Muchas
veces para levantar el ánimo lo mejor es… CAMINAR. Dar
paseos lentos, rápidos, suaves, duros, rígidos y flexibles me ayudó a adelgazar
las preocupaciones de mi mente y a aliviar el corazón.
Caminar me ayudó a aligerar
el peso de mis dolores, de mis emociones y de mis pensamientos. Me ayudó a
reposar la angustia y a liberar desvelos. Porque recorrer senderos tiene algo
que nos conduce a una vida más saludable a nivel emocional y cognitivo.
¿Por qué? Existen muchas
razones, pero la principal que conviene destacar es que nos ayuda a reservar
una parcela de nuestra alma a nosotros mismos, algo que olvidamos con
frecuencia y que, sin duda, nos genera enormes problemas a todos los niveles.
Cuando la tensión te
ahogue, PONTE A CAMINAR
Cuando
la tensión te ahogue, PONTE A CAMINAR. No es un ingrediente más
de un recetario de la felicidad, pero sí que es el endulzante clave de la vida
en bienestar. Algo tan aparentemente simple puede ayudarnos a resolver
problemas y a reordenar la mesa de nuestro escritorio mental.
Esto se da la mano con la
sencilla razón que determina nuestro estado emocional y cognitivo de base. Si
bien lo que hacemos (conducta) es la punta visible del iceberg, somos quienes somos
en base a una interrelación entre pensamientos, emociones y comportamientos.
Si nos mantenemos activos, nuestra mente activará
pensamientos alternativos y apaciguará emociones que devastan nuestra capacidad
para hacer frente a las dificultades. Por ello ponernos en marcha acaba
resultando tan positivo para nosotros.
Para que quede del todo
claro no podemos olvidar, en ningún orden de nuestra vida, que cada
comportamiento determina y está determinado por pensamientos y emociones. Estos
tres pilares conviven en nuestro interior como si del engranaje de un reloj se
tratara.
¿Sabías que se puede
meditar caminando?
John Kabat-Zinn, el padre el
mindfulness en Occidente, plantea que una manera sencilla de añadir conciencia
a nuestra vida consiste en practicar la meditación mientras caminamos. Es
decir, de lo que se trata es de llevar nuestra atención a la experiencia real
de caminar cuando lo hacemos.
Esto no es otra cosa que
caminar y saber lo que hacemos. No obstante, cabe aclarar que no significa que
debamos mirarnos a los pies. Cuando procuremos hacer esto nos daremos cuenta de
que nada es tan sencillo como parece.
Es raro
que solo caminemos incluso en aquellas situaciones en las que “solo salimos a
dar una vuelta”. Habitualmente caminamos porque queremos ir de
un sitio a otro, lo cual acaba determinando que nuestro cuerpo solo sea el
vehículo de nuestra mente.
Así, tal y como
afirma de manera muy elocuente el experto ya citado en su libro “Vivir con
plenitud las crisis”:
“(…) con frecuencia, el cuerpo es realmente el chófer
de la mente, llevándola, a gusto o a disgusto, y cumpliendo con la orden. Si la
mente tiene prisa, el cuerpo corre. Si la mente es atraída por algo
interesante, la cabeza gira, y el cuerpo cambia de dirección o se detiene.
Además, y por supuesto, las ideas de todo tipo van cayendo en cascada por la
mente al igual que lo hacen cuando estamos sentados y respiramos. Y todo esto
ocurre sin que nos demos cuenta”.
El proceso de
meditación a través del acto de caminar plantea la necesidad de:
-Realizar el esfuerzo de darnos cuenta de cuándo un pie se pone en
contacto con el suelo y cuando nuestro peso se apoya en aquel, de cuando el
otro pie se levanta y se adelanta y, acto seguido, desciende para, a su vez,
ponerse en contacto con el suelo.
-Si la mente se nos escapa
de los pies o piernas o de la sensación de cómo anda el cuerpo, con toda
tranquilidad y sencillez la devolvemos allí en cuanto nos demos cuenta de ello.
-No es necesario que miremos
nuestros pies, pues ellos ya saben cómo caminar solos. Al principio incluso
resultaría positivo no mirar lo que nos rodea, pues así evitaremos que nuestros
pensamientos comiencen a navegar y a distorsionar el proceso de meditación y de
abstracción sobre el mundo. Recordemos que se trata de experienciar la actividad
que estamos realizando.
Después de alcanzar la
capacidad de caminar con atención plena en nuestros pies y piernas, podemos
ampliar el foco de atención al resto del cuerpo como si este fuese un todo en
movimiento por el espacio.
Esto ayuda a que la mente descanse porque,
literalmente, no tiene adónde ir y, por ello, no ocurre nada que pueda
distraerla.
Caminar meditando o sin
meditar nos ayuda a limpiar nuestra mente y a fulminar ciertas experiencias
somáticas que acompañan al desasosiego de recorrer un sendero lleno de
obstáculos (pues muchas veces, como sabemos, nuestra vida se convierte en eso).
Cualquier momento es bueno
para reservarnos a ese placer de caminar por un lugar adecuado a nuestras
necesidades. Quien lo
experimente o lo haya experimentado sabrá que, tras un largo paseo, caminar al
compás de la vida resulta mucho más fácil y satisfactorio.
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