Por: Valeria Sabater
Con el tiempo, solemos
descubrir que el mejor estado de la vida no es estar enamorados, sino estar
tranquilos. Solo cuando una persona logra hallar ese equilibrio interior donde
nada sobra y nada falta, es cuando se siente más plena que nunca. El amor puede
aparecer entonces si así lo quiere, aunque no es una necesidad obligada.
Resulta curioso como la
mayoría de las personas
seguimos teniendo como principal objetivo hallar a nuestra pareja perfecta.
Cada vez disponemos de más aplicaciones en nuestros dispositivos móviles para
facilitarnos esas búsquedas. Tampoco faltan los clásicos programas de
televisión en horario de máxima audiencia orientados para el mismo fin.
Buscamos y buscamos en este vasto océano sin haber hecho antes un viaje
imprescindible: el del autoconocimiento.
“Nunca se puede obtener la paz en el mundo externo hasta
que hagamos la paz con nosotros mismos”
-Dalai Lama-
El hecho de no haber
realizado esta necesitada peregrinación por nuestro interior ahondando en
vacíos y necesidades, hace que a veces acabemos eligiendo compañeros de viaje
poco acertados. Relaciones efímeras que quedan inscritas en la soledad de
nuestras almohadas, tan llenas ya de sueños rotos y lágrimas sofocadas. Tanto
es así que son muchas las personas que pasan gran parte de su ciclo vital
saltando de piedra en piedra, de corazón en corazón, almacenando decepciones,
amarguras y tristes desencantos.
En medio de este escenario,
tal y como dijo Graham Greene en su novela “El final del romance” solo tenemos
dos opciones: mirar hacia atrás o mirar hacia delante. Si lo hacemos de la mano
de la experiencia y la sabiduría tomaremos el camino correcto: el del interior.
Ahí donde poner en orden el laberinto de nuestras emociones para encontrar el
preciado equilibrio.
El mejor estado de
la vida es estar tranquilos
La tranquilidad no es ni
mucho menos ausencia de emociones. Tampoco implica renuncia alguna al amor o a
esa pasión que nos dignifica, esa que nos da alas y también raíces. La persona
tranquila no evita ninguna de estas dimensiones, pero las ve desde esa
perspectiva donde uno sabe muy bien dónde están los límites, dónde esa
templanza que como un faro en la noche alumbra nuestra paz interior.
¡Qué bella es la tranquilidad!-
-Periandro de Corinto-
Vivimos
en una cultura de masas donde se nos insta a buscar pareja como si de este modo
pudiéramos alcanzár por fin la ansiada autorrealización.
Frases como “cuando tenga novia asentará la cabeza” o “todas tus penas se
aliviarán cuando encuentres a tu hombre ideal”, no hacen más que anular de
forma constante nuestra identidad para erigir una idealización absolutista y
errónea del amor.
El mejor estado del ser
humano no es pues amar hasta quedar anulado. No es darlo todo hasta que
nuestros derechos vitales queden difuminados solo por ese miedo insondable a
estar solos. El mejor estado es estar tranquilos, con una adecuada armonía
interior donde no quede espacio para los vacíos, para los apegos desesperados o
las idealizaciones imposibles.
Porque el amor, por mucho que nos digan, no siempre lo
justifica todo. No si implica abandonarnos a nosotros mismos.
Cómo hallar la
tranquilidad interior
Antoine de Saint-Exupéry
dijo una vez que el campo de la conciencia es limitado: solo acepta un problema
a la vez. Esta frase encierra una realidad evidente. Las personas acumulamos en
nuestra mente un sinfín de problemas, objetivos, necesidades y anhelos. Lo
curioso de todo ello es que hay quien llega a creer que el amor lo soluciona
todo, que es ese bálsamo multipropósito que todo lo resuelve, que todo lo
ordena.
“En los lugares tranquilos, la razón abunda”
-Adlai E. Stevenson-
Sin embargo, antes de
lanzarnos al vacío esperando tener suerte en el amor, lo más adecuado es ir
poco a poco. Lo primero
será hallar esa calma, esa tranquilidad interior donde reorganizar nuestros
puzzles personales para adquirir fuerza y templanza.
Reflexionemos ahora en una serie de dimensiones que nos pueden ayudar a
lograrlo.
Claves para hallar
el equilibrio interno
Lo creamos o no, a lo largo
de nuestro ciclo vital siempre va a llegar este momento. Ese instante en que
nos digamos a nosotros mismos “deseo
calma, quiero encontrar mi equilibrio interior” para estar tranquilos. Es un
modo excepcional de favorecer nuestro crecimiento personal y para lograrlo, nada
mejor que promover estos cambios.
Lo primero que haremos es
aprender a discriminar qué relaciones de las que contamos en este presente, no
nos son satisfactorias. Nadie podrá hallar esa ansiada tranquilidad si cuenta
con un vínculo dañino entre esos lazos familiares, de amistad o de trabajo.
El segundo paso es tomar una
decisión esencial: dejar de ser víctimas. En cierto modo, todos lo somos en
algún aspecto: víctimas de esos lazos dañinos antes referenciados, víctimas de
nuestras inseguridades, de nuestras obsesiones o limitaciones. Hemos de ser
capaces de reprogramar actitudes para alimentar el coraje suficiente como para
derribar todas estas alambradas.
Una vez conseguidos los dos
pasos anteriores, es necesario llegar a un tercer y maravilloso escalón.
Debemos tener un propósito, una determinación clara y definida: ser felices.
Hemos de cultivar esa
felicidad sencilla en la que uno, por fín, se siente bien por como es, por lo
que tiene y por lo que ha logrado. Esa
complacencia nutrida por las raíces del amor propio nos aportará sin duda un
gran equilibrio.
Las personas en cuyo corazón
respira el equilibrio y en cuya mente habita la tranquilidad, no ven el amor
como una necesidad o como un anhelo desesperado. El amor no es algo que llega para rescatarlas, porque
la persona tranquila ya no necesita ser salvada. El amor es un
tesoro precioso que uno encuentra y que decide, por propia libertad y voluntad,
cuidarlo como la dimensión más hermosa del ser humano.
Imágenes cortesía de Francine Van Hove
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en lamenteesmaravillosa
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