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Ciertamente, aunque resulta
muy estimulante y gratificante escuchar aquellas palabras que nos resultan
agradables, aquellas que demuestran amor, aquellas que nos hacen sentir
seguros, importantes, que nos prometen poder contar con quienes queremos cerca,
éstas están sujetas a cambios, pueden haber sido dichas sin el sustento
necesario o en el peor escenario, haber sido mentiras.
El tiempo va mostrando que
los hechos hablan por sí solos, que le restan importancia y validez a las
palabras, que son el fundamento en los compromisos, que son las demostraciones
más importantes de presencia, de ayuda, de amor, de interés, de desprecio, de
falta de valoración. Los hechos son los que sacan la verdad a relucir. Solo a
través de ellos podemos medir resultados y saber a ciencia cierta a qué
atenernos o con qué contar.
Hay quienes prefieren los
hechos acompañados de palabras, que les gusta almacenar en su mente eso a lo
cual le dan valor, y está perfecto, las palabras nos alimentan, pero si los
hechos no se manifiestan o se contradicen, pues la palabra deja de tener valor.
En estos casos las palabras no son más que sonidos que se pierden, que generan
frustración, rabia, soledad, decepción o desilusión.
Las palabras que no van seguidas de los hechos no
valen para nada.
― Demóstenes
Por eso deja que los hechos
hablen… Si estos inclusive pueden mentir, pueden ser parte de una manipulación,
pueden estar ejecutados esperando obtener algo a cambio, qué podemos esperar de
las palabras, que son tan fácilmente expresables en momentos cargados de
emoción, que pueden decirse por salir del paso o sin considerar mucho las
consecuencias, quizás con las mejores intenciones, pero con pocas posibilidades
de llevar de la palabra a la acción.
Fíese
sólo de los hechos. La vida sucede en los hechos, no en las palabras. ― Alfred
Adler
Esto no es solo aplicable a
las personas que de una u otra forma interactúan con nosotros, también debemos
aplicarlo a nosotros mismos, cuando nos decimos algo, más cuando estamos
pensando en proyectos, en sueños, en cambios, debemos procurar que nuestras
palabras estén sustentadas por hechos, acostumbrarnos a que nuestra palabra
tiene un valor y es un compromiso que tendrá una acción asociada.
No es necesario volvernos
escépticos, incrédulos, desconfiados, porque a través de esas actitudes,
inconscientemente haremos un llamado al fraude, a la mentira, a reforzar esos
pensamientos de desconfianza. Se trata de darle un valor justo a la palabra,
considerando que debemos estar atentos a los hechos que den sentido a esas
palabras.
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