Más que de compulsiones como tales, se habla mucho de
comportamientos compulsivos. Fulanito come compulsivamente. Zutanito es
compulsivo del orden. Esas son frases que diariamente escuchamos o decimos. Se
aplican a toda conducta que sea exagerada y repetitiva. En principio, esto es
correcto. Pero va mucho más allá.
La verdad es que hay básicamente dos enfoques para
entender la compulsión. Uno es el que propone el psicoanálisis. En este, el
factor fundamental es el deseo inconsciente y la frustración. El otro enfoque
es el cognitivo conductual. En aquel, la compulsión deriva de un hábito
erróneo, que se origina en un aprendizaje inadecuado.
“La pasión es
una obsesión positiva. La obsesión es una pasión negativa”.
-Paul Carvel-
Ambos enfoques están de acuerdo en definir la compulsión
como un acto repetitivo y, aparentemente, absurdo. También comparten la idea de
que la compulsión afecta negativamente a las personas; por eso mismo, se deben
hacer esfuerzos para superarla.
Para el psicoanálisis, las compulsiones nacen de un deseo
inconsciente muy profundo. Operan de la siguiente manera: la persona tiene un
deseo, sin darse cuenta de ello. Al mismo tiempo, rechaza ese deseo, porque lo
considera inadecuado o “malo”. Esto origina una frustración, es decir, el deseo
se vuelve irrealizable.
Una vez en este punto, la forma que tiene el individuo de
canalizar esa frustración es a través de las compulsiones. Estas son una
especie de compensación a ese deseo frustrado. Al mismo tiempo, también pueden
ser una forma de enmascarar el deseo que las produce.
Parece complicado, pero no lo es tanto. Y se entiende
mejor con un ejemplo. Pensemos en una mujer felizmente casada que conoce a
alguien que le atrae sexualmente. Si tiene unos valores muy rígidos en torno a
la fidelidad, quizás ni siquiera ella misma admita que está interesada en él.
Si la atracción es muy fuerte y está ligada a su mundo inconsciente, es
probable que en su afán de reprimirse desarrolle una compulsión.
La mujer de nuestro ejemplo se puede volver obsesiva con
el lavado de las manos. Tendrá la impresión de que sus manos se ensucian
fácilmente. En el fondo, esta acción es simbólica. Se está lavando las manos
del “pecado” que no quiere cometer, aunque lo desee. Se lava el deseo que,
inconscientemente la angustia.
Como lo señalábamos antes, en el enfoque
cognitivo-conductual no hay relación entre las compulsiones y el mundo
inconsciente. Se trata más bien del fruto de un aprendizaje erróneo. La persona
adopta un hábito y luego lo convierte en un ritual, porque no se ha dado cuenta
de ello.
Desde este punto de vista, las compulsiones pueden ser
aprendidas. Quizás alguien vio a su familia haciendo esos rituales y
simplemente los adoptó y los repite. Quizás tiene una creencia o un conocimiento
errado y por eso incorporó esas costumbres insistentes.
Para la escuela cognitivo-conductual, las compulsiones no
tienen ningún objetivo en realidad. No hay “algo” detrás de ellas, ni
involucran procesos profundos, aunque sí pueden ser la respuesta a un malestar.
Pero son una respuesta errada. Simplemente la persona adopta la compulsión para
manejar su nerviosismo, su timidez, o algún otro aspecto que la incomode.
Desde el enfoque psicoanalítico, la forma de superar las
compulsiones pasa por hacer consciente lo inconsciente. Desentrañar el deseo
que está detrás de los rituales. Esto exige un proceso terapéutico ya que el
individuo reprime inconscientemente ese deseo, y necesita de otro para que se
abra paso la expresión del mundo inconsciente.
Desde el punto de vista del enfoque cognitivo-conductual,
de lo que se trata es de aprender a suprimir el ritual. Para ello, generalmente
se hacen tres recomendaciones. La primera es la de postergar el ritual, cada
vez que se sienta el deseo de llevarlo a cabo. Así, si las compulsiones son de
orden, por ejemplo, la idea es esperar todo el tiempo que sea posible antes de
comenzar a ordenar todo.
La segunda recomendación es la de intentar introducir
cambios en el ritual de las compulsiones. Por ejemplo, si el ritual es el de
limpiar los zapatos, se puede cambiar el material con el que se realiza la
limpieza. O llevarlo a cabo en un orden diferente. O cerrar los ojos al
hacerlo. Cualquier modificación puede ser beneficiosa.
Finalmente, la tercera recomendación es diseñar una
consecuencia para el ritual. Esa consecuencia debe ser displacentera, o sea,
algo que no te guste. Por ejemplo, que cada vez que se realice el ritual,
enseguida se debe tomar un cubo de hielo con las manos y aguantarlo por 3
minutos. De este modo, operará un condicionamiento que puede alejarte de las
compulsiones.
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