El duelo no tiene una fecha de caducidad…

Ayssa Pierse, una escrito, escribió un artículo muy conmovedor sobre los sentimientos y emociones que tuvo después de la muerte de su padre. Durante 7 años estuvo llegando a conclusionefs importantes, y finalmente llegó aquí:
IMAGEN: PEXELS
Mi padre falleció de un ataque al corazón cuando yo tenía 16 años. Fui a la escuela un 14 de abril del 2008 teniendo un padre y regresé por la noche a casa sin uno. Pronto me encontré tratando de lidiar con coctel de emociones desconocido para mí – un dolor tan abrumador que no le desearía a nadie.

Perdí la capacidad de tomar decisiones simples como a qué restaurante ir o qué ver en la televisión. Nada tenía sentido esa semana.

Mi papá había sido mi mejor amigo, aunque no en el sentido de que trato de actuar como alguien de mi edad o me permitió escaparme. Por el contrario, mi padre era muy estricto, siempre me presionaba para ser una mejor persona.

Él era mi mejor amigo de la forma en la que yo podía ir siempre hacia él con cualquier problema y siempre recibiría un consejo honesto e imparcial de su parte. Me obligó a ver lo bueno que hay en mí en lugar de lo negativo. Podía llorar delante de él sabiendo que no se sentiría incomodo ni me trataría de evitar.

El día de su muerte tuve que aceptar que no podía confiar en nadie más que en mí. Eso ya me parecía muy desafiante, pero, además, tenía la carga adicional de saber que mi familia dependía de mí. Yo era el hombro de mi madre y el soporte de mi hermana menor que no dejaba de llorar.

Como la hija mayor, me convertí en la segunda al mando luego de mi madre. Ella confió en mi para realizar la planificación de los detalles funerarios y para asegurarme que todos los papeles estuvieran en orden. No me importó tener más responsabilidades ahora ya que sentía que al ayudar a mi mamá estaba devolviendo un poquito de todo lo que hizo mi papá por mí.

Creo que mi mayor defecto siempre ha sido centrarme en el futuro en lugar de vivir adecuadamente el presente. Y no me sorprende que ahora, con la muerte de mi padre y las nuevas responsabilidades que me otorgó mi madre, mi respuesta al dolor sea a largo plazo.
Lloré toda la semana después de su muerte. Lloré junto con todos los demás en el funeral. Seguramente eso era todo lo que suponía que era el duelo, ¿verdad?

Cuando terminó el funeral y la casa ya no albergaba a todos los parientes, decidí retomar mi vida desde donde estaba antes de la muerte de mi padre.

Evité vivir en el “ahora” porque el presente era demasiado doloroso, pero al mismo tiempo traté de convencer al resto del mundo de que yo era una mujer fuerte y que podía ocuparme de mi dolor. Me quedé concentrada en entrar a la universidad y hacer todas las cosas que sabía que mi padre habría querido para mí.

Esto funcionó bien hasta mi último año de universidad. Estaba en la lista del decano; acababa de ser aceptada en la escuela de postgrado y la graduación estaba a la vuelta de la esquina. Hasta que mi novio me propuso matrimonio.

Todo fue hermoso, excepto que no esperaba que él me propusiera matrimonio con el anillo de compromiso de madre, el mismo anillo que mi padre había comprado. Había ahora un recordatorio de mi padre brillando en mi dedo todos los días que no podía ignorar.



A pesar de ser uno de los momentos más felices de mi vida, mi compromiso causó que toda la tristeza que había enterrado empezara a brotar con tal vigor que se sentía como el día de la muerte de mi padre. No podía correr a casa a decirle a papá la feliz noticia. Él no estaría el día de mi boda para dejarme en el altar.

Me di cuenta de cuánto me había estado mintiendo. No había terminado de llorar porque no había empezado a llorar en primer lugar. Había estado tan concentrada en asumir el papel de responsable de la casa que no me daba la oportunidad de sentirme enojada, resentida o deprimida, o de encontrar la aceptación que realmente necesitaba para seguir adelante. 

Recuerdo que durante el funeral la gente se me acercaba y me decía que las cosas se harían más fáciles con el tiempo. La verdad, no creo sea así. He decido que el dolor nunca termina. Sólo encontramos con diferentes maneras de lidiar con él en nuestras vidas.

Ahora que tengo 24, pretendo ser una mujer estoica y sin emociones, una mujer profesional, pero hablar de mi padre con la gente todavía me derrite como mantequilla. Pienso en él y escribo sobre él mucho más ahora que lo hice en el pasado, y eso está bien. No hay límites de tiempo para el dolor que no sean los que nosotros mismo nos obligamos a establecer.

Si pudiera hablar con mi yo de 16 años, le diría que no debería sentirse culpable por su tristeza. Tiene derecho a sufrir lo que quiera, por todo el tiempo que quiera. Más importante aún, le diría que es importante resolver esos sentimientos en lugar de ocultarlos o poner a otras personas antes que ella.

Admito que ciertos recuerdos de papá un provocan una punzada de angustia. Siempre sentiré un enorme vacío en mi vida sin él aquí. Pero soy consciente de cuánto de él aún vive conmigo, en mi sonrisa, en mis pasatiempos y los recuerdos compartidos con personas que son parte de mi vida y tuvieron el honor de conocerlo.

La clave para el duelo no es detenerlo tan pronto como sea posible. El dolor no puede ser apagado a voluntad, a pesar de cuánto tiempo pasé tratando de convencerme de que si podría. Lo que importa es que reconozcamos que estamos sufriendo y tratemos de encontrar la bondad en nuestra vida a pesar de ello.  

Solía mirar mi aniño de compromiso y sentirme entumecida por la tristeza, tanto por el pasado, como por las cosas que nunca podrán ser. Pero adopte una nueva perspectiva, que me permite mirar a mi anillo y verlo como un regalo de mi padre, y saber con certeza que puedo seguir adelante y encontrar la misma felicidad que mis padres tuvieron.
Mi padre nunca va a desaparecer de mi vida; Sólo que me habla de maneras que requieren que lo escuche cuidadosamente.


Escrito por Kevin Guanilo de Hoy Aprendí. 

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