La relación entre madres e hijas es un lazo que se nutre
de la complicidad y la fortaleza. Pocos vínculos pueden ser tan intensos y
complejos a la vez como el de esa mujer que educa a su niña deseando ser su
pilar cotidiano, su refugio, su cómplice pero a la vez, esa figura capaz de
ofrecerle libertad para que encuentre su propio camino, el que ella desee.
Existe un libro muy interesante sobre el tema titulado ”
I’m Not Mad, I Just Hate You!” (Yo no estoy enfadada, solo te odio) de la
doctora Cohen-Sandler donde se habla precisamente de las complejidades y
bellezas de la relación entre madres e hijas. Según la propia autora, este
vínculo es como una danza que oscila entre la dependencia y la independencia, y
en ocasiones entre instantes de odio y el amor más absoluto.
A menudo suele decirse que cuando una mujer da a luz a
una niña decide que no cometerá los mismos errores que su propia madre cometió
con ella en el pasado. Todos, de algún modo, disponemos de ese legado afectivo
un tanto complejo que no deseamos proyectar en nuestros hijos. No obstante, en
ocasiones, lo más adecuado es dejarnos llevar por el instinto y por la
sabiduría de esas emociones que nos indican qué es lo mejor para nuestros
hijos.
Madres e hijas, la inercia de un vínculo complejo
Hay muchos tipos de crianza y todas ellas se basan casi
siempre en el estilo educativo de las propias madres. Las hay controladoras,
narcisistas, asfixiantes, hiperprotectoras pero también maravillosas, de las
que favorecen el adecuado crecimiento emocional de esas niñas que pueden ver en
sus madres a todo un referente al que imitar, en el que apoyarse para ser parte
del mundo el día de mañana. Hijas de la vida que avanzan en libertad.
Ahora bien, un aspecto que siempre suele estar presente
es ese “baile de interdependencia” que señalábamos al inicio. Las hijas desean
disponer cuánto antes de su propia libertad, de sus espacios privados, sin
embargo, en ocasiones, la propia inercia de la relación hace que vuelvan en
busca de aprobación, de afecto, de esa complicidad tan habitual entre madres e
hijas.
Es pues un vínculo complejo donde la fuerza siempre es
intensa, ya sea hacia el lado enriquecedor o hacia el aspecto algo más
traumático. La parte más compleja suele deberse al hecho de que hay madres que
ven a sus hijas como a esos reflejos propios a los que hay que proteger y
dirigir para que alcancen aquello que ellas mismas no lograron. Pretenden que
las niñas llenen los vacíos de sus propias heridas no sanadas como mujer.
Madres que educan niñas felices y mujeres sabias
Hemos de dejar claro en primer lugar que la educación
debe llevarse de igual modo ante un hijo o una hija. Sin discriminaciones, sin
estereotipos de género, con los mismos derechos y las mismas responsabilidades.
Ahora bien, también sabemos que en ocasiones, cada hijo presenta un tipo de de
necesidades emocionales,y es ahí donde deberemos estar más atentos para ofrecer
la mejor respuesta.
Cómo fortalecer el vínculo madre-hija
Es pues adecuado conocer qué tipo de estrategias debe llevar
a cabo una madre con sus hijas para hacer de ellas mujeres independientes,
sabias y felices pero con raíces lo bastante fuertes para que se sientan
orgullosas de ese vínculo construido con sus madres. Te invitamos a reflexionar
sobre estas claves.
- Una niña no está obligada a ser la cómplice cotidiana de su madre o esa persona con la que compartir de forma temprana los problemas, miedos o ansiedades de un adulto. Una hija necesita a una madre que lleve a cabo dicho rol, alguien que le muestre fortaleza y seguridad, además de cercanía.
- Una hija no es la copia de una madre. Tiene sus propios gustos, sus propias necesidades que en ocasiones, nada tendrán que ver con las que la madre tuvo a su edad porque los tiempos son diferentes. Porque la persona es también diferente. Es pues necesario aceptar la individualidad y la personalidad de la niña para guiarla en el camino que ella misma elija.
- La maternidad exitosa es aquella donde se da la oportunidad a los hijos de valerse por sí mismos sintiéndose seguros y capaces. Una madre comparte su experiencia con su hija, le ofrece consejos, apoyo y afecto, pero también confianza para que sea ella por si misma, quien se abra camino en la vida para convertirse en la mujer que desea ser.
Para concluir, a pesar de las dificultades y de esas
épocas de conflicto y diferencias que toda joven suele experimentar con su
madre, siempre llega un momento en que esa mirada deja a un lado sus años de
infancia para llegar a la madurez.
Es entonces cuando la hija, que posiblemente ya es madre
también, ve cara a cara a a otra mujer, a esa dama de ojos cansados y cariño
inmenso que lo ha intentado hacer lo mejor posible. En ese momento el vínculo
adquiere una nueva y maravillosa trascendencia.
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