Quien mucho discute
intentando probar su sabiduría o su verdad universal, lo único que demuestra
muchas veces es su ignorancia. Porque inteligente no es quien gana las
discusiones, inteligente es quien no las provoca y quien a su vez sabe poner
distancia cuando toma conciencia de que hay batallas que no merecen la pena.
Queda claro por tanto que el
arte de discutir tiene mucho que ver con la propia personalidad. Asimismo, la
forma en que llevemos a cabo este proceso se relaciona también con la educación
recibida y las dinámicas familiares en las que crecimos. En estos
microuniversos tan variados a la vez que complejos, muchas veces se acaba
integrando la creencia de que quien más grita, es quien se lleva la razón.
“Conserva la calma en las
discusiones, porque el apasionamiento puede convertir el error en falta y la
verdad en descortesía”
-Herbert Spencer-
Quien discute pocas veces lo
hace para acercar posiciones. Se busca desarmar, se escucha para responder y no
para entender, amplificando así malentendidos hasta crear una atmósfera de
marcada negatividad y tensiones. Si ya desde niños vimos a nuestros padres
librar auténticas contiendas basadas solo en el intercambio de rencores,
entenderemos por qué este tipo de dinámicas se cristalizan de generación en
generación.
Nadie nos inicia en el arte
de las buenas discusiones, no hay duda. Todo ello hace que no resulte nada
sencillo gestionar estas situaciones si la persona que tenemos delante es
nuestra pareja o un familiar cercano. Porque a mayor cercanía emocional mayores
son los efectos colaterales y más dañinos los arsenales de reproches que se
pueden enviar.
Te proponemos reflexionar
sobre el tema.
La teoría del 5% en las
discusiones de pareja
Todos sabemos que las
discusiones más complejas son las que se llevan a cabo a nivel de pareja. Es un
escenario descarnado, amargo e intenso donde las emociones quedan a flor de
piel. El despecho, la obcecación por imponer nuestro punto de vista a la vez
que que sentimos la necesidad -un tanto desesperada- de ser comprendidos, hace
que nuestros argumentos no sean siempre tan claros o constructivos como nos
gustaría.
En la terapia de pareja
existe una teoría que nunca falla en lo que se refiere a las discusiones. Es la
regla del 5%. Dentro de todo esa marisma de convulsas tensiones y diferencias
existe siempre un pequeño rincón en el que podemos confluir. Reconocer ese 5%
donde ambos estamos de acuerdo, no significa en absoluto que debamos abandonar
nuestra posición respecto al otro 95%.
Es, por así decirlo “una
isla refugio”, ahí donde la pareja puede sentarse para llegar a acuerdos. No
podemos olvidar que el objetivo final en nuestras discusiones a nivel de pareja
no es “ganar” sino “construir”. Algo así solo lo podremos llevar a cabo
mediante una adecuada Inteligencia Emocional, el respeto y el principio de la
reciprocidad.
“Yo soy consciente de que
nuestras dificultades económicas nos preocupan a ambos, pero pienso que
deberías compartir conmigo tus pensamientos y no cerrarte de ese modo. Tu
aislamiento me produce mal humor y también lo cargo contigo, lo sé. Ambos
alimentamos un círculo vicioso que debe terminar”.
Quien discute para tener
razón lo pierde todo
Seguro que alguna vez habrás
agitado una botella de gaseosa. Cuando retiramos el tapón, el líquido del
interior estallará salpicándolo todo. Esto mismo es lo que sucede en esas
discusiones acaloradas donde en apenas cinco segundos, lo podemos perder todo.
Dejarnos llevar por un instante de ira nos puede abocar a toda una vida de
arrepentimiento.
Las emociones son como la
gaseosa. Si las retenemos un día tras otro al tragar y callar, al bajar el
rostro y engullir, llegará ese día en el que, sencillamente, explotemos en el
peor momento. Reaccionar ante algo al segundo trae efectos colaterales.
Callarnos y aguantar tampoco es una buena opción.
Te proponemos reflexionar a
continuación sobre las estrategias que podemos llevar a cabo para gestionar un
poco mejor las discusiones.
El arte de discutir con
serenidad e inteligencia
Uno puede intentar mantener
la calma y decirse aquello de que no merece la pena. Sin embargo, todos tenemos
un “botón de alarma” que gestiona nuestro sistema límbico. Se trata de una
estructura cerebral que rige nuestra esencia más instintiva y nos susurra
aquello de “reacciona, estás ante una amenaza”.
#La clave para discutir con
inteligencia es no permitir que nos lleven hasta esa fase. Debemos evitar esta
etapa en que nuestra voluntad queda bajo las riendas del sistema límbico.
Porque es entonces cuando aflorará la rabia, el despecho y la falta de control.
#No dejes que las discusiones
se acaloren. Alarga los tiempos de respuesta, visualiza una sala de luz blanca
y serena donde entrar de vez en cuando para tomar distancia, para seguir viendo
las cosas con claridad.
#En el momento en que dejan
de existir argumentos válidos para dar el paso a los agravios, es momento de
parar. En esta fase toda discusión pasa de tener sentido para convertirse en
una batalla campal.
#Quien discute con aplomo,
agudeza y constructividad esconde en realidad todo un aprendizaje previo. Es
alguien que gestiona sus emociones y que, por encima de todo, tiene un buen
autoconocimiento y una plena seguridad en su persona.
Sabemos que en nuestro
lenguaje, la palabra “discutir” tiene una connotación negativa. Sin embargo,
hay discusiones que sí valen la pena llevarlas a cabo si con ellas, mediante el
respeto y la atención se llegan a acuerdos. Algo así solo es posible si ambas
partes invierten en un aspecto esencial: la voluntad.
Fuente: el post completo y original lo puedes encontrar en lamenteesmaravillosa
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