No debemos olvidar que somos algo más que nuestro aspecto
físico. Si bien es cierto que es lo que todos ven, es solo la punta del iceberg
La mejor edad es la que tienes ahora, ni más ni menos.
Cuando somos muy jóvenes ansiamos tener la edad de la independencia, esos años
donde creemos que se esconden los sueños, los amores perfectos y las mejores
aventuras.
Más tarde, a medida que vamos caminando el sendero de la
vida, parece que mucha gente no termina de encajar sus años cumplidos, con lo
que son, con lo que muestran sus espejos y esas velas que van añadiendo a sus
aniversarios.
No es lo adecuado. El no sentirnos bien con la edad que
tenemos está relacionado no solo con no tener la “vida que deseamos”, sino
también, con no sentir ese equilibrio interno con nosotros mismos. Es
peligroso.
Cada año es vida vivida, es más tiempo con la gente que
amamos, son más oportunidades para crecer como persona y para estrechar lazos
con quienes nos rodean.
Nunca es tarde para alcanzar nuevos trenes, y nunca es
demasiado pronto tampoco para iniciar esas aventuras que tenemos en mente. Te
invitamos a reflexionar sobre ello.
Y tú… ¿Qué edad tienes?
Hay quien suele decir aquello de “Es que no me reconozco
en el espejo, yo me siento más joven por dentro”. ¿Es eso negativo? En
absoluto. En cierto modo, es algo normal e incluso positivo porque, en
realidad, lo que jamás debe envejecer es nuestro corazón.
Yo tengo la edad que me ha dado el tiempo, la que dice mi
rostro, la que cuentan mis ojos. Ahora bien, en mi interior lucho cada día por
mantener un espíritu joven que no se cansa de experimentar, de infundir ilusión
en cada cosa que hago.
La incansable búsqueda de la juventud
Cuenta la historia que Diana de Poitiers, la famosa
amante del rey Enrique II de Francia, estuvo obsesionada gran parte de su vida
por evitar la madurez. No soportaba ver cómo su rostro cambiaba, cómo encanecía
su cabello y cómo perdía los favores de ese rey que la mantenía.
Buscó mil fórmulas y pagó altas cantidades de dinero a
muchos alquimistas. Sabemos que llegó hasta los 66 años con un aspecto frágil,
muy delgado y enfermizo. Es posible que aparentara mucha menos edad de la que
en verdad tenía, pero lo logró a base de un intenso sufrimiento.
Análisis posteriores de sus huesos revelaron que Diana de
Poitiers se pasó la mitad de su vida consumiendo oro para luchar contra el
envejecimiento. ¿Valió la pena la lenta intoxicación, la anemia? Lo
desconocemos pero, a día de hoy, y a otro nivel, parece que sigue repitiéndose
esta misma búsqueda.
-La búsqueda obsesiva de la juventud perdida ocasiona
ansiedad y frustración.
-A día de hoy el aspecto físico y el querer evitar el paso
del tiempo están muy sobrevalorados.
-En realidad, si hay algo que de verdad cautiva, que
realmente enamora, es aquella persona que asume su edad y vive la vida con una
intensidad, y con una felicidad que personas de 20 o 30 ni siquiera comprenden
o han conseguido.
La verdadera autoestima, la verdadera edad
Tan simple como esto: quien se sienta bien consigo mismo,
con lo que ha conseguido, lo que tiene y lo que es, se sentirá satisfecho con
su propia edad. Puede que pienses que esta aceptación pasa solo por “aceptar tu
cara y tu cuerpo” pero, en realidad, va más allá del aspecto físico.
En ocasiones, pasamos épocas de decepciones, de fracasos
personales. Los malos momentos pueden llegar a producirnos una sensación de
indefensión, y ese malestar deriva en muchas ocasiones en no estar a gusto con
lo que vemos en nuestro espejo.
No hay nada más devastador, por ejemplo, que una
depresión. Son instantes vitales de crisis internas, nos “rompemos” por dentro,
y esta situación nos afecta a todos niveles, sobre todo en el área existencial.
- La autoestima, el amor por nosotros mismos es el verdadero motor que nos empuja y que, a su vez, nos aporta ese equilibrio entre lo externo y lo interno.
- La autoestima debe trabajarse cada día y en cada momento. Hemos de tener claro que todos tenemos derecho a pasar por esos días malos, a “abrazar nuestros demonios”.
- Hay veces que hemos de tocar fondo para volver a levantarnos. Y ello no nos convierte en personas débiles, sino hombres y mujeres que han sabido aprender de sus experiencias. El aceptar todo ello nos permite a su vez integrarnos con nosotros mismos, con nuestra edad.
No deseo tener otra edad, me siento bien con la que
tengo, ni más ni menos, porque son sueños cumplidos. Porque cada día vivido
forma parte de mi esencia, me gusta lo que veo y me gusta lo que soy.
Acepto mi edad porque sé que me queda mucho por alcanzar,
porque cada día me planteo nuevos proyectos cargados de ilusión. Porque miro
atrás y sé que he madurado, que todo lo vivido ha merecido la pena, sea bueno o
malo.
Acepto mi edad porque me acepto a mi mismo, y no hay
mayor felicidad que la de quien avanza tranquilo, sabiéndose seguro y
satisfecho por cada piedra sorteada, por cada bache superado.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en mejorconsalud
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