La vida muchas veces nos trae reveses
complicados, momentos de los que es difícil levantarse y volver a la rutina
motivados. Un despido del trabajo, el fallecimiento de un familiar, una
infidelidad por parte de nuestra pareja… Todas estas adversidades son,
evidentemente, circunstancias negativas que ninguno de nosotros queremos vivir.
Aquí llega el matiz importante que refleja el título: no es lo mismo calificar
algo como malo que como terrible.
Cuando nos decimos a nosotros mismos
que algo es terrible estamos sembrando la semilla del dolor. Nuestra
interpretación de los hechos es responsable de nuestro sufrimiento y de nuestro
bienestar. El cerebro no sabe distinguir, a priori, lo que es negativo, neutro
o positivo. Somos nosotros los que tenemos que decírselo y, por lo tanto, está
en nuestra mano ser más o menos precisos a la hora de filtrar esa información
externa.
Si ponemos nuestro empeño en ello, con
toda probabilidad encontraremos la manera de cambiar ese diálogo interno tan
destructor y comenzaremos a limpiar los cristales sucios de nuestras gafas. El
objetivo es hacer un procesado un poco más realista de la información a la que
nuestra mente accede, y de este modo, llegar a aceptarla.
¿Por qué pocas situaciones son
terribles?
El ser humano, de forma innata, tiene
mucho miedo al cambio, a perder su estabilidad. En cuanto se produce un
movimiento en su vida que interpreta como negativo, se desestabiliza
emocionalmente y para recuperar esa estabilidad puede realizar acciones
potencialmente dañinas para sí mismo.
Cuando pensamos que lo que nos ha
pasado es terrible, estamos en realidad diciéndonos que es lo peor que nos
podría haber ocurrido, casi el fin del mundo y esa afirmación simplemente no es
cierta. Todo lo que nos sucede o nos ha sucedido -absolutamente todo- puede ser
aun peor de lo que es. Nada es cien por cien negativo, ni siquiera la muerte.
Morir, enfermar, que nos decepcionen,
son hechos normales que la vida nos trae a todos y por el hecho de que son
naturales, tenemos que hacer un esfuerzo mental por aceptarlos y no oponernos a
ellos. El duelo y la tristeza que este trae consigo, sí son procesos
necesarios, pero hay que vivirlos sin bautizarlos como terribles. Es bueno que
desterremos a esa palabra y a sus sinónimos -horrible, espantoso, dramático…- de
nuestro vocabulario coloquial.
Olvidarse del perfeccionismo, de como
deberían ser las cosas, de lo que tendría o no tendría que pasar, es clave para
dejar de terribilizar y así poder afrontar la vida con más optimismo, pero
sobre todo, con mayor aceptación. Abrazar las cosas tal y como van viniendo,
eso sí, sin rendirnos ni resignarnos a ellas, es un poderoso amortiguador del
sufrimiento.
Aprender a medir los hechos
Si ya hemos entendido que nada es tan
horroroso como muchas veces nos decimos, ahora es preciso que aprendamos a
llamar a las cosas por su nombre. Para ello, una estrategia usada en psicología
que puede resultarnos muy útil es la evaluación racional de las circunstancias.
Cuando te enfrentes a un problema
vital, coge papel y lápiz y traza una linea recta. En el extremo izquierdo de
esa línea, que nos servirá como regla de medir, anotarás la palabra maravilloso
y en el lado opuesto escribirás terrible. Como es de esperar, en el centro de
tu regla, pondrás normal.
Pues bien, entre lo que es
maravilloso, normal y terrible, pueden existir multitud de evaluaciones, al
igual que ocurre en cualquier regla de medir. Por un lado, podemos encontrarnos
con que algo es un poco malo, muy malo, bueno, un poco bueno, etc…
Por ejemplo, si te han despedido de tu
trabajo después de diez años trabajando en él, lo que tienes que anotar es:
Despido laboral. No lo alimentes con evaluaciones subjetivas como: “Tras tanto
tiempo esforzándome para esta empresa, van y me despiden y yo no me merezco
esto”.
El hecho objetivo es que te han
despedido del trabajo. Una vez lo hayas escrito en tu papel, mídelo y sitúalo
en un lugar de la regla. Con mucha probabilidad lo pondrás en terrible. A
continuación, esfuérzate en pensar qué otras circunstancias de la vida, te
hayan ocurrido a ti o no, pueden ser más negativas que la que te está pasando.
Es decir, se trata de comparar.
¿Tienes para comer a pesar de que te
hayan despedido? ¿Hay gente que no puede disfrutar de un plato caliente? Las
respuestas a estas preguntas son: sí. ¿Cómo evaluarías el que alguien no pueda
comer de forma diaria tal y como lo haces tú? Si vuelves a evaluarlo como
terrible, has de mover tu anterior evaluación del despido: tendrás que pasarla
de terrible a mala e ir afinando.
Y así, ve haciéndolo, hasta que tú
mismo te des cuenta de que has exagerado en tu evaluación. Si comienzas a
sentirte emocionalmente más tranquilo, habrás hecho correctamente el ejercicio.
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