“Quien te enfada, te
domina”… Piénsalo bien, o ¿no es verdad? Cuando algo no ha sucedido como
queríamos o alguien no ha respondido como esperábamos, cuando nos ha molestado
el comportamiento de una persona o lo que nos ha dicho, solemos expresar lo que
sentimos con expresiones como “me has hecho enfadar”, “me has hecho daño”, “me
has cabreado…”
Si nos
paramos a reflexionar sobre ello y decidimos profundizar, la traducción de
nuestros mensajes viene a ser algo tal como “tú eres el culpable de cómo me
siento”, “tú eres el responsable de que yo esté así” o “tú me
has perjudicado”, es decir, yo estoy mal por tu culpa.
No concedas el poder
sobre ti a los demás
Si alguien nos enfada es
porque le hemos concedido el permiso para hacerlo, pues en realidad cuando
alguien nos enfada, lo que internamente resuena en nuestro interior es “lo que
tú piensas sobre mí, es más importante que lo que yo pienso sobre mí”.
Piénsalo.
En estos casos, la
responsabilidad de cómo nos sentimos, la dirigimos hacia los demás, es decir
hacia afuera. Por lo que dependiendo de los demás, así nos encontraremos
nosotros.
Resulta que en lugar de
hacernos cargo de nuestras emociones y sentimientos, de dirigirnos hacia dentro
y asumir la responsabilidad de lo que sentimos, otorgamos el poder o el
consentimiento a los otros. Porque nadie te enfada sin tu consentimiento ¿o no?
Y es cierto, que asumir todo
el peso que conlleva un enfado o una molestia es algo complicado y que cuesta…
y más si estamos acostumbrados a poner nuestro foco fuera. Sigue siendo más
fácil, culpar al compañero y que sea el quien intente lidiar con nuestro
cabreo, que nosotros mismos… pero así nunca llegaremos a conectar con nuestro
interior.
Si no aceptamos el
regalo, seguirá siendo de la otra persona
En ocasiones, echar balones fuera o culpar a los demás de cómo nos
sentimos sucede porque nos encontramos movidos por nuestro ego, el
cual, a modo de resumen consiste en identificarnos con lo que tenemos, lo que
hacemos y cómo nos valoran.
Una vez
que nos hemos alejado del ego y lo hemos dejado aparcado, comenzamos a tomar
más responsabilidad tanto de nuestros pensamientos y
comportamientos, como de nuestras emociones, y nadie nos puede hacer daño;
porque consideramos que aquello que somos está mucho más allá de los bienes
materiales, nuestros actos o de la opinión ajena.
Para ello podemos ayudarnos
pensando que cuando alguien nos insulta o hace algo que no nos gusta es como si
nos estuviera ofreciendo un regalo. Si no lo aceptamos, el regalo seguirá
siendo de la persona, mientras que si lo aceptamos lo recogeremos. En última
instancia, la decisión será nuestra.
Así, los insultos, las provocaciones o incluso las acciones de otros, son
como esos regalos, que nosotros elegimos si aceptar o no; por lo que
no podemos culpar a nadie de nuestra decisión, tan solo podemos
responsabilizarnos de nuestra actitud, de nuestra elección.
No podemos cambiar a
los demás, pero sí nuestra actitud
Tenemos que tener en cuenta
que el choque de las expectativas que nos hemos formado con la realidad,
también puede ser un detonante de nuestra molestia, pues las cosas no han
pasado como imaginábamos.
No
podremos controlar las circunstancias ni tampoco a las personas, pero sí que
podemos controlar nuestra respuesta. Por lo que no podemos
cambiar lo que alguien dice de nosotros o lo que hace y nos molesta, pero por
supuesto que podemos cambiar la actitud con la que enfrentamos la vida.
La
responsabilidad asusta, pero es la que nos permite ser dueños de nuestra vida. Reconocer
nuestras emociones y sentimientos y hacerse cargo de ellos, nos otorga la
libertad de conocernos y elegir nuestra actitud ante la vida.
“Reconocer que ” yo soy el que elige” y que ” yo soy
el que determina el valor que una experiencia tiene para mí ” es algo que
enriquece pero también atemoriza.”
-Carl Rogers-
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