Detrás de las emociones que experimentamos existen tres
procesos que las definen: conductual, neurovegetativo y cognitivo. Las
emociones no se limitan a aquello que sentimos, sino que provocan una reacción
en cadena en nuestro organismo y en nuestra conducta.
La naturaleza de las emociones es cambiante, no permanece
la misma emoción durante un largo periodo de tiempo; si esto sucediera
hablaríamos más bien de un sentimiento, como el amor, antes que de una emoción.
Es por eso que podemos estar enfadados y unos instantes después reírnos de una
broma que acaban de hacernos. De hecho, la propia morfología de la palabra ya
nos informa de la naturaleza cambiante de su significado: proviene de la
palabra “moción”, o lo que es lo mismo, movimiento.
Se pueden experimentar con intensidad, ya que a pesar de
ser breves y cambiantes pueden atesorar la suficiente energía como para
producir un impacto muy grande. Por ejemplo, si un suceso nos hace sentir
rabia, en el momento en el que esa emoción se dispara es muy difícil de
controlar ya que los tres componentes se han desencadenado y tanto nuestro
cuerpo como nuestra mente están sumergidos en la emoción. En estos momentos la
regulación emocional es especialmente importante ya que con ella controlamos la
liberación de esa gran energía.
Componente neurovegetativo de las emociones
Son aquellas reacciones físicas que se reflejan en
nuestro cuerpo. Estas reacciones no son controlables y aparecen queramos o no.
Por ejemplo, si sentimos miedo pueden aparecer taquicardia, sudoración,
temblor, tensión muscular… O si sentimos
vergüenza podemos ruborizarnos. A veces estas reacciones también provocan
cambios conductuales de manera indirecta, ya que podemos querer ocultarlos.
Normalmente, obedece al significado que le damos a dicha
emoción. Es uno de los componentes que más rápido suele aparecer y tiene la
función de prepararnos para actuar. Por ejemplo, si sentimos miedo, nuestro
cuerpo utiliza la energía de esta emoción para prepararse para salvarnos del
peligro, nos ayuda a ser más efectivos en la respuesta y provoca cambios en los
neurotrasnsmisores. Así, en caso de huida, la adrenalina entraría en juego.
Los cambios surgidos son manejados por el sistema
nervioso simpático. Aumenta el tono muscular, hace que nuestro corazón lata más
deprisa y que tengamos reacciones más rápidas y eficientes que en reposo. Una
vez que la amenaza pasa, nuestro cuerpo tiene que volver a la homeóstasis y
regular todas las funciones corporales, de esto se encarga el sistema
parasimpático.
Componente conductual
En cuanto al comportamiento, cuando experimentamos una
emoción, este puede traducirse en acciones muy enérgicas e impulsivas. Estos
cambios pueden verse reflejados en nuestro tono de voz, la melodía o la
prosodia. También entran en juego las expresiones faciales que reflejan el
impacto que ha tenido dicha emoción. Además, informa a las personas de nuestro
entorno de cómo nos sentimos.
Las expresiones faciales de las emociones han generado
mucha curiosidad en el campo de la psicología, tanto que han protagonizado una
gran cantidad de estudios. Los estudios parecen indicar que estas expresiones
son innatas y universales, ya que todo el mundo presenta las mismas para cada
emoción, además somos bastante buenos identificándolas en los demás. Así tienen
un papel adaptativo: permiten conocer el estado de ánimo del otro.
Este componente tiene la función de facilitar las
relaciones sociales y en consecuencia la empatía. Cuando vemos a alguien
llorar, sabemos que no se encuentra bien y que puede necesitar nuestra ayuda.
También puede proporcionarnos información útil para evitar problemas: si vemos
que alguien está muy enfadado, nos alejamos.
Componente cognitivo
Es la vivencia subjetiva de la emoción, o lo que
comúnmente llamamos sentimientos. Se trata de cómo percibimos la emoción y el
impacto que tiene en nosotros. Nos permite poner nombre a lo que sentimos. En
ocasiones, las limitaciones del lenguaje hacen que haya restricciones en los
sentimientos y que lleguemos a la conclusión de que no sabemos qué es lo que
nos pasa.
La dificultad de poner nombre a lo que sentimos puede
limitar mucho nuestra capacidad de comunicación, por lo que es muy importante
una educación emocional adecuada que nos ayude a identificar nuestras emociones
y las de los demás y a traducirlas en palabras. Piensa que una buena gestión
emocional tiene como condición necesaria una correcta identificación de las
emociones.
La alexitimia es la imposibilidad de poner nombre a los
sentimientos. Es algo así como una “ceguera emocional” que imposibilita la
comprensión de lo que se siente. El problema se encontraría en el componente
cognitivo de la emoción, ya que aunque el que la sufre es capaz de sentir
emociones, no es capaz de comprenderlas y nombrarlas.
Como hemos visto en este artículo las emociones tienen
tres ramificaciones que las hacen más complejas de lo que en un principio
pueden parecer. Así, aunque estén relacionadas con la biología más primitiva de
nuestro cerebro, tenemos el reto de adaptar cada uno de sus componentes a las
demandas actuales. Una tarea que por otra parte no es sencilla.
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