Por: Valeria Sabater
No lo hagas, no te estreses,
no te amargues la existencia porque nada de lo que hagas estará bien para
muchas personas. Pero, ¿qué importa? Dejar de preocuparnos por lo que no vale
la pena es ganar en salud mental, y es, ante todo, poner fin a esos
pensamientos rumiantes que nos roban la energía y la tranquilidad.
Hemos de admitirlo, esa
entrega constante hacia los demás es casi un acto reflejo en muchos de
nosotros. Es como un tendón psíquico que durante mucho tiempo ha cumplido una
función muy concreta en el ser humano: lograr ser aceptados por el grupo.
Porque quien piensa diferente o actúa mediante un egoísmo sano, a veces, queda
aislado del gran rebaño de ovejas blancas. Y eso, para muchas personas puede
ser traumático.
“La autoestima no es tan vil pecado como la
desestimación de uno mismo”
-William Shakespeare-
Sin embargo, por irónico que
parezca, cronificar esa entrega constante y absoluta hacia los demás lo que
consigue en realidad es cercenar nuestra autoestima y ahogar nuestras
ilusiones. Porque igual que hay complacientes absolutos, también abundan los depredadores
sin escrúpulos. Especímenes preparados casi instintivamente, para sacar
provecho de esas personas para las cuales, la palabra “NO” no existe o está
prohibida en su conciencia.
Lo creamos o no, la
necesidad de ajustarnos casi a cada instante a las expectativas ajenas es
también una forma de autoagresión. Poco a poco entramos en una compleja
dinámica donde descubrir que estamos siendo manipulados, que decir “sí” es ya
un acto reflejo imposible de controlar. La frustración, deriva en ira, la ira
en desconsuelo y el desconsuelo en una depresión nerviosa.
Nada es tan desolador como
alzarnos como nuestro propio enemigo solo por no atrevernos a practicar el
egoísmo sano. Te proponemos reflexionar sobre ello.
Hagas lo que hagas
no estará bien a ojos de muchos.
Caer en la obsesión por
cumplir cada cosa que esperan nuestras parejas, familia o jefes nos roba fuerza
mental. Adelgazamos en recursos emocionales y psicológicos, e incluso
desarrollamos un tipo de anemia existencial donde el tejido de nuestra autoestima
queda seriamente afectado.
Lo más complejo de todo ello
es que este sacrificio vital no siempre se ve recompensado. No todo el mundo
entiende de reciprocidad ni aprecia nuestros esfuerzos, pero aún así, seguimos
invirtiendo en ellos. Asimismo, esta dedicación mental no conoce los festivos
ni los descansos al final de la jornada.
La sobrecarga psíquica en la
que deriva la persona complaciente se intensifica aún más con los pensamientos
obsesivos y con un refrito de diálogos internos dominados por el “si no hago
esto es posible que…”he de hacerlo muy bien porque si no está perfecto puede
qué…”
Hay que tenerlo claro un
aspecto esencial. Este estrés continuado, basado en que cada vez asumimos más
exigencias de las que podemos manejar, deriva muchas veces en el ciclo de la
depresión. Albert Ellis, célebre psicoterapeuta cognitivo, nos recuerda que
este sufrimiento vital no se debe solo a esas personas que nos demandan, que
nos exigen perfección y favores envenenados. Somos nosotros quienes con
nuestras creencias irracionales, intensificamos aún más un sufrimiento que
podría evitarse.
Una de esas creencias
irracionales es pensar que la aprobación ajena nos valida como personas. Es
posible que de niños nos lo hicieran creer así. No obstante, crecer, madurar y
evolucionar es acercarse un poco más a uno mismo para descubrir que la única
persona a la cual no debemos defraudar nunca somos nosotros.
Así pues, cuanto antes
entendamos que en ocasiones, hagas lo que hagas no estará bien para muchos,
mejor. Lograremos ir a la cama con una conciencia tranquila, sin peso alguno,
sin ansiedades. Es un modo sensacional de invertir en calidad de vida.
Aquello que hagas,
que te haga feliz
No importa que no tengas una
gracia especial para contar anécdotas. Ni que te negaras a cursar esa carrera
que soñaban tus padres. Tampoco importa que tus mejores amigos se cuenten con
los dedos de una mano o que cuando te ríes, lo hagas de forma escandalosa. Nada
importa mientras seas TÚ en toda su esencia, TÚ en cada palabra dicha, en cada
acto llevado a cabo.
“Tú mereces lo mejor de lo mejor, tú eres una de esas
pocas personas que en este mísero mundo, siguen siendo honestas consigo mismas
y eso es lo que realmente importa”.
-Frida Khalo-
Cuando uno tiene la valentía
de dejar a un lado la complacencia, emerge ese ser auténtico, pleno y
maravilloso que todos llevamos dentro. Y a quien no le agrade que se de la
vuelta. A quien no le guste que tome el camino opuesto. Porque mientras haya
respeto habrá convivencia. No obstante, tal y como hemos señalado antes, el
primer paso está en respetarnos a nosotros mismos.
Cómo dejar de ser
una persona complaciente
Una persona complaciente es
uno de los seres más amables que pueden existir. Los demás lo saben, y a menudo
le sacan partido. Esto mismo es lo que nos enseñan en el libro “Egoísmo sano:
cómo cuidar de uno mismo sin sentirnos culpables” de Richard y Rachel Heller, donde además, se nos describe
ese agotamiento mental y también físico al que suele llevar este tipo de perfil
comportamental.
El primer paso para dejar de
alimentar dicha abnegación hacia los demás es reencontrarnos. Hay personas que
llevan tanto tiempo ayudando, cuidando y complaciendo que han olvidado por
completo cuáles eran sus pasiones, sus ilusiones. Aquello que les identificaba.
El segundo paso, una vez
hayamos tomado conciencia de nuestros intereses y deseos, es empezar a
practicar el egoísmo sano. Para ello, recuerda la siguiente regla: atrévete a
decir “SÍ” sin miedo y “NO” sin culpa.
Al principio nos va a
costar. Los actos reflejos no desaparecen así como así. No obstante, ten en
cuenta este sencillo consejo: deja que discurran unos cuantos minutos entre la
petición del demandante y tu respuesta, y procura que esta te haga feliz.
Ese será el momento en el
que habrás dejado de ser un complaciente.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en lamenteesmaravillosa
Excelente artículo, coincido en muchas cosas
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