El autocontrol es ese
mecanismo que utilizamos para conseguir aquello que deseamos pero que requiere
de un tiempo de espera. Sabemos que podemos lograrlo. La cuestión es si merece
la pena
Probablemente
no hay habilidad psicológica tan importante como el autocontrol. Lograr
el equilibrio emocional suficiente para resistir nuestros impulsos nos conduce,
sin duda, a un mayor bienestar.
Ahondemos en esta cuestión.
Ahí
están la manzana y la tarta de chocolate
y, aunque te has prometido no tocar más alimentos que los de tu dieta,
tus manos se deslizan nerviosas hacia la porción más apetecible de tu nevera.
Seguramente estas
situaciones o sus análogas nos sean familiares a la mayoría. Es frecuente que
una meta propuesta a largo plazo (por ejemplo, perder peso) entre en conflicto
con otros placeres inmediatos (tarta de chocolate).
Si logramos controlar esos
impulsos de disfrute inmediato y momentáneo de ciertos placeres, evitaremos que nuestras metas y nuestra motivación
para conseguir algo se vean dañadas.
Esto es clave para un sinfín
de situaciones vitales.
¿Por qué nos descontrolamos?
Estamos muy comprometidos
para perder esos kilos pero, sin embargo, terminamos por sucumbir y entregarnos
a la tentación.
¿Qué
determina esto?
Podríamos hablar de dos
sistemas psicológicos que intervienen en el autocontrol: el sistema impulsivo y
el sistema reflexivo.
Nuestro sistema impulsivo
rastrea el entorno en busca y captura de estímulos o elementos que nos
garanticen placer (la tarta, por ejemplo).
La magnitud de estos
impulsos no es igual en cada momento ni en cada persona, sino que depende de
múltiples circunstancias y disposiciones. Por ello, por ejemplo, se recomienda
que no vayamos al supermercado con hambre.
Nuestro sistema reflexivo
actúa planificando y elaborando las consecuencias de nuestra conducta.
Pensar sobre lo que vamos a
hacer requiere de muchos recursos y capacidad de autogestión, pero a la par de
costoso, es rentable. Si lo realizamos con asiduidad, ir al gimnasio se
convertirá en un hábito y no en un eterno dilema cuando tenemos el sofá a
nuestros pies.
Recordemos
que bastan 21 días para adquirir un hábito, es decir, para que nuestro cuerpo
necesite de la realización de una conducta.
La demora de la gratificación y el éxito en la vida
El mejor ejemplo para
destacar la importancia de tener la capacidad de demorar los placeres y tolerar
la frustración lo encontramos en la infancia.
Es de sobra sabido que a un
niño le cuesta aceptar la prohibición de jugar a la pelota en un entorno cerrado
o de comerse una golosina si la tiene en frente y nadie le vigila (incluso a
veces aunque se sepan observados la comen sin pensar).
El importante psicólogo
Walter Mischel dio un paso más allá y estudió esta cuestión con un tierno
experimento, el del test de las golosinas.
Como veremos en el vídeo, la
demora de la gratificación consiste en controlar el impulso inmediato de comerse la golosina para luego conseguir más
golosinas.
A través de este estudio
pudo establecer una relación
entre el autocontrol y el éxito en la vida, pues se asume que
medirnos y contenernos en pro de un beneficio mayor es la clave del un
desarrollo exitoso.
8 claves para el desarrollo del autocontrol
Como afirmamos en el titular
que encabeza este artículo, una persona con autocontrol no nace, se hace. Por
eso es imprescindible que conozcamos qué tienen en común las personas que
consiguen dejar el tabaco, perder peso o entrenar para una maratón.
1. Toman conciencia de los riesgos y consecuencias
negativas que puede suponer llevar a cabo una cierta
conducta. Es decir, elaboran reglas del tipo “si… entonces…”, lo que consigue
que no se desvíen tan fácilmente gracias a la anticipación.
2. Aumentan su compromiso
personal explicándole a su entorno cuáles son sus objetivos y su plan de acción.
3. Transforman sus objetivos abstractos en pequeñas
etapas o tareas que tienen que cumplir.
4. Se alegran de los logros
parciales y de la consecución de sus metas y lo celebran.
5. Modifican sus impulsos
estableciendo una asociación entre el aspecto externo de la tentación con algo.
6. Entrenan su memoria para
tener los motivos accesibles en su mente.
7. Reflexionan sobre las
situaciones que suponen un riesgo para su desempeño.
8. Realizan pausas y
momentos de descanso para conseguir restaurar sus recursos mentales y su
motivación.
En definitiva, la senda del
autocontrol pasa por saber manejar nuestras tentaciones y aprovechar nuestras
fortalezas.
Por ello, cada vez que nos
topemos con un dilema entre una situación inmediata y una meta a largo plazo, no
podemos dejar de
imaginar a nuestro sistema reflexivo y a nuestro sistema impulsivo luchando
entre sí.
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