Como seres humanos una de
las emociones que podemos presentar a lo largo de nuestra vida es la tristeza,
la cual es vista por muchos como muestra de debilidad, como síntoma de
depresión o como una emoción insana y definitivamente no tiene que representar
ninguna de estas opciones.
Definitivamente estar
tristes, sentirnos devastados por algún acontecimiento, sentir que bajo
nuestros pies se abre el mundo y pudiese tragarnos y peor aún desear que eso
ocurra, no es en lo absoluto el mejor estado anímico en el que nos podemos
encontrar, no son las
mejores sensaciones las que recorrerán nuestro cuerpo y mucho menos serán los
mejores pensamientos los que se apoderarán de nuestra mente. Sin
embargo, conscientes del proceso, podemos tomar esos tránsitos como trampolines
para impulsarnos a donde queremos estar, para salir de la situación que nos ha
llevado a vivir ese estado de tristeza que nos cuesta tanto aceptar y vivir.
Aún una vida feliz no es factible sin una medida de
oscuridad, y la palabra felicidad perdería su sentido si no estuviera balanceada
con la tristeza. ― Carl Gustav Jung
Es normal sentirnos mal de
vez en cuando, es normal sentir que el mundo se nos viene encima y sentir que
no contamos con las fuerzas necesarias para afrontar una determinada situación
en un momento dado. Drenar
estas emociones es lo que nos permite recuperarnos, ya que durante
estos períodos de tristeza, de frustración, de dolor, es cuando aceptamos que
algo no está bien y la aceptación nos libera emocionalmente de una carga.
No se
trata de quedarse encadenado a un estado de sufrimiento, ni
de abrirle paso a lo necesario para generar en nosotros un desequilibrio tal
que se traduzca en una sensación peor y desencadene un padecimiento adicional,
se trata de respetarnos como seres humanos y darnos los espacios y tiempos
necesarios para transitar nuestros duelos por grandes o pequeños que sean.
Se trata de validar y
reconocer nuestras emociones, nuestros momentos de debilidad, los cuales
normalmente se convierten en puntos de inflexión necesarios para cambiar el
rumbo de nuestras vidas. Autorizarnos a estar tristes nos permite reflexionar
durante nuestro dolor acerca de cómo hemos llegado a sentirnos así, nos permite
aligerar la carga que llevamos en nuestros corazones y nos permite tener una
mejor disposición para recomenzar.
Ahora bien, debemos tratar
en lo posible de darnos tiempos razonables para procesar nuestras penas, no es
que vamos a marcar en nuestra agenda algo como: Me tomaré desde hoy hasta el
domingo en la tarde para estar triste y aprovecho la noche para ir al cine con
X persona. Obviamente no
podemos imponerle a nuestro corazón un lapso de tiempo determinado para vivir
la tristeza, pero sí podemos ayudarnos a salir de eso lo más pronto posible.
Porque el sufrimiento resulta adictivo y no es lo que deseamos que ocurra.
Debemos abrir paso a vivir
nuestra tristeza, pero nunca permiso para que se instale cómodamente a vivir en
nuestra vida, apoderándose de ella y haciéndose parte de nosotros o más bien
nosotros de ella. Todos tenemos derecho a días grises… pero no a hacer de
nuestra vida una tempestad.
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