agujero más grande.
Sobrevivir a una ruptura
sentimental es algo para lo que nadie nos ha preparado. Tal y como nos explica
el doctor Vicente Garrido, a menudo solemos desesperarnos intentando buscar un
porqué. Nos cuesta comprender que a veces las relaciones naufragan porque las
personas tenemos libre albedrío, porque el amor se acaba o porque sencillamente
la otra persona no es lo bastante madura como para librar tal responsabilidad.
Es tan corto el amor y tan largo el olvido…
-Pablo Neruda-
Asumir el adiós definitivo,
la distancia y el tener que empezar una nueva vida con un vacío al otro lado de
la cama y otro más en el corazón, desespera. Nuestro cerebro entra en estado de
“alarma”, interpreta ese dolor como algo real, como un impacto muy similar al
de una quemadura. Necesitamos aliviar esa quemazón con una buena dosis de
dopaminas, con algo fácil y rápido que anestesie el dolor del alma.
Hay quien logra evitar estos
procesos llevando a cabo un adecuado proceso de aceptación, un proceso lento y
delicado, donde ir reparando una a una las piezas rotas. Otros, en cambio, se
niegan a asumir el final y buscan a la desesperada una reconciliación con la
pareja, y finalmente están los que inician un camino que no siempre funciona:
el de las relaciones de paso.
El clavo que habita
en tu corazón
La clásica expresión de que
“un clavo quita otro clavo” aparece por primera vez en el libro de Marco Tulio Cicerón
“Disputaciones Tusculanas” sobre el año 44 a.C. Este texto iba dirigido a Marco
Bruto y, en un momento dado, al hablar del mal de amores escribe lo
siguiente:“Novo amore, veteram amorem, tamquam clavo clavum, eficiendum putant”
(‘el nuevo amor saca al viejo amor, como un clavo a otro”).
Queda claro, sin duda, que
no hay nada como volver a iniciar una relación estable, feliz y madura para
darnos una nueva oportunidad, siempre y cuando, eso sí, estemos verdaderamente
preparados para ello. Porque si bien es cierto que nadie es insustituible, lo
que no somos es intercambiables. Nadie tiene por qué servir de tirita para la
angustia, de analgésico momentáneo para la melancolía del desamor no superado.
La ruptura, un
naufragio químico
Lucy Brown, neurocientífica
de la Universidad de Medicina Einstein y experta en las respuestas del cerebro
en el amor, nos explica que por término medio, superar una ruptura emocional
puede costarnos entre 6 meses y dos años. Hay muchas diferencias individuales;
sin embargo, según diversos estudios, son los hombres los que tardan más en
recuperarse. Las mujeres, por su parte, sufren un impacto emocional más fuerte,
pero superan antes las rupturas.
El final de una relación se
experimenta como un acto traumático porque nuestro cerebro está programado para
conectarnos con otras personas, y cuando construímos ese tendón psíquico basado
en el afecto y el amor, pocas cosas pueden ser tan gratificantes. Romper este
vínculo es un auténtico naufragio químico.
Si durante la primera fase
de la relación la pasión se vincula a la parte más primitiva de nuestro
cerebro, también la pérdida y ese estado
donde nos sumimos en la amargura del duelo, emerge de esa área más antigua.
Durante un tiempo, la emoción domina a la razón. Aunque poco a poco, emergemos
de estas brumas con sabor a lágrimas y soledad.
Tiempo de llorar,
tiempo de amar
El iniciar una nueva
relación, al poco tiempo de haber terminado una de forma compleja y dolorosa,
no significa que no pueda aliviarnos, distraernos, hacernos reír y disfrutar.
Ahora bien, el no hacer el duelo de forma adecuada puede generar que nos
“lancemos” al vacío con todos nuestros sentidos al máximo: tenemos hambre de
amor, de ser consolados, buscamos la intensidad y no esa calma que, seguramente,
nos haría recordar a quien ya no nos quiere.
Alguien dijo que el olvido está lleno de memoria
-Mario Benedetti-
No queremos términos medios,
y algo así puede provocar serios efectos colaterales: que la otra persona, por
ejemplo, se enamore cuando nosotros solo buscamos un tibio sucedáneo, un
anestésico emocional. Queda claro, no obstante, que cada persona es un mundo y
que tal vez, hasta ese acto arriesgado pueda salir bien; sin embargo, el
destino de todo clavo es recibir martillazos. Así que, antes de hacer un
agujero más grande, conviene hacer una reflexión en este sentido.
Iniciar una relación solo
para nutrir las carencias, las necesidades y las frustraciones supone “coger”
del otro lo que se necesita, como el ladrón que entra en la noche a robar a un
hogar. No es algo lícito.
Las personas vivimos en una
actualidad donde se lleva mucho eso de “tirar hacia delante”.Cuando nos
preguntamos unos a otros aquello de “¿cómo vas?” solemos responder siempre “muy
bien, tirando”. Es como si nuestra obligación fuera seguir siempre en pie en
esta frenética carrera donde quien se detiene, pierde.
Sin embargo, detenernos de
vez en cuando es una necesidad vital. No vivimos en el país de Alicia en el
País de las Maravillas, ahí donde la Reina Roja instaba a los suyos a correr
más rápido para sobrevivir. Nuestro cerebro también necesita la calma y esos
momentos de introspección donde recoger pedazos, donde cerrar heridas y
reconstruirse.
Hay un tiempo para llorar y
un tiempo para volver a amar, pero no para amar a otros, sino para querernos de
nuevo a nosotros mismos. Porque la mente que carga resentimientos y sueños
rotos alimenta la baja autoestima en el corazón, y nadie, absolutamente nadie,
puede volver a ser feliz con este tipo de equipaje.
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