Los abuelos nunca mueren, se hacen invisibles. Tienen el
don de la vida eterna, nada menos que enraizándose en las profundidades del
corazón de cada niño que los mantiene más vivos que nunca con cada recuerdo
feliz y memorable.
Pues sintiendo las caricias de sus suaves manos,
reviviendo su dulce voz al recordar aquellas anécdotas contadas al calor de un
majestuoso abrazo o simplemente al remembrar esa mirada repleta de infinita
ternura y admiración, anidan en sus melancólicas y juguetonas almas.
Es ley de vida. Aquellos héroes de la infancia tienen el
privilegio de ver a sus nietos llegar a la vida mientras que los pequeños soportan
el peso de la cruel despedida luego contemplar el hiriente paso del paso en
aquellos cabellos que toman el color de la nieve o en la piel que comienza a
surcarse.
Los chicos suelen vivir, con dolor y angustia, el modo en
que aquellos momentos compartidos y las mejores historias que merecen ser
contadas se les escurren a los abuelos, cual arena entre los dedos. La memoria
comienza a pulverizarse. Llegar la hora de decir adiós. La primera pérdida de
la infancia.
Sin embargo, los abuelos nunca mueren en realidad, se
inmortalizan en el alma de cada pequeño en tanto dejan imborrables huellas de
amor y cariño. Puede que partan con el cuerpo, mas nunca con el recuerdo. El
tronco de cada familia echó raíces de pertenencia e identidad en cada menor.
Los abuelos nunca mueren, viven dentro de sus nietos por
siempre
El vínculo entre abuelos y nietos nace de una complicidad
íntima y profunda. Los abuelos tienen devoción por sus nietos, por lo que
ofrecen protección, complicidad y, por qué no, consentimiento, además de todo
lo que hace al cuidado del infante.
Por eso, ciertamente, los abuelos nunca mueren sino que,
aunque no estén físicamente, siguen presentes en la vida de cada persona a
través de su eterna lealtad que se materializa en un gran legado oral que
traspasa hacia las nuevas generaciones.
Esos entrañables y memorables personajes supieron
sostener con orgullo y confianza plena las manos de los niños mientras les
enseñaban a andar. Con el tiempo, puede que hayan soltado esas manitas, pero
nunca dejarán de sostener sus corazones, donde se cobijaron hasta la eternidad.
Los abuelos no mueren, se vuelven invisibles y solo se
dejan ver cual estrellas fugaces a través de esas amarillentas fotografías, en
el fruto de ese árbol que él mismo plantó con sus propias manos, en ese bonito
delantal que cosió y conservamos por su inmenso valor afectivo.
Los abuelos viven y serán eternos en nuestra postura
frente a la vida, gracias a sus consejos y empujones anímicos, en los olores de
esos ricos platos que guardamos en nuestra memoria emocional e incluso en la
manera de atar los cordones de nuestros zapatos.
Sin estar físicamente, siguen presentes por siempre
Como siempre están pensando en algo, se les humedece la
mirada. Allí aprendieron que un abrazo puede juntar todas las partes rotas, así
como enseñar más que una biblioteca completa. Ellos recuperaron aquel tiempo
que se les perdió a los padres.
Constructores de infancias, guardianes de secretos,
“malcriadores profesionales“, expertos en disolver miedos y angustias,
defensores de la felicidad y el ocio, arquitectos a la hora de cimentar las
bases para levantar al niño cuando su mundo se derrumba. Un aroma que queda
impregnado en nuestros sentidos.
Los abuelos nunca mueren para sus nietos, jamás. Los
pequeños hasta el final de sus días los llevarán como tatuados en su
existencia, inscritos en sus más puras emociones. Enarbolando la bandera de un
ritmo lento, del actuar más pensado, del disfrute del instante y privilegiando
la sabiduría, se convierten en brújulas.
Los abuelos se vuelven invisibles, pero cada nieto sabe
que se esconden detrás de cada sonrisa cómplice, de un entretenido paseo a
media tarde. Básicamente, en el legado afectuoso de quienes recuerdan con un
amor único e inexplicable. Los abuelos nunca mueren, perduran dentro de cada
pequeño que otorga el don de la inmortalidad.
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Qué hermosas palabras. Es reconfortante recordar los momentos de niño en los que tu abuelo estaba ahí para hacerte sentir un ser muy especial.
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