Intentar complacer a todos los que nos rodean es un
error que puede llevar a la infelicidad. Es importante ser uno mismo, mantener
la autoestima y priorizar a las personas que realmente nos enriquecen.
“No he cambiado, ha llegado
un momento en mi vida en que debo dar a cada persona el valor que realmente
merece”. Si en algún instante de tu ciclo vital has llegado a esta misma
necesidad, no debes sentirte culpable: priorizar es una forma básica de encontrar
el equilibrio, la felicidad.
Las personas, en nuestro
afán de complacer a todos y de tratar a quienes nos rodean del mismo modo, no
solemos tener la capacidad o la valentía de “dejar de alimentar” ciertos
vínculos que, lejos de enriquecernos, nos hacen daño.
Según un estudio llevado a
cabo en la Universidad de Claremont, en Estados Unidos, actuar de acuerdo a nuestros valores y sentir
confianza en quienes nos rodean es un modo de aumentar nuestra oxitocina y, en
esencia, de ser felices.
Se trata, al fin y al cabo,
de hacer lo que sentimos y de actuar de acuerdo a nuestro propia escala de
valores. “Yo no he cambiado, si ahora te digo que no quiero hacerte este favor
es porque va en contra de mis principios”.
Te invitamos a reflexionar
sobre estas cuestiones.
Yo no he cambiado,
soy fiel a mis valores
La clave de la felicidad no
está en acumular riquezas o en tener muchos amigos. No se trata de “acumular gente”, como quien
se enorgullece de tener miles de likes en una fotografía en sus redes sociales.
Se
trata de “tener personas que valen la pena”, figuras que nos
permitan ser nosotros mismos en cada instante sin necesidad de hacer o decir
cosas que no sentimos. Ahora bien, sabemos que esto en realidad no es nada
fácil de conseguir.
Vivimos
en una sociedad regida por las apariencias y la necesidad de “gustar a todos”
No hay que olvidarlo nunca: quien se obsesiona en gustar y complacer a todos los
que le rodean lo único que obtiene es infelicidad.
Todos pasamos esas épocas de
nuestra vida en las que necesitamos ser reconocidos. Los adolescentes buscan
ser aceptados por su grupo de iguales para sentirse integrados. Más tarde, en
nuestra época de adultos, muchos buscamos lo mismo para ser queridos por
nuestras parejas.
Quien
busca ser amado por los demás se olvida de amarse a sí mismo.
Basta con mantener en el día
a día un adecuado equilibrio: no hay que ir a malas ni estableciendo límites a
cada momento, se trata de saber convivir con respeto, tanto para uno mismo como
para los demás.
Si en tus entornos más
cercanos sientes siempre la necesidad de aparentar cosas que no eres o no
sientes, tal vez sea el momento de cambiar de escenarios. Esta situación mantenida en el tiempo puede suponernos
una crisis de identidad y autoestima.
No voy a dejar que
nadie me cambie: me gusto tal y como soy
Llegar hasta donde te
encuentras ahora te ha costado muchos esfuerzos, renuncias y gratos
descubrimientos. Nuestra personalidad tiene un pequeño componente genético, una
gran parte de nuestras experiencias y la valoración que hagamos de ellas.
Es un largo camino donde
cada aspecto cuenta y donde, ante todo, hemos adquirido un sistema de valores, creencias y actitudes
a las que no deberíamos renunciar por nada o por nadie. De hacerlo
dejaríamos de ser nosotros mismos.
Es posible que inicies una
relación de pareja y, que en un momento dado, descubras que no te conviene, que
no eres feliz. Lo más probable es que la otra persona te diga “que has
cambiado” de un día para otro y que lo que antes te gustaba ahora te desagrada.
No te dejes influir por esta
serie de comentarios. En realidad, nadie cambia de un día para otro, lo que
ocurre es que los demás no se han preocupado en conocernos de verdad.
Lo más importante es
mantener nuestra autoestima, nuestro autoconcepto y nuestro sistema de valores.
Ser pareja, así como convivir con los demás, nos obliga en muchos casos a ceder
en determinadas cosas. No obstante, esa “cesión” debe verse como parte de un
intercambio donde todos ganan y nadie pierde.
Para ser pareja, ser madre,
hijo, hermano o amiga hay que saber escuchar y establecer siempre una adecuada
reciprocidad.
No hace falta coincidir en
todo, no es preciso compartir las mismas aficiones, gustos o deseos, lo
esencial es tener una misma escala de valores.
Nunca cambies aspectos de tu
personalidad o de tu intereses para agradar a los demás o para no defraudarles.
Ser como los demás esperan que seamos es una disonancia personal que solo trae
la infelicidad.
Ten en cuenta que para no
ceder, para no dejarnos controlar por los demás, es necesario conocernos a
nosotros mismos. Recuerda
siempre cuáles son tus límites y hasta donde eres capaz de llegar sin que tu
autoestima se vea vulnerada. Vale la pena tenerlo en cuenta.
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