Vivimos en un medio cultural que intenta imponer ciertas
pautas de comportamiento. Se nos dice que hay premios y castigos por nuestros
actos. Y cuando cometemos un error o hacemos algo contrario a ese “deber ser” o
simplemente dejamos de hacerlo, aparece el sentimiento de culpa. Comienzan
entonces nuestros problemas.
En cualquier espacio encontramos esa clase de normas. En
la familia, el trabajo, la escuela, la cotidianidad. En todo momento nuestras
decisiones pasan por esa especie de código de comportamiento encargado de
diferenciar lo correcto de lo incorrecto. Una moral que nos acompaña a medida
que nos convertimos en sujetos sociales.
“Yo no tengo la
culpa de que la vida se nutra de la virtud y del pecado, de lo hermoso y de lo
feo”.
-Benito Pérez
Galdós-
Inclusive a veces las cosas parecieran ir más allá. Por
ejemplo, en algunas religiones como la Católica, los creyentes nacen con una
deuda llamada “pecado original”, que solo puede ser borrada a través del
sacramento del bautizo. Nos declaran culpables antes de venir al mundo y no
sabemos cuál es la razón para que se nos señale de esa manera.
Lo ideal es no dejarnos paralizar por el sentimiento de
culpa. Es bueno reconocer los errores, hacer una reflexión, aprender. Pero no
es sano cargar esa culpa toda la vida. Así nadie sería capaz de crecer
personalmente y alcanzar sus metas. Si hay algo peligroso es un sentimiento de
culpa tan fuerte que termine gobernando nuestras vidas.
No te juzgues tan severamente, ni permitas que los demás
sean tus verdugos
Siempre estamos pendientes de la aprobación social.
Muchas veces no somos capaces de dar un solo paso sin tener en cuenta lo que
digan los demás. Y nuestra existencia, en vez de ser un tesoro, se transforma
en un lugar frío, oscuro, sin esperanza. Nos aislamos, no nos atrevemos a dar
ninguna clase de opinión y hacemos todo lo posible para volvernos invisibles.
La situación se complica cuando defraudamos a alguien o a
nosotros mismos. Sin importar quién tiene la razón, lo primero que se nos impone
es asumir una culpa que nos lleva a juzgarnos de una manera, a veces, cruel y
despiadada. Así, la confianza en nosotros y la autoestima reciben un golpe
brutal.
Puede suceder también que sean los otros quienes se
encarguen de decirnos que nuestra conducta no es la adecuada y nos impongan una
sanción injusta, arbitraria y desproporcionada. Inevitablemente, los únicos
lastimados seremos nosotros. Piensa que merecemos el respeto que damos porque
esa es una de las garantías para la convivencia.
Nadie tiene derecho a negarte una segunda oportunidad; ni
siquiera tú mismo. Asumir las equivocaciones es un acto noble y que te
enriquece espiritualmente. Todos estamos en igualdad de condiciones. Para que
una culpa no se te convierta en obstáculo es necesario que te perdones, sepas
perdonar y entiendas que tus semejantes no tienen poder sobre ti.
Deja que la culpa se quede en el pasado y ponte a caminar
en el presente
Muchos confunden la frase “quien olvida su historia está
condenado a repetirla” (atribuida al poeta español Jorge Agustín Nicolás Ruiz).
Encuentran en ella un motivo para permanecer en el pasado. Si bien es necesario
recordar para no cometer las mismas equivocaciones, también es cierto que nadie
puede crecer arrastrando ese lastre de lo que pudo haber sido y no fue.
Tal vez uno de los errores más frecuentes es quedarnos
anclados en el pasado. Comportamos igual que un reo condenado a cadena
perpetua. Hasta ahí llegamos y nada ni nadie puede sacarnos de esa parálisis
física y espiritual. En adelante, esa culpa dominará cada una de nuestras
actuaciones hasta volvernos personas frustradas.
Somos una construcción en el tiempo y en el espacio.
Nuestra vida es muy corta comparada con las distancias que hay en el universo.
Aquí medimos el paso del tiempo en segundos, minutos y horas. Luego en días en
noches. Y terminamos con ciclos de semanas, meses y años. La tierra no es más
que un pálido punto azul en un infinito de tiempo, como lo describió Carl
Sagan.
Si miramos el pasado de manera constructiva, el
sentimiento de culpa desaparecerá y lograremos salir del estancamiento. Es la
única forma de madurar. Si por el contrario dejamos que ese pasado nos acorrale
y se imponga en nuestro presente, no tendremos posibilidades de avanzar. Somos
artífices de nuestro destino porque el futuro está en nuestras manos.
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