Lo que leerás a continuación es un artículo escrito por
Olga Karchevskaya, una psiquiatra, nutricionista y madre. Ella resume
perfectamente el respeto y amor incondicional por los niños. Aunque las
conclusiones de Olga puedan parecer un poco duras, son difíciles de
contradecir.
IMAGEN: PEXELS |
Ayer en el metro, me senté en una banca junto a una madre
con su hijo. La madre intentaba enseñarle una lección a hijo en una forma algo
tediosa y desgastada. Parecía como si siempre le hablara de esa forma. Fue algo
como esto:
- “Mamá, tengo dolor de estómago…”
- “¿Y de quién es la culpa? Te dije que no comas tanto.
No conoces tus límites y ahora te sientes así por eso. Yo como bien, en cambio
tú, ¿qué pasa contigo? ¿Por qué comes tanto? Mira tus pantalones. Pareces un
cerdito. Levántate, ya llegamos. ¿Quién va a cargar tus cosas? Siempre andas
dejando tus cosas en todas partes…”.
El niño se dio vuelta, cogió tus cosas y salió del tren.
Esta conversación me hizo sentir muy incómoda por dos razones. En primer lugar,
he escuchado muchas cosas parecidas mientras crecía. Y, en segundo lugar, yo
también le hablo así a mis hijos cuando estoy cansada o molesta.
Quería sentarme al lado de ese niño, darle una palmadita
en la cabeza y abrazarlo muy fuerte. Le diría: “No la escuches. Tú estás bien.
Solo eres un niño. No saber cuánto comer es totalmente normal a tu edad. No
eres lo suficientemente grande como para encargarte de esto. Es muy normal que
manches tu ropa, que te olvides tus cosas a veces, especialmente a estas horas
de la noche.”
En lugar de esto, lo único que hice fue cerrar los ojos y
sentí que estaba a punto de llorar. La voz de mi madre apareció en mi cabeza
diciendo frases como: “¡Porque yo lo digo!” o “¡No puedo creer que hayas hecho
esto!”. Eran dolorosamente familiar, literalmente doloroso.
Luego de que crecí, aprendí a defenderme. Nunca dejo que
alguien me hable de esa manera. Para poder recuperarme, tuve que pasar por un
año de terapias. Estuve reconstruyendo mis límites personales. Reconstruí mi
autoestima en ruinas. He aprendido a aceptarme. Hice de todo, pero cuando veo
alguna situación como esta, estas pequeñas voces aparecen en mi cabeza.
Yo vivo por mi cuenta, en una parte diferente del mundo.
Hay alrededor de 8.000km entre mi madre y yo. Raras veces nos vemos y apenas
hablamos por teléfono. Ella ha mejorado al hablar por teléfono; ha aprendido a
guardar sus opiniones sobre mi profesión para ella misma, incluso aprendió a
escribir por mensaje “Te Amo”. Se siente extraño ya que solo un par de años
atrás las cosas eran muy diferentes. Ella me llamaría luego de ver los
programas de televisión que preparaba (como nutricionista) y me preguntaría:
“Cuándo piensas encontrar un trabajo de verdad?”.
Los recuerdos de mi infancia cobran vida cuando paso un
día con ella. Este comportamiento lo adoptó de su propia infancia. Mi abuela la
trataba 5000% peor de lo que ella a mí.
Cuando era niña siempre pensaba: “Nunca le hablaré así a mis hijos”. Ahora, sin embargo, siento que
mi cerebro produce las mismas frases y con la misma entonación cuando estoy
irritada y agotada.
No estoy molesta con mi madre por no haberme dicho: “mi
preciosa”, “querida”, “cariño” hace 30 años. Yo sé cómo su infancia afectó su
comportamiento en la edad adulta. No es tan fácil cambiar toda tu mentalidad de
la noche a la mañana. Lo único que queda es simpatizar con ella y con su madre,
cuya infancia fue peor. Probablemente descubra muchas cosas que me dan miedo
como el hambre, la guerra, la revolución, etc., si miro la historia de mi
familia.
Amar a mis antecesores es lo único que puedo hacer. Por
otra parte, puedo amar a mi hijo incondicionalmente, para que, en él, esta
horrible costumbre que viene de madre en madre termine. Le pido disculpas cada
vez que ocurre algo. Le explico por qué pasaron las cosas. Le digo que lo amo 10 veces al día. Lo abrazo 50 veces al día. Le hago promesas. Me hago
completamente responsable de él. Hago todo lo que puedo.
Hago todo lo que puedo para que las pequeñas voces en su
cabeza le digan que él tiene derecho a vivir una vida plena. Él tiene derecho a
ser amado, solo por el hecho de que nació. No tiene que esforzarse para lograr
eso. Es inteligente, guapo y con mucho talento. Tiene un gran corazón y será un
muy buen hombre. De hecho, ya actúa como todo un caballero. Ni siquiera se lo
enseñe.
Cuanto más hago esto, más débiles se escuchan las voces
de mi cabeza. Todavía están allí, y lo más probable es que se queden ahí para
siempre. Sin embargo, se han convertido en un ruido blanco, como el ruido de
los carros que pasan por mi casa. Me acostumbré a ellos. Sólo estoy siendo yo
más y más.
Entiendo que esta historia se ajusta perfectamente a
muchas personas. Históricamente hemos tenido baja autoestima. Nada cambiará si
no trabajamos en nuestro amor propio. Dejemos el pasado atrás y miremos hacia
el futuro.
Escrito por Kevin Guanilo de Hoy Aprendí.
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