¿Cuál es tu primer recuerdo
de la infancia? ¿Te has preguntado alguna vez por qué es ese recuerdo y no
otro?
Las investigaciones indican
que los primeros recuerdos de la mayoría de las personas datan de los tres años
y medio, antes de ese tiempo se produce lo que se conoce como "amnesia
infantil". Sin embargo, estudios más recientes realizados con niños
sugieren que sus primeros recuerdos probablemente son más antiguos pero que al
crecer los vamos olvidando y nuestras primeras experiencias provienen de los
seis años.
Dime de qué cultura
eres y te diré cuál es tu primer recuerdo
Los recuerdos tempranos
varían mucho en cuanto al contenido: podemos recordar ese juego que tanto nos
gustaba, aquella vez en que nos hicimos daño o cuando nos mudamos. Sin embargo,
lo curioso es que esas primeras memorias están profundamente mediatizadas por
la cultura.
Un estudio muy interesante
realizado en la Memorial University of Newfoundland desveló que los niños
canadienses eran más propensos a recordar sus primeras experiencias de juego
solitario y las transiciones personales, como cuando comenzaron el colegio o se
mudaron de casa. Al contrario, los niños chinos solían recordar más las
interacciones familiares y escolares. Obviamente, el entorno en el que crecemos
determina la importancia que le daremos a unas u otras experiencias, en
dependencia de los valores que se promueven.
¿Por qué recordamos
algunas experiencias y no otras?
Aún no se sabe a ciencia
cierta por qué algunas experiencias ocupan un lugar especial en nuestra memoria
mientras otras se borran. No obstante, no queda duda de que los recuerdos más
tempranos de la infancia que tienen los adultos se refieren a acontecimientos
con un gran significado emocional, algunos son eventos negativos, como los
accidentes y las lesiones sufridas, otros son experiencias felices como un día
de fiesta o de excursión.
De hecho, las
investigaciones más recientes indican que nuestros primeros recuerdos podrían
no ser experiencias al azar sino que reflejan los detalles más significativos
de nuestra infancia o incluso representan una parte de nosotros que nos
interesa conservar. Por eso, se afirma que más allá del impacto emocional, para
que una experiencia se consolide y perdure en nuestra memoria es fundamental
que tenga cierta coherencia.
Esto significa que una
experiencia será más memorable en la misma medida en que creamos que es más
importante para nuestra vida. Por ejemplo, un hombre de negocios puede recordar
la primera vez que habló delante de su clase mientras que una activista por los
derechos de los animales puede recordar una experiencia de la infancia con los
animales que le haya marcado e inspirado.
Por tanto, en realidad esos
primeros recuerdos autobiográficos no se deben simplemente al azar y no se
limitan a reflejar el camino que hemos recorrido en nuestras vidas sino que
también indican en quién nos hemos convertido. Esas primeras memorias no solo
son un reflejo de la influencia del contexto cultural y social en el que
crecimos sino que también indican el impacto emocional que tuvo nuestra
infancia.
Además, esos recuerdos
también se convierten en la materia prima que utilizamos para configurar
nuestra identidad, nuestro “yo”. La persona que somos se debe, al menos en
parte, a los acontecimientos que nos moldearon, a cómo los enfrentamos e
incluso a cómo elegimos recordarlos ya que la memoria no es una copia fidedigna
de lo ocurrido sino que se reinventa continuamente.
Por consiguiente, muchos de
los recuerdos de nuestra infancia en realidad son datos que decidimos retener,
ya sea de forma consciente o inconsciente, porque son importantes para
comprender quiénes somos y por qué estamos en este punto de nuestra vida. Esos
recuerdos le dan sentido al “yo” que hemos construido, ayudándonos a atar los
cabos sueltos y a reafirmar nuestra identidad.
Por una parte, esos
recuerdos son positivos ya que nos permiten mantener cierta coherencia, pero
también pueden convertirse en obstáculos que nos impidan crecer, sobre todo
cuando se trata de memorias traumáticas. En esos casos, debemos tener presente
que no podemos regresar y reescribir nuestra infancia, pero podemos elegir con
qué recuerdos nos quedamos. Por supuesto, no se trata de intentar borrarlos
pero sí de revalorar su impacto emocional. El pasado nos ayuda a entendernos,
pero no tiene por qué definirnos y, sobre todo, no tiene por qué escribir
nuestro futuro.
Este articulo fue realizado gracias a rinconpsicologia.com Si deseas seguir leyendo artículos de tu interés sigue explorando el sitio.
Comentarios
Publicar un comentario