Por extraño que parezca, un buen día decidí experimentar
en mi cuerpo y cerebro los síntomas que llegaba a padecer uno de mis pacientes,
que había sido diagnosticado de obsesivo-compulsivo. Esto me daría la
oportunidad de conocerlo mejor. Me pondría en su lugar de una manera más exacta
igualmente. Me ayudaría a ser más empático…
En las líneas que vas a leer expongo qué es lo que no hay
que hacer para desarrollar un trastorno obsesivo-compulsivo. Quizás te saque
alguna que otra sonrisa. También te puede dar unas claves importantes para no
llegar a desarrollar este trastorno.
Pero… ¿cómo se define a un obsesivo-compulsivo? La
personalidad obsesivo-compulsiva se define como un patrón global de
preocupaciones respecto al orden, la perfección y el control mental e
interpresonal, a costa de la inflexibilidad, la franqueza y la eficiencia.
Objetivos a alcanzar para ser obsesivo-compulsivo
Para llegar a ser obsesivo-compulsivo tuve que buscar
información de qué cosas debía cambiar de mi personalidad, hasta ahora algo
ansiosa, pero nada fuera de lo común. Una vez que me puse “manos a la obra”, lo
primero que hice fue analizar los rasgos que en conjunto hacían que una persona
fuera definida como obsesiva. Así que busqué información en libros de
psicología y esto fue lo que encontré. Si quería ser un buen obsesivo tendría
que conseguir lo siguiente:
- Preocuparme por los detalles, reglas, listas, etc. de forma desproporcionada.
- Ser tan perfeccionista que interfiera en la ejecución de mis tareas.
- Dedicar excesiva devoción al trabajo. Excluir la relaciones interpersonales y actividades de ocio.
- Ser extremadamente concienzudo, escrupuloso e inflexible.
- Ser incapaz de tirar objetos usados o sin importancia.
- No delegar tareas o trabajar con otros sin que se sometan a mi manera de hacer las cosas.
- Adoptar un estilo avaricioso conmigo mismo y con los demás.
- Ser rígido y terco.
Sembrando la semilla para convertirme en
obsesivo-compulsivo
Lo primero que hice fue convencerme de que yo era
perfecto y superior a todos. Esto me iba a llevar a una vida desgraciada y
dolorosa, pero la ventaja moral de ser superior a los demás es una recompensa
suficiente. Ayuda mucho ser el hijo pequeño modélico, aquel que nunca se
equivoca y al que todos adoran. Me acostumbré, desde muy temprano, a saber lo
que hay que hacer para alcanzar la perfección.
También tuve que tener cuidado con las decisiones que
tomaba. Siempre tuve que sopesar todos los factores y consecuencias, no fuera a
tomar alguna decisión equivocada. El único problema era tener que pensar
demasiado antes de tomar una decisión, lo que me llevaría a decidir en raras
ocasiones. Pero es ahí donde el obsesivo asienta sus costumbres.
Tuve que aprender, sobre todo, a controlar las emociones:
no llorar, no reírme, no manifestar hostilidad, no mostrar miedo y nunca
exteriorizar lo que deseaba. Yo no podía ser vencido por “los placeres de la
carne”, y lo mejor era esconder los deseos en un lugar al que ni yo mismo
pudiera acceder. Así, era mejor imaginar las enfermedades que podía contraer,
contar una y otra vez hasta cien, hacer algo para distraerme o incluso hacer lo
contrario de lo que me apetecía.
La rutina, la culpa y la limpieza
La rutina debía instalarse en todos los campos de mi
vida. Descubrí que no podía pasar sin ella. Para adquirir destreza, conservé
las más diversas colecciones, ya se tratara de sellos, monedas, cacharros o
simplemente papeles con garabatos. Tenía siempre tareas que realizar y pocas
probabilidades de perder el control. La perfección estaba a mi alcance ¡bien!
La culpa es un sentimiento con el que me manejo de forma
magistral. Se volvió tan importante para mí que hice todo lo posible para
evitarlo. Si hacía algo malo, daba vueltas a la cabeza para asegurarme de que
tenía razón. ¿Quién no va a sentirse culpable ante su honradez, su devoción, su
rigor, su competencia, en suma, su perfección.
Mi trabajo era mi paraíso, pero mi casa se transformó en
un infierno. Una casa impecablemente ordenada y limpia tiene menos
probabilidades de convertirse en un caos (cosa que nunca desearía un
obsesivo-compulsivo). Las cosas materiales que adquirí eran limpias y
perfectas. Guardé todo lo que pude, no tiré nada. Todo me podría llegar a
resultar útil en un futuro.
Mis síntomas de neurosis obsesivo-compulsiva
Mis amigos me emborracharon y me hicieron cometer algún
que otro “pecado” (lo dejo a la imaginación del lector). También tuve un
escarceo amoroso con una mujer que no era mi pareja. Se quedó embarazada al
primer descuido y ahí comenzó mi destino. Me preocupé tanto por los detalles,
que ya no tenía tiempo para todo y empecé a tener fallos de memoria y a cometer
grandes errores en mis tareas. Sabía que no podía improvisar si quería llegar a
ser un perfecto obsesivo.
Así, no me quedó otra alternativa que empezar a verificar
minuciosamente todo lo que había hecho. La duda me llevaba a la verificación y
a un aumento del control. Preguntaba a las personas si estaba actuando bien y
las inducía a adoptar comportamientos tranquilizadores. Recontaba
frecuentemente las llaves, comprobaba las cerraduras, y le daba tres veces al
interruptor para comprobar que estaba desconectado.
La impureza, lo absurdo y la medicación
Empecé a pensar que me estaba volviendo impuro, pero la
impureza también se lava y eso fue lo que empecé a hacer. Rituales y más
rituales de comprobación, de limpieza, de orden… Como era impuro, no tenía otro
remedio que lavarme una y otra vez. Empezaron a existir una serie de pensamientos
impuros a los que temía y no daba tregua. Los exorcizaba con un ritual (lavarme
para combatir la idea de impureza) o pasaba a otro pensamiento que, a su vez,
debía ser más absurdo que el anterior. Esto hacía que me entraran dudas y
entonces me veía obligado a pasar a otro, y así sucesivamente.
Mi cabeza era una veleta perfecta: huía de pensamiento en
pensamiento, aunque me pasasen por la cabeza las cosas más absurdas. Como mi
cabeza se estaba volviendo cada vez más absurda, puede pensar que alguien
moriría por mi culpa si no hacía determinado número de recuentos.
Pronto supe que había medicamentos que ayudaban a
combatir mi tendencia a la obsesión. Cuando algún psiquiatra me hablaba de
ello, huía de él. Si no lo hacía, corría el riesgo de que se me pasasen los
encantos de mi neurosis. Tendría que enfrentar las dificultades e imprevistos
de la vida, aceptar sus imperfecciones, dejar de ser un objeto de estima y
vivir como cualquiera de los mortales.
Para finalizar…
Como habéis podido ver, el trastorno obsesivo-compulsivo
normalmente tiene un comienzo disimulado y no incapacitante. El problema
aparece cuando va tomando protagonismo y puebla nuestra mente de ideas
absurdas. Pensamientos que nos llevan a conductas repetitivas que solo buscan
frenar una ansiedad a corto plazo, mientras que refuerzan que se mantenga e
intensifique a largo plazo.
Así, ahora que has leído este relato, ficticio por
supuesto, estarás en una mejor disposición para entender a las personas que
padecen este trastorno, que lo pasan realmente mal, y además estarás en
disposición de poner los medios suficientes a tiempo para que a ti no te
ocurra.
Este articulo fue realizado gracias a lamenteesmaravillosa.com Si deseas seguir leyendo artículos de tu interés sigue explorando el sitio.
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