Escrito por:Valeria Sabater
Soy de esas personas raras
que piensa que la riqueza no se halla en ningún bien material. Rico es quien
invierte en el respeto, quien practica la bondad sin mirar a quien. Millonarios
son los que cuentan con el respeto y el cariño de sus amigos y familiares,
porque la auténtica abundancia no está en el dinero, sino en la felicidad.
Hay gente que,
efectivamente, no es pobre por cómo vive, sino por como piensa. Todos conocemos
a alguna persona que avanza por la vida con la cabeza bien alta, ostentando el
encumbrado brillo de su posición mientras atiende el mundo con la pátina de la
soberbia. En sus corazones no hay empatía, en sus mentes no existe humildad ni
cercanía y lo más probable es que tampoco sepan a qué sabe realmente la
felicidad.
“La pobreza no viene por la disminución de las
riquezas sino por la multiplicación de los deseos”
-Platón-
Los pensamientos, valores y
actitudes son los que conforman nuestra auténtica piel, esa que se ve desde el
exterior y que nos identifica en el trato cotidiano. Quien entiende de respeto,
destaca y consolida grandes vínculos, pero quien cultiva una mente inflexible y
rencorosa, cosecha desconfianza.
Hay personas pobres muy
ricas de corazón y ricos muy pobres de afectos (y a la inversa). Somos, sin
duda, un mundo complejo y a instantes caótico donde estamos obligados a
cohabitar. De ahí una conclusión: valdría la pena invertir más esfuerzos en ese
mundo interior tan falto de nutrientes con los que conseguir un escenario más
respetuoso en el que crecer en armonía.
Te proponemos reflexionar
sobre ello.
Las victorias hechas
desde el corazón nos hacen ricos
En los pasados Juegos
Olímpicos de Río de Janeiro hubo una escena que dio la vuelta al mundo y nos
conmovió a todos. Abbey D’Agostino atleta de Estados Unidos y Nikki Hamblin de
Nueva Zelanda, chocaron durante un momento en la final de 5.000 metros. La
estadounidense, como pudo saberse después, se rompió el menisco y el ligamento
cruzado en ese mismo instante.
Ahora bien, tras ese
incidente, la neozelandesa hubiera podido apurar sus opciones recorriendo la
distancia perdida. Sin embargo, no lo hizo. Se detuvo y decidió ayudar a su
contrincante, a Abbey D’Agostino. Al final, las dos atletas recorrieron los
pocos metros que faltaban hasta la meta entre lágrimas, dolor y mucha emoción.
Fue un acto desinteresado lleno de deportividad, de bondad y de una grandeza
que nos emocionó a la mayoría.
Aquello se mereció sin duda
una medalla de oro, sin embargo, aún hubo quien llegó a decir que la atleta
neozelandesa no tenía que haberse detenido. Que tenía que haber recuperado el
tiempo perdido. Pensar que existen mentes capaces de no empatizar con este tipo
de actos nos sobrecoge. La magia del bien no es solo un valor abstracto. Es un
acto instintivo que habita en nuestro cerebro con un fin muy concreto:
garantizar la supervivencia de nuestra especie.
La escena de Nikki Hamblin
ayudando a Abbey D’Agostino nos demuestra cómo un acto de bondad consigue que
dos personas lleguen a la meta de la vida. No una, sino ambas. Así pues, más
allá de esas estrategias evolucionistas donde solo el más fuerte sobrevive, hay
muchos más actos que se basan en la empatía y la colaboración antes que en la
depredación.
Ser pobre de mente y
corazón es desperdiciar la vida
Más allá de lo que pueda
parecer, la persona pobre de mente y corazón no abunda tanto como pensamos. La
especie sobrevive, el más fuerte puede ser a veces el más noble y el mal no
siempre triunfa. La mayoría de nosotros seguimos siendo reaccionarios ante las
injusticias, ante los egoísmos y las vulneraciones. Todo ello nos demuestra por
qué actos como el de estas atletas llega a todo el mundo con tanta fuerza.
“Al pobre le faltan muchas cosas, al avaro todas”
-Publilio Sirio-
Es como si estas escenas
desintoxicaran nuestros corazones para hacernos ver que la bondad,
efectivamente, sigue triunfando, y aún más: nos contagia. No obstante, cabe
decir que el pobre de mente y corazón no siempre actúa con maldad. Lo que hay
en realidad es una falta de receptividad y de empatía. Son corazones incapaces
de ver más allá del elegante ático de su solitario mundo de egoísmos. Es algo
que hemos de asumir. No podemos cambiarlos, ni convencerlos ni aún menos pelear
con ellos.
Se trata de “ser y dejar
ser”. Porque quien es pobre de mente valores y afectos desperdicia su vida. Es
como un elemento extraño que al final, en el epílogo de su vida, descubre su
propia soledad. Envuelto en el velo de la amargura llega a la sutil conclusión
de el mundo va en su contra. Que nadie valora lo que es y lo que ha hecho.
Aunque en cierto modo es
así. La bondad siempre vence a la indiferencia y la deja de lado. Tal vez, y en
cierto modo, somos como esas bandadas fascinantes de estorninos que avanzan en
la vida como en una coreografía, sincronizados, como diría Jung. Sabemos que
hacer el bien es necesario para nuestra especie y por ello, ante un acto de
altruismo, respeto y amor, seguimos emocionándonos.
Seguimos
creyendo en la nobleza del ser humano.
Comentarios
Publicar un comentario