Escrito por:Raquel Lemos Rodríguez
La gran trampa de juzgar a los demás
Todos
hemos caído alguna vez en la terrible trampa de juzgar a los demás. Pero, ¿por
qué nos referimos de esta manera a este hecho tan habitual? Cada vez que
emitimos un juicio sobre alguien nos convertimos en personas que crean una o
varias historias que pueden ser muy lejanas al aspecto de la realidad sobre las
que las hemos inventado.
Piensa
en esa madre que siempre lleva tarde a su hijo al colegio. Quizás empieces a
juzgarla como una mala progenitora o una vaga a la que le gusta mucho la cama.
Incluso como una desordenada que no sabe controlar el caos. ¿Te has parado a
pensar en si todo esto es verdad? No siempre a falta de una explicación, la que
entiendes como más común es la cierta.
Las
personas son rápidas para juzgar a los demás, pero lentas para corregirse a sí
mismas
Sin
darte cuenta, estás suponiendo lo que puede estar pasando en la vida de esa
persona. Estás cayendo en la trampa de completar la información que desconoces
con una historia inventada por ti… Te estás equivocando y no eres consciente de
ello. Todos nosotros tendríamos que ponernos unas gafas como el hombre de este
vídeo:
La culpa la tiene nuestro ego
La
razón por la que juzgamos de esta manera tan precipitada la tiene nuestro
propio ego. De forma consciente o inconsciente, necesitamos sentirnos mejores
que los demás o manifestar nuestro rechazo ante determinada actitud. Al juzgar,
estamos cerrándole las puertas a la empatía.
Cuando
hablamos de ser empáticos con los demás mucha gente dice “sí, yo soy empático”.
Si una amiga se desahoga conmigo y necesita que la escuchen soy capaz de
ponerme en su lugar, entenderla y animarla sin caer en la tentación de
juzgarla. Es verdad, eres empático, pero solo con las personas a las que
conoces. Con las que no, caes en la trampa.
Necesitamos
notarnos superiores, especiales, distintos. Preferimos observar desde una
distancia prudente a esa persona que creemos que no está actuando bien. Lo queremos
así porque esto alimenta nuestro ego y, de alguna forma, hace que nos sintamos
mejor con nosotros mismos.
“El
tamaño del ego de una persona se puede medir en la forma que maneja los errores
que cometen los demás”
-David
Fishman-
¿Alguna
vez te has encontrado aislado porque nadie te comprendía? Seguro que en más de
una ocasión por tu mente pasó la frase de “si supieran lo que estoy viviendo,
por lo que estoy pasando…”. Eso mismo pensarán todas esas personas a las que
juzgas sin saber realmente lo que les ocurre. ¿Verdad que es diferente ver las
cosas desde el lugar del otro?
Además,
piensa que aún si estuvieras en lo cierto y la otra persona está actuando “mal”
bajo tu percepción, ¿quién eres para recriminarla? No sabes lo que le ha
ocurrido en su pasado. Porque, ¿quién de nosotros es perfecto? Todos tenemos
derecho a equivocarnos, incluso a disfrutar de esa oportunidad.
Si no sabes, pregunta
Volvamos
con el ejemplo de la madre que tan descuidada es con su hijo, o al menos es lo
que tus ojos parece. Tal vez esté viviendo bajo el yugo de un marido
maltratador, quizás esté pasando por una gran depresión o, recientemente, se le
haya muerto un familiar al que le tenía mucho cariño. Estas explicaciones nos
gustan menos porque nos obligarían a implicarnos, llamarían a la puerta de la
conciencia: no son fáciles.
Por
otro lado, no las vivimos; lo que sí vivimos es lo que nos cuesta levantarnos
cada mañana. Quizás por eso situamos ahí su punto de flaqueza.
Si
tan mal la has visto, si tanto desconcierto te ha producido su actitud y la
señalas con el dedo, ¿por qué no le preguntas? Si se encuentra en alguna de las
situaciones anteriores puede que hasta agradezca que alguien, completamente
desconocido, se preocupe por ella. Porque tal vez que en su vida nadie lo esté
haciendo.
Quizás
sea el preliminar para una bonita amistad o, simplemente, una situación en la
que tiendes tu mano a otra persona para que la coja si lo necesita. Seguro que
en alguna ocasión a ti te hubiera gustado que hubiesen hecho algo parecido contigo.
Que en vez de ignorarte o verte con ojos llenos de juicios negativos, se
hubiesen acercado a ti y te hubiesen abierto los brazos de la comprensión y el
entendimiento.
Sin
embargo, ¿cómo no vamos a tener miedo a preguntar? Al hacerlo, todos nuestros
juicios se vendrían abajo, tendríamos que desmontar el esquema que hemos
construido en nuestras mentes y quizás nuestro ego se vería afectado. De alguna
manera nos protegemos cayendo en una de las trampas más letales. Esas que
constantemente criticamos.
Juzgar
a una persona no define quién es ella, define quién eres tú.
Tendemos
a caer en la trampa de juzgar a los demás. Trampa que evitaríamos poniendo
conciencia en aquellos procesos que prácticamente ejecutamos de manera
automática. Así, es el momento de mostrar interés por ayudar a los demás,
incluso por encontrar una explicación si la necesitamos y no inventárnosla, por
tener paciencia y aguardar hasta que podamos construirla o conformarnos si no
podemos hacerlo.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en lamenteesmaravillosa
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