Aún a riesgo de simplificar
la riqueza humana, podemos atrevernos a afirmar que en el mundo existen dos
tipos de personas: aquellas que se muerden la lengua para no dejar salir las
“malas palabras” y aquellas que las sueltan, sin más. Quienes imprecan pueden
llegar a parecer groseros y maleducados pues incluir algunas palabras
catalogadas como “obscenas” en nuestro discurso no está bien visto. Sin
embargo, este hábito puede sumar algunos puntos a tu favor.
Un estudio desarrollado en
las universidades de Stanford, Cambridge, Maastricht y Hong Kong sugiere que
las personas que encadenan una obscenidad tras otra en realidad podrían ser más
honestas.
Imprecar implica
aplicar menos filtros mentales al discurso
En la primera parte del
estudio participaron 276 personas, las cuales refirieron las principales
palabrotas que usaban en su vida cotidiana y con qué frecuencia. A continuación
los investigadores pusieron a prueba su nivel de honestidad a través de una
serie de tests.
En la segunda parte del
estudio los investigadores analizaron unos 73.789 perfiles de Facebook,
buscando indicadores linguisticos de engaños, como el uso de la tercera persona
y la presencia de palabras negativas.
Al combinar los resultados
se apreció que existe una fuerte correlación entre las imprecaciones y la
honestidad; es decir, las personas que maldicen y usan palabrotas suelen ser
más sinceras.
Los investigadores señalan
que aunque en la mayoría de las culturas maldecir y decir palabrotas está mal
visto, en realidad estas son una forma de expresión directa y honesta, sin
tamices. De hecho, no son expresión de maldad o ira sino más bien de autenticidad
ya que las personas pueden usar estas palabras en contextos sociales como si
estuvieran hablando consigo mismas. En práctica, sería una externalización del
diálogo interior que discurre en su mente.
Este tipo de lenguaje
también implica que esa persona no filtra mucho su discurso social, lo cual
indica que usa menos máscaras y no tiene miedo a mostrarse tal cual es. También
puede considerarse un indicador de que a esa persona no le interesan tanto las
convenciones sociales.
Además, un experimento llevado
a cabo en la Universidad de Keele demostró que las imprecaciones nos ayudan a
lidiar con el dolor. Cuando las personas podían maldecir libremente reportaban
menos dolor, a pesar de que su ritmo cardíaco aumentaba. Esto significa que
aumenta su umbral de percepción del dolor. Y por si fuera poco, también se ha
descubierto que decir palabrotas incrementa nuestra tolerancia a la
frustración.
¿Por qué las “malas
palabras” tienen ese efecto?
La clave se encuentra en que
las “malas palabras”representan un tabú social, están prohibidas en ciertas
situaciones. Por tanto, cuando nos damos permiso para decirlas, estamos
rompiendo una regla implícita, lo cual nos hace sentir bien.
Además, en situaciones de
estrés decir palabrotas implica romper el dique del autocontrol, por lo que
imprecar se convierte en una válvula de escape que nos permite liberar un poco
de tensión. Por eso las “malas palabras” tienen un poder catártico.
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joder...
ResponderEliminarTienen toda la puta razón!!! ;)
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