Salvo del amor, de ningún
tema se ha escrito tanto como de las palabras, porque las palabras y el
silencio siempre buscan un equilibrio. Un proverbio chino dice “No abras los
labios si no estás seguro de que lo que vas a decir mejora el silencio”.
Nos ha ocurrido a casi
todos, que conocemos el momento preciso en el que una conversación debe acabar
y sin embargo seguimos, y al final, todo termina mal. Queremos decir demasiadas
cosas sin pensar en las consecuencias, sin ser conscientes de que a veces es
mejor callar.
Si antes de hablar
tuviéramos presente que cuando hablamos y emitimos juicios y opiniones
revelamos lo más profundo de nuestra personalidad y nos juzgamos a nosotros
mismos, probablemente no le permitiríamos a nuestra lengua ir más deprisa que
nuestro pensamiento.
“Se tarda dos años en aprender a hablar y toda una
vida en aprender a callar”
-Ernest Hemmingway-
Decir demasiado
Entre
amigos, entre familiares y entre personas a las que amamos es frecuente que no
se cuiden las formas al hablar y dejar salir lo que pensamos. Por
eso, aunque resulte banal se dice que “donde hay confianza, da asco”. Y así es.
Las palabras que
pronunciamos a las personas más cercanas a veces son más afiladas que cualquier
cuchillo, crean muros muy difíciles de derribar y hieren a las personas que realmente
queremos y estimamos.
Aunque en ocasiones nos
puede el impulso de hablar, es importante sopesar las palabras, decirnos a
nosotros mismos lo que queremos decirle a otra persona, sopesar las
consecuencias de nuestras opiniones y recurrir siempre a la cortesía y a la
amabilidad.
El arte de decir con
sabiduría y respeto
No se trata de callar
siempre y ocultar lo que pensamos, porque no podemos olvidar que lo que no se
habla de forma concreta es como si no existiera. Las palabras de aliento, las
que salen de nuestro corazón para llegar al de otra persona, esas son las que
tienen una gran importancia.
Hablar lo necesario, saber
escuchar, no hablar por hablar, porque hablar demasiado, sin pensar lo que se
dice y sin control, nos puede llevar a decir necedades o palabras que pueden
hacer daño a otra persona.
La importancia de la
honestidad
Científicos de la
Universidad de Harvard realizaron un estudio de la actividad cerebral durante
una serie de pruebas en las que se analizaba la honestidad de un grupo de
personas. Descubrieron que la honestidad depende más de la ausencia de
tentaciones que de la resistencia activa a estas.
En términos neuronales, el
resultado obtenido significa que la actividad cerebral de las personas que son
honestas no varía ante la tentación (ganar dinero haciendo trampas), mientras
que la actividad cerebral de las personas deshonestas se transforma ante la
tentación, incluso aunque no cedan a ella.
El estudio fue publicado en
la revista Proceedings of the National Academy of Sciences y ha sido dirigido
por Joshua Greene, un profesor de psicología de la Facultad de Artes y Ciencias
de la Universidad de Harvard.
Greene explica que, según
estos resultados, ser honesto no depende de un esfuerzo de la voluntad sino más
bien de estar predispuesto a la honestidad de una manera espontánea. Según el
investigador, esto puede no ser cierto en todas las situaciones, pero sí en la
situación estudiada.
Los motivos por los
que mentimos o decimos la verdad
Por otro lado, investigadores
de la Universidad Autónoma de Madrid y de la Universidad de Quebec en Montreal,
realizaron un experimento para conocer los motivos por los cuales la gente
miente o dice la verdad ante una situación determinada.
Hasta ese momento se pensaba
que siempre decíamos la verdad si nos conviene materialmente y mentiremos en
caso contrario. Pero ahora, con la investigación realizada, se ha puesto de
manifiesto que las personas dicen la verdad, aunque les suponga un coste material.
La pregunta es ¿por qué?
En este sentido se manejan
diferentes hipótesis, porque, por un lado, se entiende que la gente es sincera
porque lo ha interiorizado y lo contrario les hace sentir emociones negativas,
como la culpa o la vergüenza, lo que conocemos como aversión pura a la mentira.
Esta aversión tiene que ver con la aversión a crear una disonancia entre la
imagen que tienen una persona de sí misma y cómo realmente se comporta.
Otras motivaciones para ser
sinceros tienen que ver con el altruismo, la conformidad con lo que pensamos
que el otro espera que digamos, es decir, el deseo de no defraudar las
expectativas de la otra persona.
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Vía Arantxa Álvaro para lamenteesmaravillosa.
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