Como educador infantil que
soy, hay una aseveración que me molesta enormemente, y es confundir la
necesidad de que los pequeños tengan ciertos límites con la desgraciadamente
popular “mano dura”. Una falacia que es del todo ineficaz, pues un niño feliz y
un niño mimado no tienen absolutamente nada que ver, y no se deben confundir
ambos conceptos.
Por lo tanto, me gustaría
hacer un pequeño alegato desde mi humilde punto de vista para aprender a
distinguir entre un niño feliz y un niño mimado, casos totalmente
contrapuestos. Para ello, me gustaría centrarme en una frase del célebre
psiquiatra norteamericano Karl A. Menninger:
“Lo que se les dé a los
niños, los niños darán a la sociedad”
Diferencias entre un niño
feliz y un niño mimado
Existen muchas diferencias
entre lo que es un niño feliz y un niño mimado. Y no olvidemos que, tal y como
dice Menninger, lo que le demos a los pequeños, será lo que ellos ofrecerán y
demandarán de la sociedad y el ambiente en el que se desarrollan.
Es decir, que la infancia en
un pequeño es una época vital, pues es cuando comienza a interiorizar valores,
capacidades, habilidades o predilecciones, entre otras. Una especie de figura
moldeable que debemos respetar y educar con todo el cariño del mundo y una
formación transversal adecuada al planeta que queremos construir:
Las exigencias
Entre las diferencias que
encontramos al comparar un niño feliz y un niño mimado, podemos vislumbrar las
exigencias. El niño mimado tendrá constantemente una serie de exigencias que,
de no ser colmadas, acabarán en enfados y rabietas, pues se le ha acostumbrado
a la posesión material, y al no tener algo en particular, su cabreo puede ser
monumental, pero también su frustración y rabia.
Sin embargo, el niño feliz
aprende pronto el valor de las cosas. Sabe hasta dónde puede llegar con
temprana edad y no siente un grado de frustración tan alto si no puede poseer
algo en particular.
El desarrollo de la escala
de valores
Un niño mimado tiene una
escala de valores muy limitada, que se suele ajustar al “tanto tienes, tanto
vales”, pues así es como ha sido educado, y es cuanto ha visto en su entorno.
No entiende que otro pequeño no tenga lo que desea y hasta puede llegar a
mofarse de ello.
Mientras tanto, un niño
feliz, que crece en un entorno en el que se siente querido y comprendido,
desarrolla mucho más rápido una escala de valores en la que comprende qué es el
amor, la paz, la libertad o la solidaridad. Para un niño feliz, la posesión no
es tan valiosa, y no necesita objetos o juguetes para sentirse bien, solo
cariño y comprensión.
El carácter
Un niño mimado suele
desarrollar desde bien temprano un carácter tendente a la frustración y la
tiranía. Aprende pronto que si quiere algo, lo ha de exigir con vehemencia, sin
saber a ciencia cierta por qué. Simplemente asocia que el cabreo y la rabia van
acompañados de la recompensa.
Por su parte, un niño feliz
suele tener un carácter más sensible, y se acostumbra pronto a pedir cuanto
desea. Además, desarrolla herramientas de protección contra la frustración,
estrategias para conseguir cuanto desea por sus propios medios, y una forma de
ser menos dependiente.
El nivel de comprensión
Entre un niño feliz y un
niño mimado, cabe resaltar su capacidad de comprensión ante el mundo. Si un
pequeño tiene todo, no necesita ver más, y puede perder la capacidad para
investigar y desarrollarse.
Un niño mimado que tiene
todo cuanto quiere de forma inmediata, desarrolla una baja curiosidad por
cuanto le rodea y un ínfimo interés por aprender y comprender. Si cree que
necesita algo, lo exige, y no mira más allá.
Un niño feliz se desarrolla
en un ambiente de comprensión, curiosidad y ganas de conocer y aprender el
mundo en el que vive. Es parte de la vida y de su propio devenir vital.
“Los niños tienen más
necesidad de modelos que de críticos”
-Carolyn Coats-
Podéis ver que las
diferencias entre un niño feliz y un niño mimado son muchas y muy marcadas. No
se trata de que los niños tengan todo, sino de que aprendan a conseguirlo en un
ambiente cordial y amable con sus necesidades.
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