La bondad
se transmite mediante la caricia que reconforta, el gesto que educa y el
ejemplo que guía. Si plantamos en nuestros pequeños semillas de nobleza, de
afecto y de empatía, daremos al mundo adultos más fuertes, personas más dignas
y valientes capaces de construir sus propios caminos.
Lo cierto
es que, por mucho que la inteligencia emocional esté de moda, siguen
priorizándose aquellos estudios y trabajos orientados a potenciar el rendimiento
de los niños en las materias escolares más tradicionales. Algo en lo que
incide, por ejemplo, la ley estadounidense “Child Left Behind“ (que ningún niño
se quede atrás), que impulsa a los alumnos y a las familias a mejorar su
expediente académico con el fin de no perder ayudas económicas.
“Un gramo
de bondad vale más que una tonelada de intelecto”
Esta ley
ha propiciado el desarrollo de múltiples trabajos enfocados a una idea muy
básica: desarrollar al máximo la habilidad de los niños para memorizar. Los
estudios en sí resultan interesantes desde un punto de vista científico, porque
se ahonda en los distintos patrones que utiliza el cerebro para establecer
relaciones, para codificar datos y asentar nuevos recuerdos.
Ahora
bien, lo que está sucediendo con este edicto, aprobado en su momento por el
presidente George W. Bush, es que los maestros se sientan presionados y los
alumnos frustrados. Es como si nuestro contexto político y social fuera por un
lado, mientras la neurociencia, con los resultados derivados del conjunto de
investigaciones en este contexto, nos gritara que por ahí no.
El
cerebro de un niño necesita una educación más completa y compleja que la
actual, que incide y estimula la práctica de estrategias mnésicas. Una atención
a la memoria que va en detrimento del “cemento” que asienta los conocimientos,
lo que despierta la curiosidad y lo que asienta los cimientos de una
personalidad fuerte, madura y feliz.
Si somos capaces de educar, de guiar y de
motivar a los niños a través de la bondad y el reconocimiento, daremos al mundo
una generación mucho más digna y más preparada para los retos con los que se
van a tener que enfrentar.
La bondad
en el cerebro infantil
Empezaremos
aclarando un aspecto importante. Cuando un bebé llega al mundo es incapaz de
regular sus emociones, y en su cerebro no existe ningún área donde esté
instalada de forma genética el concepto de la bondad. Lo que sí hay es una
necesidad innata y natural por “conectar” con el medio que le envuelve, primero
con sus progenitores para sobrevivir y más adelante con sus iguales para
iniciar sus primeras relaciones sociales.
Hemos de
entender que el mundo emocional de los niños sigue una secuencia de desarrollo
específica donde los adultos debemos ser sus guías, sus mediadores e incluso
sus gestores. La reorganización neurológica de un cerebro infantil es muy
compleja, ahí donde la edad cronológica no siempre marca que se asiente una
función, una capacidad o un logro específico. Así, seamos pacientes y aprendamos
a respetar el desarrollo físico, psicomotor y emocional de cada niño.
Además,
existen una serie de factores que determinarán la calidad de ese desarrollo
integral en nuestros hijos. Cuando hablamos de educar en bondad no nos
referimos solo a educar en valores. Hablamos también de cómo ese universo
cercano -lleno de caricias, miradas y reconocimiento- configura sin duda esa
conexión capaz de conseguir un mejor desarrollo neuronal.
Un niño
puede establecer un contacto con la bondad desde edades muy tempranas. La
percibe a través de la voz de su madre y de los brazos de su padre. La nota
cuando aprende a hablar y es escuchado, cuando lo guían con el ejemplo, cuando
regulan sus emociones y le enseñan a valorar a los demás, a respetarlos y a
respetarse también a sí mismo.
La bondad
es mucho más que un valor, es un canal de aprendizaje excepcional.
Claves
para educar en bondad
Hablábamos
al inicio de que la línea curricular de muchos centros escolares pasa por
priorizar el rendimiento académico en asignaturas clásicas por encima de la
Inteligencia Emocional. Bien, queda claro que ninguno de nosotros vamos a poder
cambiar lo que nos exige la sociedad, por ello vale la pena educar
emocionalmente a nuestros niños para que estén preparados ante estas demandas.
Se trataría pues de guiar desde el hogar, de ser buenos gestores emocionales
desde que nuestros hijos están en la cuna y dan poco a poco sus primeros pasos.
“Toda
demostración de bondad es un acto de poder”
A
continuación, os damos algunas claves para conseguirlo.
Educar en
respeto, educar en bondad
Algo muy
real y que el libro “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar
para que los niños hablen” nos explica muy bien es que todos somos excelentes
padres, hasta que somos padres. Es decir, antes de tener niños idealizamos la
crianza y tenemos muy claro lo que haríamos y lo que no. Más tarde, cuando
llegan los hijos la vida real nos da la “bienvenida”.
Para educar en respeto y bondad es
necesario ser unos padres pacientes. La crianza es una aventura diaria, ningún
día es igual y las exigencias de un niño pueden cambiar de un momento a otro.
Lo más importante en estos casos es que nosotros mismos seamos siempre iguales
para ellos, igual de accesibles, igual de afectuosos, pacientes, con las mismas
normas y los mismos ejemplos que inculcar.
Otro consejo que nos dejó María Montessori
es la necesidad de sembrar en el niño ideas de nobleza desde edades muy
tempranas aunque no las entienda. Ya llegará día en que esa semilla ofrezca su
fruto.
Por
último, no podemos olvidar que la bondad es una de las cualidades que mejor
refleja la esencia humana. Educar en bondad es enseñar civismo, es respetar al
otro, es amar la naturaleza y no menos importante, amarse también a uno mismo.
Guiemos a
los niños en este camino que día a día, les ayudará sin duda a disfrutar de una
vida más plena.
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