Si el amor aprieta, no es tu talla

Si te estás ahogando, sal del agua. No es que no sepas nadar, es que a veces no nos podemos el bañador adecuado y aprieta nuestros pulmones. En definitiva, si el amor aprieta y te lastima, es que no es tu talla.
¿Por qué permanecer en una relación tortuosa e infeliz a cambio de pequeños ratos de paz? ¿Por qué seguir perdiendo nuestra autoestima, nuestras energías y nuestras oportunidades?

Si nos está haciendo daño no se trata de adelgazar o de buscar otra talla, sino de empezar a plantearnos la posibilidad de dejar ir. Lo importante, sobre todo, es que no cambiemos nosotros por encajar con nuestra pareja, sino que encontremos el zapato a nuestra medida.

Solemos creer que lo que nos hace mantenernos en la misma dinámica es el amor. Sin embargo, lo que origina esto es precisamente LA FALTA DE AMOR. Pero no de amor romántico o de amor de dos, que también, sino la ausencia de AMOR PROPIO.

Nos cuesta horrores dejar marchar y, sobre todo, nos empeñamos en retener a las personas que menos han hecho por permanecer a nuestro lado. Bien por miedo al vacío emocional, bien por miedo a la soledad o bien por el pánico que tenemos a “perder o cometer un error”.

No basta con querer, la confianza, la ilusión y el amor van más allá de un carácter. Uno tiene que trabajarse individualmente y en pareja. Pero esto, tristemente, no es importante en el día a día, lo que ocasiona que el amor apriete y nos asfixie.

El dolor emocional que ocasiona este tipo de amores nos hiere y pisotea nuestro crecimiento personal. Son amores egoístas o manipuladores que consiguen que nos sintamos egoístas cuando queremos respirar.


Por otra parte, resulta complicado no querer retener a una persona a partir de la que hemos creado nuestro mundo. Y este es, precisamente, el mayor error que cometemos. La falta de amor propio nos mantiene ciegos a nuestras propias necesidades e, incluso, a nuestra propia visión del mundo.

Si tú o tu pareja vetáis una parte del otro, la que sea, es hora de decir adiós y dejar marchar. La soledad puede sanar el dolor de una mala compañía, a pesar de que creamos que no lo vamos a soportar.

Dejar ir no significa renunciar, sino aceptar el hecho de que algunas cosas no pueden ser

SI NO TRAE ALEGRÍA A TU VIDA…SUELTA.
Si no te ilumina ni te construye…SUELTA.
Si permanece pero no crece…SUELTA.
Si te procura seguridad y así te evita el esfuerzo de desarrollarte…SUELTA.
Si no brinda reconocimiento a tus talentos…SUELTA.
Si no acaricia tu ser…SUELTA.
Si no impulsa tu despliegue…SUELTA.
Si dice pero no hace…SUELTA.
Si no hay lugar en su vida para ti…SUELTA.
Si intenta cambiarte…SUELTA.
Si se impone el “yo”…SUELTA.
Si son más los desencuentros que los encuentros…SUELTA.
Si simplemente no suma a tu vida…SUELTA.
SUÉLTATE… La caída será mucho menos dolorosa que el dolor de mantenerte aferrada a lo que NO ES.

Es por todo esto que si sientes que te ahogas y que no puedes ser tú mismo, es hora de que te reinventes y restablezcas tus prioridades. De hecho, es algo que deberías replantearte a diario, pues a veces la misma costumbre nos hace cegarnos e insensibilizarnos al dolor.

Y es que el dolor llega a nosotros con la única idea de avisarnos de algo. Podemos anestesiarnos, podemos ponernos una venda en los ojos o podemos negarnos a mirar de frente, pero la realidad es muy simple: la única persona a la que necesitas para vivir es a ti y, si lo demás te hace sufrir, tienes la posibilidad de prescindir de ello.

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