Por:Valeria Sabater
Me
gusta la gente así, humilde de corazón, de sonrisa traviesa y corazón amable que
me sorprende cada día con sus acciones. Son personas que hablan y cumplen, que
no presumen, que no entienden de egos ensalzados o de falsedades camufladas.
Adoro a esas personas mágicas camufladas de normales.
¿Y quién no lo haría? Sin
embargo, sabemos bien que ese tipo de personalidades apenas se cuentan con los
dedos de una mano. Vivimos en una sociedad individualista y cada vez más
orientada al exterior, ahí donde son comunes ciertos comportamientos
exhibicionistas y desmanes grandilocuentes donde la dependencia a ser admirados
casi a cada instante, agota y asfixia.
“Si la gente es buena solo porque teme al castigo y
espera una recompensa, entonces somos un grupo lamentable”
-Albert Einstein-
Paul-Claude Racamier,
célebre psicoanalista francés acuñó hace ya bastantes años el término “perverso
narcisista”. Sería sin duda la versión más extrema de este perfil. Son personas
que viven no solo enfocados en su propia infalibilidad y perfección, sino que
además ejercen un acoso moral persistente con el que humillar a los demás para
engrandecerse aún más a sí mismos.
Vivir sujetos a este tipo de
dinámicas acaba por destruir nuestra salud mental. Es necesario dar un giro en
nuestras relaciones cotidianas. Debemos hallarlas, dar con esas personas que no
enfocan sus vidas hacia la galería, sino a ese rincón discreto y privilegiado
desde donde uno entiende, se acomoda con sabiduría y respeta a los demás.
Gente que presume y
gente que te reconforta
Un
rasgo común del narcisista crónico es su tendencia a hacer promesas y castillos
en el aire que más tarde no cumple. Son adictos a utilizar el
pronombre personal “yo” encabezando cada frase, hacen de granos de arena regias
catedrales y se alzan como prepotentes arquitectos de sus universos
todopoderosos. Todo lo saben, todo lo han visto y todo lo han experimentado y
si no lo han hecho, lo inventan mediante una pátina de adecuado glamour.
Ahora bien, lo más curioso de este tipo de personalidad es que los
identificamos casi al instante. Las mentiras tienen las
patas cortas y la vanidad unos ojos muy saltones. Sin embargo, en ocasiones,
aún avistando desde lejos sus múltiples carencias y los vacíos habitados por
telarañas de su corazón, no es tan fácil defendernos. No es fácil convivir con
un narcicista crónico si esa figura es el padre, la madre o la propia pareja.
Según un artículo publicado
en la revista científica “PsychCentral” hay un aspecto esencial que puede sanar
y reconfortar a una persona que acaba de vivir una relación afectiva con un
perfil de estas características. Es sentir que aún hay gente altruista, seres
que son capaces de sorprender a aquellos que aman sin esperar nada a cambio.
Porque las buenas personas, más allá de lo que pueda parecer, no están en
peligro de extinción.
Lo que ocurre es que son
discretas, no hacen ruído, no quieren público, hablan lo justo y saben actuar
en el momento adecuado.
Al día de hoy, la
humildad nos sigue sorprendiendo
El ego más afilado es el
germen que habita en esos muros donde muchos quedan aislados en sus vastas
penínsulas de soledad. Todos conocemos a alguien cercano que porta esa máscara
moderna donde, a modo de expresión del teatro griego, se inscribe la soberbia y
la necesidad de atención para saber que son alguien.
Quizá por ello, al habernos
acostumbrado tanto a la individualidad conjugada extrañamente con la necesidad
de atención, nos siguen sorprendiendo tanto los actos humildes o aún más, el
que alguien lleve a cabo una acción solo por ver felices a los demás.
Cuando un extraño hace algo
de forma espontánea por otra persona, nos preguntamos casi al instante qué lo
ha guiado para hacer dicha acción. Asimismo, cuando un amigo nos sorprende con
un detalle, con un favor o con una bella acción, a menudo respondemos con
aquello “te lo devolveré o estoy en deuda contigo”.
Muchos
tenemos el principio de reciprocidad integrado en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo,
también sería adecuado aceptar esos actos con total apertura sin obsesionarnos
en lo que deberemos o no deberemos hacer en un futuro. Se trata solo de
apreciar ese instante, ese acto generoso y desinteresado que no busca más que
darnos felicidad.
De hecho, esas personas
mágicas disfrazas de normales no esperan nada a cambio. Porque lo que se hace
de corazón no espera recompensas, el mayor tributo es saber que su acción ha
arrancado una sonrisa, nos ha reconfortado y sembrado en nuestro interior esa
confianza en el ser humano que nunca deberíamos perder.
Sabemos que son muchas las
personas que necesitan de toda una galería para ser alguien, que las falsas
apariencias crecen como la mala hierba. Sin embargo, tras la necesidad de atención
lo único que se halla es la soledad y una profunda inmadurez emocional. Aprendamos pues a autoabastecernos, a no necesitar a
nadie para saber lo somos y lo que valemos para poder así dar lo mejor de uno
mismo a los demás de forma desinteresada.
Fuente: el post completo y original lo puedes encontrar en lamenteesmaravillosa
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