A lo largo de la vida,
acumulamos muchas cosas, algunas de ellas son agradables y nos llenan el alma
al recordarlas, otras de ellas quisiéramos eliminarlas, pero no sabemos a
ciencia cierta cómo hacerlo y terminamos obteniendo un resultado contrario. En
esta categoría entran las heridas, esas marcas que se producen en nuestro ser
que nos han ocasionado algún tipo de sufrimiento en el pasado y que cada vez
que tenemos oportunidad nos provoca el mismo efecto.
Todas las heridas deben
llevar consigo un proceso de sanación, no deben ser cubiertas en vivo, porque
el daño será mayor, no se deben ignorar y hacer como si no estuviesen, porque
por alguna parte comenzarán a drenar. Las heridas debemos curarlas, una vez
identificadas, debemos hacer un laborioso trabajo, que por lo general debe
incluir un proceso de perdón, de liberación de culpas, de aceptación y de
desprendimiento.
Cuando no llevamos a cabo
estos procesos, las heridas jamás cicatrizan y cualquier roce, cualquier brisa,
cualquier contacto, nos puede hacer “sangrar” nuevamente. Cuando nos aferramos
a eventos del pasado que nos hicieron daño, estamos expuestos a vivir en una
continua tortura que no nos permitirá avanzar, ni tampoco disfrutar de cosas
diferentes de la vida, solo nos mantendrá en el dolor experimentado y su
reaparición una y otra vez.
Debemos iniciar
voluntariamente un proceso de curación, en donde se apliquen todos los recursos
necesarios, debemos darnos tiempo para sanar, una vez encaminado el proceso, el
contacto debe ser poco. No debemos darle fuerza a nuestros pensamientos
dramáticos o catastróficos, debemos aprender a silenciar nuestra mente y no
meterse en asuntos más profundos, con la poca colaboración que la caracteriza.
Si nos dedicamos a darnos
con un látigo, a revisar una y otra vez la cura, a recordar cómo fue propinada
la herida, medir su profundidad, a compararla con otras heridas propias o de
otros, no estaremos colaborando con el proceso de curación. Utilicemos nuestros
recursos más esenciales, para darle paso a la sanación. Tenemos recursos
ilimitados en nuestro interior para solventar nuestras penas.
Solo que no dejamos de ver a
través de nuestros ojos, no dejamos de pensar, no dejamos de captar a través de
lo que conocemos. Pero si damos paso a lo que realmente somos, entenderemos que
la sanación está disponible para nosotros en cualquier momento, solo debemos
callar nuestra mente y permitir a nuestro ser actuar.
Tómate el tiempo que
necesites, pero no permitas que el ego te confunda haciéndote sufrir más de lo
necesario, a él le encanta victimizarse, sufrir, busca mecanismos para llamar
la atención, pero una vez que dejamos de prestarle atención y alejamos de sus
manos ese cuchillo que acerca cada vez que puede a nuestras heridas, entramos
en un proceso liberador y sanador.
Fuente: el post completo y original lo puedes encontrar en mujer.guru
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