Por:Valeria Sabater
Cada uno de nosotros hemos
pasado por alguna vivencia que nos ha cambiado para siempre. Es como atravesar
un umbral donde uno pone la mirada atrás para descubrir con cierta tristeza,
que ha perdido algo. Tal vez sea la inocencia, o la certeza de que la vida no
lleva inscrita la promesa de una felicidad perenne.
Dentro del crecimiento
personal suele decirse que las personas nacemos dos veces. La primera cuando
venimos al mundo. La segunda, cuando hemos de hacer frente a un hecho
traumático. Es entonces cuando se nos insta a avanzar, a crecer en
supervivencia emocional, en superación, en resiliencia.
“Avanzamos sin alegría en nuestros laberintos
personales, hasta que de pronto, hallamos la pista que nos conduce al paraíso
en medio de la maraña.”
-Mary Shelley-
Según Rafaela Santos,
psiquiatra y presidenta del Instituto Nacional de Resiliencia, las personas
solemos pasar de media por dos hechos complicados que nos pondrán a prueba. Son
vivencias que escapan a nuestro control, y para las cuales, no siempre estamos
preparados. Al menos en apariencia.
Porque lo creamos o no,
nuestro cerebro presenta una ingeniería perfecta que nos alienta a sobrevivir,
a sacar fuerzas de las flaquezas para volvernos a abrir paso ante tanta
espesura emocional. A encontrar la salida entre nuestros laberintos personales.
Ahora bien, así como los
hechos traumáticos nos obligan a aprender y a avanzar, también los hechos
positivos tienen poder. El viejo dicho aquel de que “para aprender hay que
sufrir”, tiene matices. Porque la felicidad también aporta sabiduría, templanza
y conocimiento.
Las personas somos el
resultado de todas nuestras vivencias, pero sobre todo, de lo que hemos
aprendido de ellas. Todo, absolutamente todo, nos esculpe y nos da forma en
nuestros valores, en nuestras virtudes y en nuestros defectos. El tiempo,
nuestra mente y nuestra voluntad son los grandes artesanos de lo que somos en
estos momentos.
Todo por lo que
hemos pasado: la escultura de la vida
Ante una decepción afectiva
tenemos dos opciones, amarrarnos a la esperanza y perpetuar el dolor o bien asumir
el final de un ciclo y avanzar. Asimismo, ante la pérdida de un ser querido,
también hay dos únicos caminos, hundirnos o mirar al horizonte de nuevo. Si
pensamos en ello, pocas veces se nos abren dos opciones tan claras, pero a la
vez, tan complejas.
Sin embargo, comprender que
solo existe un camino correcto, no basta para que la persona aúne toda su
determinación y voluntad para emprender ese proceso de recuperación. “Entender”
y “hacer” son dos dimensiones muy complejas en el campo psicológico. Es como
decirle a una persona con depresión que debe ser más feliz. Lo entiende, no hay
duda, pero necesita estrategias, predisposición, ayuda y refuerzos.
Para dar ese salto de fe
hacia el camino adecuado necesitamos apoyo y autoconfianza. Porque la forma en
que pasemos sobre estos puentes vitales determinará el tipo de vida que
tengamos al otro lado del mismo. En caso de no hacerlo de forma adecuada, nos
veremos suspendidos en una isla de amargura sempiterna donde no cabe la luz ni
la esperanza el horizonte. Nadie merece una existencia así.
Hemos de ser capaces de
asumir que la vida trae secuelas, sin embargo, al final se aprende a vivir con
ellas. No seremos la misma persona, de eso no hay duda, pero daremos forma a
una persona diferente: alguien mucho más fuerte.
Ser como el bambú,
ser como la arcilla, ser como los lobos
En nuestro lenguaje
coloquial solemos decir muchas veces aquello de que la desgracia nos ha
“golpeado”. Todo hecho traumático se vive como un golpe. Aunque más bien
deberíamos describirlo como una quemadura, porque es así como lo siente nuestro
cerebro.
Las rupturas afectivas, por
ejemplo, provocan una respuesta muy intensa en la la corteza somatosensorial
secundaria y la ínsula dorsal, áreas relacionadas claramente con el dolor
físico, con lo que experimentamos por ejemplo, al sufrir una quemadura.
“La cultura oriental nos recuerda que cuanto más alto
es el bambú, mayor consistencia y flexibilidad adquiere”
-Dicho oriental-
Así pues, imaginemos por un
momento lo que supondría perpetuar este estado. Cronificar este dolor al no
lograr gestionar de forma adecuada la pérdida, la ruptura o ese suceso
impactante. Nuestro cerebro quedaría sometido a un estado de estrés
postraumático persistente donde la persona queda, literalmente, fragmentada.
Para reducir el impacto de
estas vivencias, podemos entrenarnos en tres sencillas estrategias que nos
pueden ser muy útiles también en las dificultades del día a día.
Tres claves
ilustrativas para aprender a ser resilientes
Los recursos psicológicos
implicados en la gestión de los cambios se pueden entrenar en nuestra
cotidianidad. Si lo pensamos bien, no hay día en que no debamos enfrentarnos a
una renuncia, a algún pequeño cambio, reto o desafío. Todo momento es bueno
para adquirir adecuadas competencias. Solo así estaremos preparados cuando la
vida, nos ponga a prueba.
Te
explicamos tres sencillas claves para conseguirlo.
La sabiduría del bambú. Te
gustará saber que el bambú es la planta que crece más rápido en el mundo vegetal.
Ahora bien, ese crecimiento acontece después de unos años donde se dedica solo
a favorecer un adecuado crecimiento interior. Echando raíces, nutriéndolas. Más
tarde, ni el más feroz embiste de viento logra derribar al bambú. Porque es
flexible, porque cuenta con un mundo interior fuerte y resistente.
Vale la pena imitar este
tipo de proceso: fortalecer los pilares de nuestra personalidad y nuestro mundo
emocional para adquirir esa flexibilidad con la cual, impedir que la adversidad
nos golpee hasta vencernos.
Seamos arcilla, adaptémonos
a los cambios. Pocos materiales nos dan tantas posibilidades a la hora de
expresar nuestra creatividad. Asumamos esa característica, seamos capaces de
cambiar de forma con valentía y originalidad para superar esos momentos
complejos.
El lobo conoce a sus
depredadores y se defiende. Pocos animales son tan ávidos a la hora de intuir a
sus enemigos. Sobreviven a condiciones extremas, lo dan todo por su manada, son
observadores y saben luchar.
El lobo, antes que feroz es
sabio. Imitar alguno de sus comportamientos nos puede ayudar a superar esos
terrenos complejos que nos trae la adversidad. Porque un corazón fuerte es el
reflejo de un alma que conoce sus prioridades y que no duda en darlo todo por
aquello que ama.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en lamenteesmaravillosa
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